Cuenta
la leyenda que, hace mucho tiempo, cuando Marruecos estaba sumido en una
oscuridad espiritual, habiendo cambiado a Dios por el extremismo religioso que
predicaban los ulemas más radicales, un sufí errante llegó a la plaza Jemaa Fna, de Marrakech, con un loro en
su hombro y un mono a su lado atado con una cuerda. Entonces buscó un lugar
donde todo el mundo pudiera verle y comenzó a llamar a la gente, asegurándoles que
se prepararan para presenciar la maravilla de las maravillas. Cuando hubo
reunido una gran multitud, señaló al loro y, de repente, el animal comenzó a
repetir el Testimonio de Fe islámico y a recitar algunos versos del Sagrado
Corán. La gente, que no salía de su asombro, quedó muda sin saber qué pensar.
Luego del derviche señaló al mono y el animal comenzó a realizar los
movimientos de la ablución y de la oración, mientras los viandantes lo miraban
estupefactos. No obstante, pronto se corrió la voz, y un grupo de ulemas e
imames se apresuraron a llegar a la plaza y, al ver el espectáculo, se rasgaron
las vestiduras, gritando injurias contra el derviche. Allí mismo lo apresaron y
lo acusaron de blasfemia y herejía, asegurando que se estaba burlando de Dios y
del Islam, y se prepararon para asesinarlo. Pero el derviche, muy tranquilo,
dijo: - ¿Quién tiene mayor pecado? Yo, que trato a los animales como personas y
les enseño a recitar el Libro Sagrado y los movimientos prescritos, o vosotros,
que tratáis a las personas como animales, intentando amaestrarlas y os alegráis
cuando repiten las palabras y los movimientos que les habéis enseñado. Habéis
encerrado a Dios en ritos, supersticiones y superchería porque no os habéis
atrevido a dejarle entrar en vuestros corazones. El pueblo merece un Dios que pueda
sentir, no un Dios al que adorar por miedo al cielo, al infierno, por apego a
la tradición o por complacer a los ulemas. Ellos – dijo señalando a la multitud
que se había congregado - merecen a un Dios cercano al que se puedan acercar
libremente. Y que aquellos que les guíen hacia Él no los traten como loros ni
como monos de circo – Abdullah, porque ese es el nombre que los sufís damos a
los derviches que el tiempo ha olvidado, fue asesinado allí mismo, pero su
muerte no fue en vano, porque algo sucedió en las personas que lo oyeron y que
presenciaron estos hechos. Un nuevo movimiento interior revolucionó Marraquech,
destronando el literalismo religioso, buscando a un Dios más cercano y
destronando a los que pretendieron hablar en Su Nombre. Hoy en día, como en
aquel entonces, parece que alguien se haya empeñado en ocultarnos a ese buen
Dios, olvidando o negando igualmente esta historia. Realmente yo no sé si es
cierta o no, porque en las historias de derviches nunca sabes qué hay de
literal y qué de legendario, pero lo cierto es que, una noche al año, en el mes
de marzo, cuando los turistas se han marchado a sus hoteles, los tenderetes han
cerrado, los encantadores de serpientes, los aguadores, las tatuadoras de henna
y los hechiceros que adivinan el porvenir ya no están, un extraño grupo de
personas, cubiertas con solideos, vistiendo chilabas negras, se reúnen en
cierto lugar de la Plaza Jemaa Fna para alabar a su Señor y honrar la memoria
de un hombre en el aniversario de su muerte, un hombre al que se le recuerda
llevando un mono y un loro, y por el que muchos se inspiraron para buscar a un
Dios que merece ser sentido.