Desde que tengo recuerdos, me fascinó
la idea de una Ciudad Inmortal.
Una Ciudad más allá de la vida y de la muerte. Más allá de este mundo y de
cualquier otro.
En el fondo de mi corazón busqué las coordenadas de una Ciudad en las
Nubes, una Ciudad de Luz que, quizás, visité en sueños, y a la que tal vez volveré
al final de mi paso por este pequeño planeta azul.
Lejos, allende las nieves perpetuas de las poderosas cumbres de los
picos nevados del Himalaya, escondida de la vista de los seres, entre los
pliegues de alguna dimensión desconocida, apareciendo disimuladamente en el
desierto del Gobi, existe este lugar, y numerosas son las culturas nos han
narrado historias de una extraña Ciudad que se alzaba majestuosa entre este
mundo y el otro.
Shambhala, Erks, Shangri-la,
Ibez, Agartha, La Ciudad de Luz, la Jerusalén Celeste, Shams, el Reino de los
Cielos, el Jardín del Edén, Hastinapura o la Atlántida… Ha tenido muchos nombres, pero todas las tradiciones
relataban que sus habitantes, allí, eran como niños, y que para entrar en ella
debíamos nacer de nuevo.
Los que han visto sus murallas quedan prendados de su semblante y ya no
anhelan ir a otro lugar. Su Reino ya no es de este mundo, ni su mundo de este
mundo pues se han convertido en ciudadanos del cielo.
Los que han oído el rumor de su presencia ya no vuelven a desear oír
otra cosa, e intentan, desde la tierra de los hombres, imitar los sonidos que
puedan abrir de nuevo los puentes que les conduzcan a esa Ciudad Eterna. De
esta inspiración nacieron los mantras, los versos sagrados y la poesía mística,
intentando asemejarse a la música de los reinos celestiales, al canto de las
inteligencias puras, a las voces de los Seres Iluminados que, locos de pasión,
alaban al Ser Supremo.
Quienes han degustado sus frutos saben que todo lo que pertenece a este
mundo no calma la sed. Por eso no quieren nada de este lugar.
Quienes conocen la existencia de la Ciudad de Luz saben dónde está su
hogar y ya no vuelven a preocuparse más sobre qué comerán o cómo vestirán, pues
han visto dónde están realmente sus vestidos y dónde los verdaderos alimentos,
de dónde han venido y hacia dónde han de regresar, y ya sólo queda encontrar el
Camino hacia la Eternidad.
Investigando sobre ella también me di cuenta de que, cuando hablaba
acerca de las leyendas de esta supuesta Ciudad con alguien cuya consciencia
había superado los límites del mundo material, un brillo muy especial aparecía
en sus ojos, mostrándome su ubicación oculta en los insondables abismos de la
consciencia humana que, de alguna forma, no ha querido, ni podido, deshacerse
de esa luz a pesar del tiempo ni del viaje entre vidas.
Entonces me pregunté si sería posible que esta ilusión, este sueño,
fuese en realidad el recuerdo de algún lugar que existió, o que existe, pero
que abandonamos hace enormes cantidades de tiempo, y al que anhelamos regresar.
Como por un pálpito devoré las historias, mitos y leyendas que han
llegado hasta nosotros a través de todas las épocas. Investigué igualmente en
el fondo de mi consciencia y descubrí que los hombres, a pesar de las diversas
tradiciones y del pasar de los años, hemos “imaginado” y pretendido recrear un
Paraíso Perdido en la Tierra. La respuesta la tenía ante mis ojos. El sueño se
había convertido en recuerdo, ¡aquella ciudad podía ser real!
Pero, igualmente, ligado a la Ciudad de Luz, también hemos llevado con
nosotros el temor de un cataclismo, de un fin del mundo que quizás, de la misma
forma, como Troya, el Diluvio Universal y Thira, no fuera imaginación sino
recuerdo.
Cuenta Platón que la Atlántida fue una mítica y próspera isla que
existió más allá de las columnas de Hércules, cuyos habitantes, descendientes
de Poseidón, habían alcanzado un nivel tecnológico sin par, lo que, a la larga,
les hizo alejarse de su virtud volviéndose soberbios, dejando de venerar a la
Divinidad, olvidando sus leyes morales y conquistando otras tierras movidos
únicamente por el deseo.
Dada su corrupción, Zeus convocó a la Asamblea de los Dioses dispuesto
a castigar a la Atlántida, que fue destruida en una noche y un día, sufriendo
terremotos y siendo devorada por el mar.
Aunque el relato de Platón no especifica nada más, ni se habla del
castigo a sus habitantes o quién se salvó, se da por hecho que la gran mayoría desaparecieron tragados por las aguas.
Por el mismo pecado, la soberbia y la malicia, Babel, Sodoma y Gomorra
fueron destruidas, y el hombre expulsado del Jardín del Edén por olvidarse de
Dios, relato que tenemos también en la civilización Hitita de la epopeya de
Gilgamesh.
Por otro lado, el pueblo de Rapa Nui, como los indios Hopi y tantos
otros, aseguran provenir de una isla que se hundió en el mar después de un gran
cataclismo.
Ante tantas casualidades la
pregunta se hace evidente ¿Ocurrió, hace muchísimo tiempo, una catástrofe de
proporciones tan grotescas que todavía hoy, a pesar de los años, seguimos
recordando?
Y si fue así ¿cómo pudo afectarnos a todos? ¿Acaso vivíamos en un mismo
lugar?
Según las últimas teorías astrofísicas, nuestro universo fue originado
por una gran explosión de materia condensada que conocemos con el nombre de
“Big Bang”. Siendo éste el origen de los planetas, de las estrellas, de toda la
materia cósmica, del tiempo y, tras las combinaciones más increíbles, de la
vida y de los seres.
No obstante, este universo en constante expansión, según la también
teoría del “Big Crunch”, decelerará hasta detenerse y tomar el sentido inverso,
volviendo a condensarse rápidamente.
Las estrellas se juntarán, los planetas alcanzarán una temperatura cada
vez más extrema y toda la vida desaparecerá completamente para renovarse en el
siguiente “Big Bang”.
Conociendo que el tiempo cósmico no es relativo y el espacio absoluto
es infinito, este suceso se viene produciendo desde siempre, y no sólo una vez.
Sino que infinidad de universos nacen cada día mientras otros mueren en los
insondables abismos de la vasta eternidad.
Lo curioso de este suceso que hoy estudian los científicos es que ya
fue descrito por Budha Sakiamuni hace unos dos mil quinientos años
aproximadamente, quien supo percibirlo a través de su profunda meditación, y
que está recogido en el canon pali de la escuela Theravada, guardado dentro de
las Tres Canastas.
En uno de los sutras llamado “Conversaciones con Brahma”, el Maestro
Iluminado expone el origen y fin del universo tal como hemos relatado según la
ciencia, así como el renacer de la vida después del cataclismo anterior que
destruyó a todos los seres y a todos los mundos.
De la misma forma, en el Apocalipsis de San Juan podemos leer los
recuerdos del futuro-pasado que el apóstol preferido de Jesús fue capaz de
percibir y relatar.
Conociendo que la consciencia, el espíritu, no nace de la carne, ni es
materia, necesariamente deberá ser otra cosa, aunque esté vinculado a la forma
por alguna suerte de hechizo cósmico.
Por tanto, si la consciencia va saltando de cuerpo en cuerpo, de casa
en casa ¿por qué no pensar que, en alguna parte del almacén de nuestros
recuerdos se ubica la memoria de este cataclismo que se encuentra todavía latente
dada la gran impresión que nos produjo?
Y volviendo a la Ciudad de Luz, ¿es posible que, de alguna forma, todas
las consciencias, hace eones, viviéramos juntas en un idílico Jardín del Edén,
pero que, movidas por la soberbia, olvidásemos nuestra espiritualidad en favor
de un materialismo galopante y fuésemos condenadas a vagar, como Ulises, por
los mares de la eternidad hechizados por los placeres de Calipso, el mundo del
deseo, mientras el Recuerdo de Ícata y de Penélope sigue latente en nuestras
consciencias?
Y, curiosamente, ¿no es ése el mismo error que está cometiendo la
sociedad del momento? ¿Nos veremos, más pronto que tarde, condenados a las
profundidades del mar acompañados de toda nuestra “avanzada” tecnología por
haber olvidado lo verdaderamente esencial, lo que realmente importa?
Muchas personas buscan la Atlántida en el Mar Mediterráneo, cuando
quizás harían mejor en buscarla dentro de sí mismos, porque, de alguna forma,
la Ciudad de Luz Original resucitó al tercer día, recatada por Zeus para poder
albergar las almas que, tras errar durante milenios por el mar, supieron
encontrar el camino de regreso a Casa.
Quizás Platón unió el recuerdo latente en su subconsciente del cataclismo
de la Ciudad de Luz, con el suceso real de la destrucción de Thira, para dar
luz a una verdad más profunda que hemos querido llamar Atlántida.
Y así existe la Atlántida; real para algunos, sueño para otros, y
quimera para terceros. Y así se presenta todo a los ojos de los hombres pues cada
quien tiene su propio camino, y en cada camino, uno ve lo que quiere ver y lo
que lleva consigo.
Si este relato ha sonado en sus corazones como el recuerdo de un lugar
que ya conocen, no dejen de buscar esta Ciudad ahora que saben que una vez
estuvieron allí y emprendan el Noble Camino de Retorno hacia sus fronteras.