sábado, 1 de noviembre de 2014

El Sueño de la Atlántida






Desde que tengo recuerdos, me fascinó la idea de una Ciudad Inmortal. Una Ciudad más allá de la vida y de la muerte. Más allá de este mundo y de cualquier otro.
En el fondo de mi corazón busqué las coordenadas de una Ciudad en las Nubes, una Ciudad de Luz que, quizás, visité en sueños, y a la que tal vez volveré al final de mi paso por este pequeño planeta azul.

Lejos, allende las nieves perpetuas de las poderosas cumbres de los picos nevados del Himalaya, escondida de la vista de los seres, entre los pliegues de alguna dimensión desconocida, apareciendo disimuladamente en el desierto del Gobi, existe este lugar, y numerosas son las culturas nos han narrado historias de una extraña Ciudad que se alzaba majestuosa entre este mundo y el otro.

Shambhala, Erks, Shangri-la, Ibez, Agartha, La Ciudad de Luz, la Jerusalén Celeste, Shams, el Reino de los Cielos, el Jardín del Edén, Hastinapura o la Atlántida… Ha tenido muchos nombres, pero todas las tradiciones relataban que sus habitantes, allí, eran como niños, y que para entrar en ella debíamos nacer de nuevo.

Los que han visto sus murallas quedan prendados de su semblante y ya no anhelan ir a otro lugar. Su Reino ya no es de este mundo, ni su mundo de este mundo pues se han convertido en ciudadanos del cielo.

Los que han oído el rumor de su presencia ya no vuelven a desear oír otra cosa, e intentan, desde la tierra de los hombres, imitar los sonidos que puedan abrir de nuevo los puentes que les conduzcan a esa Ciudad Eterna. De esta inspiración nacieron los mantras, los versos sagrados y la poesía mística, intentando asemejarse a la música de los reinos celestiales, al canto de las inteligencias puras, a las voces de los Seres Iluminados que, locos de pasión, alaban al Ser Supremo.

Quienes han degustado sus frutos saben que todo lo que pertenece a este mundo no calma la sed. Por eso no quieren nada de este lugar.

Quienes conocen la existencia de la Ciudad de Luz saben dónde está su hogar y ya no vuelven a preocuparse más sobre qué comerán o cómo vestirán, pues han visto dónde están realmente sus vestidos y dónde los verdaderos alimentos, de dónde han venido y hacia dónde han de regresar, y ya sólo queda encontrar el Camino hacia la Eternidad.

Investigando sobre ella también me di cuenta de que, cuando hablaba acerca de las leyendas de esta supuesta Ciudad con alguien cuya consciencia había superado los límites del mundo material, un brillo muy especial aparecía en sus ojos, mostrándome su ubicación oculta en los insondables abismos de la consciencia humana que, de alguna forma, no ha querido, ni podido, deshacerse de esa luz a pesar del tiempo ni del viaje entre vidas.

Entonces me pregunté si sería posible que esta ilusión, este sueño, fuese en realidad el recuerdo de algún lugar que existió, o que existe, pero que abandonamos hace enormes cantidades de tiempo, y al que anhelamos regresar.

Como por un pálpito devoré las historias, mitos y leyendas que han llegado hasta nosotros a través de todas las épocas. Investigué igualmente en el fondo de mi consciencia y descubrí que los hombres, a pesar de las diversas tradiciones y del pasar de los años, hemos “imaginado” y pretendido recrear un Paraíso Perdido en la Tierra. La respuesta la tenía ante mis ojos. El sueño se había convertido en recuerdo, ¡aquella ciudad podía ser real!

Pero, igualmente, ligado a la Ciudad de Luz, también hemos llevado con nosotros el temor de un cataclismo, de un fin del mundo que quizás, de la misma forma, como Troya, el Diluvio Universal y Thira, no fuera imaginación sino recuerdo.  

Cuenta Platón que la Atlántida fue una mítica y próspera isla que existió más allá de las columnas de Hércules, cuyos habitantes, descendientes de Poseidón, habían alcanzado un nivel tecnológico sin par, lo que, a la larga, les hizo alejarse de su virtud volviéndose soberbios, dejando de venerar a la Divinidad, olvidando sus leyes morales y conquistando otras tierras movidos únicamente por el deseo.

Dada su corrupción, Zeus convocó a la Asamblea de los Dioses dispuesto a castigar a la Atlántida, que fue destruida en una noche y un día, sufriendo terremotos y siendo devorada por el mar.

Aunque el relato de Platón no especifica nada más, ni se habla del castigo a sus habitantes o quién se salvó, se da por hecho que la gran mayoría desaparecieron tragados por las aguas.

Por el mismo pecado, la soberbia y la malicia, Babel, Sodoma y Gomorra fueron destruidas, y el hombre expulsado del Jardín del Edén por olvidarse de Dios, relato que tenemos también en la civilización Hitita de la epopeya de Gilgamesh.

Por otro lado, el pueblo de Rapa Nui, como los indios Hopi y tantos otros, aseguran provenir de una isla que se hundió en el mar después de un gran cataclismo.

 Ante tantas casualidades la pregunta se hace evidente ¿Ocurrió, hace muchísimo tiempo, una catástrofe de proporciones tan grotescas que todavía hoy, a pesar de los años, seguimos recordando?
Y si fue así ¿cómo pudo afectarnos a todos? ¿Acaso vivíamos en un mismo lugar?

Según las últimas teorías astrofísicas, nuestro universo fue originado por una gran explosión de materia condensada que conocemos con el nombre de “Big Bang”. Siendo éste el origen de los planetas, de las estrellas, de toda la materia cósmica, del tiempo y, tras las combinaciones más increíbles, de la vida y de los seres.
No obstante, este universo en constante expansión, según la también teoría del “Big Crunch”, decelerará hasta detenerse y tomar el sentido inverso, volviendo a condensarse rápidamente.
Las estrellas se juntarán, los planetas alcanzarán una temperatura cada vez más extrema y toda la vida desaparecerá completamente para renovarse en el siguiente “Big Bang”.

Conociendo que el tiempo cósmico no es relativo y el espacio absoluto es infinito, este suceso se viene produciendo desde siempre, y no sólo una vez. Sino que infinidad de universos nacen cada día mientras otros mueren en los insondables abismos de la vasta eternidad.  

Lo curioso de este suceso que hoy estudian los científicos es que ya fue descrito por Budha Sakiamuni hace unos dos mil quinientos años aproximadamente, quien supo percibirlo a través de su profunda meditación, y que está recogido en el canon pali de la escuela Theravada, guardado dentro de las Tres Canastas.

En uno de los sutras llamado “Conversaciones con Brahma”, el Maestro Iluminado expone el origen y fin del universo tal como hemos relatado según la ciencia, así como el renacer de la vida después del cataclismo anterior que destruyó a todos los seres y a todos los mundos.

De la misma forma, en el Apocalipsis de San Juan podemos leer los recuerdos del futuro-pasado que el apóstol preferido de Jesús fue capaz de percibir y relatar.

Conociendo que la consciencia, el espíritu, no nace de la carne, ni es materia, necesariamente deberá ser otra cosa, aunque esté vinculado a la forma por alguna suerte de hechizo cósmico.
Por tanto, si la consciencia va saltando de cuerpo en cuerpo, de casa en casa ¿por qué no pensar que, en alguna parte del almacén de nuestros recuerdos se ubica la memoria de este cataclismo que se encuentra todavía latente dada la gran impresión que nos produjo?

Y volviendo a la Ciudad de Luz, ¿es posible que, de alguna forma, todas las consciencias, hace eones, viviéramos juntas en un idílico Jardín del Edén, pero que, movidas por la soberbia, olvidásemos nuestra espiritualidad en favor de un materialismo galopante y fuésemos condenadas a vagar, como Ulises, por los mares de la eternidad hechizados por los placeres de Calipso, el mundo del deseo, mientras el Recuerdo de Ícata y de Penélope sigue latente en nuestras consciencias?

Y, curiosamente, ¿no es ése el mismo error que está cometiendo la sociedad del momento? ¿Nos veremos, más pronto que tarde, condenados a las profundidades del mar acompañados de toda nuestra “avanzada” tecnología por haber olvidado lo verdaderamente esencial, lo que realmente importa?

Muchas personas buscan la Atlántida en el Mar Mediterráneo, cuando quizás harían mejor en buscarla dentro de sí mismos, porque, de alguna forma, la Ciudad de Luz Original resucitó al tercer día, recatada por Zeus para poder albergar las almas que, tras errar durante milenios por el mar, supieron encontrar el camino de regreso a Casa.

Quizás Platón unió el recuerdo latente en su subconsciente del cataclismo de la Ciudad de Luz, con el suceso real de la destrucción de Thira, para dar luz a una verdad más profunda que hemos querido llamar Atlántida.

Y así existe la Atlántida; real para algunos, sueño para otros, y quimera para terceros. Y así se presenta todo a los ojos de los hombres pues cada quien tiene su propio camino, y en cada camino, uno ve lo que quiere ver y lo que lleva consigo.

Si este relato ha sonado en sus corazones como el recuerdo de un lugar que ya conocen, no dejen de buscar esta Ciudad ahora que saben que una vez estuvieron allí y emprendan el Noble Camino de Retorno hacia sus fronteras.