sábado, 25 de abril de 2015

La Señora




"Todas las tardes, una anciana salía de su habitación en la residencia de mayores y paseaba por las inmediaciones del jardín, caminando lentamente hasta el mirador de la antigua iglesia abandonada, donde se sentaba en el único banco que todavía quedaba y esperaba el ocaso mientras contemplaba cómo el sol iba coloreando el cielo con tonos azules, amarillos y anaranjados. Así, hacía un repaso a lo que había sido su vida, al tiempo pasado, y al inminente futuro, mientras se le escapaba algún que otro suspiro cargado de tristeza y melancolía. Pero cierto día, cuando llegó al banco, ya estaba ocupado por otra señora que, igual que ella, esperaba ver cómo se ocultaba el sol. La anciana, sorprendida de ver a alguien en este lugar tan solitario, pidió permiso para compartir el asiento, y la extraña, sonriendo con dulzura, le hizo un hueco a su lado. Su rostro era extremadamente pálido, sus ojos estaban cargados de paz y serenidad, y sus vestidos desprendían un agradable perfume a rosas. Sin embargo, la anciana no quiso decir nada y, discreta, después de ver ponerse el sol, se despidió cortésmente. No obstante, al día siguiente se volvió a repetir la escena, pero esta vez la anciana no pudo evitar que de sus ojos brotasen unas lágrimas, por lo que la señora le preguntó si estaba bien. – Me siento muy sola – confesó entre sollozos – Después de haber criado a todos mis hijos, ellos ahora parecen que no me necesitan y me han dejado aquí ¡Cuántas veces los sostuve entre mis brazos, los alimenté, recé por ellos, les di buenos consejos! Y sin embargo, así me lo agradecen – La señora, cogiendo sus manos, la miró a los ojos y dijo - También yo me siento así – Sobrecogida, la anciana preguntó - ¿Tiene usted muchos hijos? – Así es – contestó la señora – Muchos¿Y no vienen nunca a visitarla? - Volvió a preguntar – Sólo cuando quieren pedirme algo – dijo ella bajando la cabeza. Y, cogiendo fuerzas, continuó – Siempre quise que todos mis hijos e hijas vivieran felices, trabajé por ellos sin descanso, los eduqué lo mejor posible, les di todo cuanto tenía, los alimenté con mi propio ser, los llevé en mis entrañas dibujados, pero no conseguí cambiar sus corazones de piedra por unos de carne capaces de sentir Cuando eran pequeños – dijo la anciana – Me pasaba las noches enteras sin dormir velando su sueño. No me separaba de ellos ni por un segundo, abrazándolos para que se sintieran queridos, protegiéndolos. ¡Tantos esfuerzos por puro amor! Y si enfermaban, entonces se me caía el alma al suelo y no volvía a respirar hasta que se curaban. Pero ahora soy yo quien está enferma, y nadie me cuida. Soy yo quien necesita su amor, y nadie me abraza. Soy yo quien necesita hablar, y nadie me escucha… Señora – suspiró la anciana - ahora que presiento que se acerca mi hora, no quiero morir sola, y sin embargo así será – Las dos mujeres apretaron sus manos en señal de complicidad - Te prometo que, cuando llegue ese momento, estaré contigo – Dijo la extraña, pero la anciana, agradeciendo el gesto de cariño, sonrió sin prestarle demasiada atención y, algo más repuesta, se despidió hasta el día siguiente. Sin embargo, esa misma noche, tumbada en la cama, notó que la respiración se le apagaba y sintió mucho miedo. Pero en ese momento, la habitación se iluminó con la presencia de la Señora que había estado hablando con ella en el banco del mirador, y la anciana, gastando sus últimas palabras, preguntó: - Amiga mía, me muero ¿Qué haces aquí? – Vengo a cumplir mi palabra – dijo la extraña - ¡Nunca me dijiste tu nombre! ¿Quién eres? – insistió la mujer. Y la señora, mirándola compasivamente, contestó: - ¿Acaso no me conoces, hija mía? Yo soy quien te ha visto llorar por tus hijos, como yo he llorado también por los míos. Soy quien te ha visto sufrir por ellos, como yo también sufro por toda la humanidad. Soy quien te ha visto alimentarlos con tu propio ser, como yo a mis criaturas. Soy quien, cuando tú me pedías fuerzas, yo te las daba. Y cuando me pediste aliento, te mostré mi propia alma y mis sentimientos. Hija mía, yo soy tu Dios, que me he querido mostrar a ti porque tú compartes las heridas de mi corazón y puedes comprender mi sufrimiento y mi soledad. Tú eres un reflejo de Mí. – Y así, suavemente, el Ser Supremo, disfrazado de Madre Divina con la espada de nuestro egoísmo clavada en el pecho, cogió de nuevo la mano de la mujer y, quitándole toda angustia, temor y dudas, se la llevó consigo a su propio Reino."

LA TABERNA DEL DERVICHE  

sábado, 4 de abril de 2015

¿Me Amas?




"Hace algún tiempo, vivía en las afueras de Bangkok una familia muy pobre. El hombre, honrado y trabajador, salía todos los días a buscar leña al bosque, que después vendía en el mercado de la ciudad, ganando algunas monedas con las que podía comprar comida para su familia. Como cada domingo, su hija, de pocos años, le acompañaba al mercado para ayudarle en su tarea. Así, en cierta ocasión, la pequeña, pasando por delante de una juguetería, se quedó prendada de un collar de de perlas de plástico. Imaginando que ese collar podría convertirla en una princesa de cuento de hadas, la pequeña, inocentemente, tiró de la mano de su padre, llamándole la atención, y le preguntó si tendrían dinero para comprar aquel collar. El hombre, con lágrimas en los ojos, se disculpó confesándole que apenas tenían suficiente para comer, y así, apenados, siguieron su camino. No obstante, esto no hizo que la pequeña se rindiera y, decidida a juntar el dinero para comprarlo, trabajó duramente, a cambio de alguna propina, ayudando a los campesinos del lugar en sus labores, haciendo pequeñas tareas para sus vecinos o cuidando de otros niños cuando así se lo pedían. De esta manera, tras algunos meses de dura dedicación, consiguió las escasas monedas que costaba el collar y por fin pudo adquirir tan preciada joya. Cuando se lo puso se sintió muy guapa y especial. Aquel objeto la hacía completamente feliz porque podía disparar su imaginación soñando con otros mundos llenos de fantasía. Sin embargo, cuando cayó la noche, su padre, como todos los días, entró en su dormitorio para arroparla, pero, viéndola con el collar en el cuello, le preguntó: -María, ¿me amas? – Desconcertada, la niña contestó. – Por supuesto que te quiero, papá. Eres la persona más buena del mundo. Veo cómo trabajas todos los días para que podamos salir adelante. Te quiero muchísimo – María – repuso el hombre - Si me amas, regálame tu collar de perlas - Con el rostro desencajado, agarrando su collar con ambas manos, la niña contestó: - Papá, por favor, no me pidas que te regale mi collar de perlas, pues me es muy querido. He trabajado mucho para conseguirlo y lo he deseado desde hace mucho tiempo. Si quieres, te ofrezco cualquier otra cosa. Trabajaré contigo hasta quedar extenuada, pero, por favor, no me pidas mi collar de perlas – El padre, quitándole importancia a su pregunta, le dio un beso en la frente y salió de la habitación. No obstante, al día siguiente, a la hora de acostarse, el hombre, arropando a la pequeña, volvió a preguntarle: - María, ¿me amas?- Tapándose el collar, la pequeña afirmó -¡Por encima de cualquier cosa! - Si me amas – siguió el padre - Dame tu collar de perlas - Por favor, por favor – suplicó la niña - No me pidas mi collar de perlas, me ha costado tanto ganarlo y deseaba tanto tenerlo. Si quieres te doy cualquier otra cosa. Lo que me pidas menos mi collar de perlas - El padre, como la vez anterior, quitándole importancia al asunto, le dio un beso en la frente y salió de la habitación. Sin embargo, al día siguiente, volvió al cuarto de la pequeña para arroparla, pero esta vez ella lo estaba esperando con lágrimas en los ojos - María, ¿qué te sucede?, ¿por qué lloras? - Toma papá, mi collar de perlas. ¡Te lo regalo! - ¿Ya no lo quieres? – Preguntó el hombre - ¡Oh, sí que lo quiero! – Respondió la pequeña, pero te lo doy porque tú me lo has pedido y te quiero más a ti – En ese momento el padre se sentó junto ella, cogiendo y guardando el collar de perlas con una mano mientras sacaba del interior de su otro bolsillo un precioso collar de perlas auténticas que refulgían cual luceros bajo el sol, y se lo dio a su hija diciendo: - Este es el collar de perlas que ha pasado de generación en generación en nuestra familia, de padres a hijas, a través de los tiempos, solamente cuando ellas aprendieron a valorar más el corazón de sus semejantes que los objetos materiales. El egoísmo es el mal que arruina a la humanidad. Recuerda siempre esta lección: Nunca valores más a las cosas que a las personas, sobre todo si es alguien que cada día te demuestra su amor. El amor por los seres, querida niña, debe ser siempre la luz que te guíe"