En el
extremo oeste de Inglaterra se yergue
desde tiempos inmemoriales la pequeña villa de Glastonbury, uno de los lugares más mágicos del planeta, morada de
hadas, lugar de encuentro con el misterio y reducto imperecedero de la
espiritualidad celta, que se encuentra presente aún hoy en toda la región.
Cuenta la
leyenda que aquí terminó la
historia del Rey Arturo y sus Caballeros
de la Mesa Redonda, cuya tumba, que ampara el cuerpo de un hombre de dos metros
y medio de altura, junto al de una mujer de cabellos rubios, la Reina Ginebra, se puede visitar en
las ruinas de la antiquísima Abadía del lugar.
Pero todo comenzó cuando José de Arimatea, el hombre justo que solicitó a Pilato el cuerpo de Jesús según las
escrituras, fue acusado de robar su cadáver para hacer creer al pueblo que
había resucitado, y por tanto enviado a la cárcel sin comida ni bebida para
morir de inanición. Sin embargo, durante su encierro, Jesús se le aparecería
milagrosamente para entregarle el Santo
Grial, la Copa Sagrada que recogió su sangre, además de una oblea con la
que mantenerse. Un alimento que, más que físico, era espiritual, pues confirió
a este hombre, aparentemente normal, una posición superior a la de cualquier
otro de los apóstoles.
Desde aquel momento, José de Arimatea se
convertiría en el primer Custodio del
Grial, de una sabiduría que debía transmitirse solamente a los que fueran
merecedores de ella. El auténtico legado de Jesús de Nazareth que ahora se
establecía en una sagrada asamblea de hombres y mujeres perfectos que se
llamaría La Mesa del Grial, donde
solo unos pocos, tras arduos esfuerzos por tratar de ser mejores personas, eran
invitados.
Tiempo después, cuando José es liberado,
huyendo de los enemigos de Cristo que también perseguían su muerte, se
exiliaría llevando el Grial y el Evangelio Místico, no el credo paulista ni la
visión que Pedro estableció en Roma,
a Britania, concretamente a
Glastonbury, donde fundó la primera iglesia cristiana esotérica.
Curiosamente, cuando san Agustín llegó a este lugar enviado para cristianizar a los
paganos, encontró aquí una iglesia muy bien asentada y compleja a la cual no
encontró explicación.
Es en Glastonbury donde, cuenta la tradición,
José escondería la Copa, donde, como ya hemos dicho, se encuentra actualmente
la tumba del Rey Arturo, y donde se
ubicó también la mítica Isla de Ávalon, uno de los lugares más
increíbles del planeta, en cuyas entrañas duerme el espíritu de Arturo presto
para retornar cuando el mundo lo requiera.
Como testigo milagroso de todos estos sucesos
podemos encontrar el Espino Blanco,
procedente del bastón que José de Arimatea clavó en el suelo al llegar a este
lugar, y que solo crece en estas tierras, floreciendo únicamente en Pascua y
Navidad.
Sigue contando la leyenda que José escondió
el Grial en el pozo que hoy se encuentra a los pies del otero cercano a la
abadía de Glastonbury, y que se puede ver dentro de los jardines de Chalice Weell, donde, según parece, las
hadas protegen el misterio del Cáliz.
Dentro, el pozo de aguas ferrosas que
resuenan como los latidos de un corazón sigue siendo causa de admiración por
quienes creen que todo esto viene producido por la sangre de Cristo que
contenía el Grial, mientras que, en la parte de atrás de Chalice Well, otra
mágica fuente, White Spring, a la
derecha del camino que conduce hacia la colina, ofrece aguas de color blanco
que, mezcladas con las rojas del Pozo del Cáliz, tienen propiedades curativas.
El otero, que anteriormente estaba rodeado
por las aguas y cubierto por la bruma, lo que le daba el aspecto de una isla,
en realidad era la entrada al mundo mágico de las hadas, Annun, cuyo rey, Gwyn
solía salir a pasear por las inmediaciones antes de que San Collen se encontrara con él y rociara el lugar con agua
bendita, haciendo construir una iglesia en la cima de la colina para tapar la
entrada al su reino.
Y, aunque la iglesia católica intentó durante
décadas remover el recuerdo de los seres mágicos de este lugar, sin embargo la
epopeya de Arturo asegura que su hermana, el hada Morgana, junto con algunas otras, trajeron el cuerpo del Rey hasta
aquí montado en una barca para velarlo por siempre jamás.
Por otra parte, como las apariciones de seres
de luz eran habituales en el otero, para ocultar el legado celta e imponer la
visión católica, los monjes consagraron la iglesia a San Miguel Arcángel, haciendo creer a la población que los seres de
luz que se aparecían sobre la colina eran ángeles. Sin embargo, el edificio fue
sacudido por un extraño terremoto, construyendo no obstante en su lugar la
hermosa torre que todavía hoy se puede ver para seguir tapando sin éxito la
entrada al reino Astral.
Y hasta allí, al caer la noche, después de
haber estado todo el día velando armas en la tumba del rey, quise subir para
contemplar el anochecer y rezar a mi buen Dios de una manera que quizás antes,
en esta región, jamás se haya visto, pues estoy seguro de que muy pocos son los
derviches que han llegado hasta aquí.
Mientras el increíble color verde de la
campiña de Somerset iba mudando su
color, las decenas de almas que nos reuníamos al amparo de la torre en la cima
de la colina, como si la caída del sol hubiese sido la señal para dar comienzo
a nuestros rituales, cada uno fue haciendo lo que había venido a hacer.
Mientras yo me preparaba para inclinarme y
postrarme ante la Inmensidad, una decena de mujeres se tapaban con capas
oscuras y comenzaban a cantar extrañas melodías sentadas en círculo, amparadas
por una vela, mientras otra preparaba alguna suerte de brebaje en un caldero que
puso encima del fuego de la hoguera que previamente había encendido.
Así, cada quien rezó al Dios que conocía. Yo,
a un Dios que no puede ser representado, pero que mi corazón conoce bien, y que
me gusta llamar Padre, y ellas a la Naturaleza. Cada uno con respeto hacia
el otro mientras venerábamos lo que nos movía el alma.
Y así pasó la noche, bajo un manto de
estrellas como pocas veces he visto, sintiendo ellas por mí quizás la misma
curiosidad al verme girar, danzar, postrarme e inclinarme, que yo por ellas
cuando las veía salmodiar sus letanías y abrazarse junto al fuego. Hasta que por
fin, bien entrada la noche, decidí regresar a la oscuridad del sendero para volver
a bajar al valle, al calor de las sábanas de la cama del hotel y a la compañía
de mi dulce esposa, guardando no obstante todas estas cosas en mi corazón. La
imagen quizás de otros tiempos donde los espíritus de la roca, del río y de los
árboles no guardaban silencio.
Ahora tan solo me queda soñar con el Grial
mientras sigo el rumbo de mi viaje, de mi búsqueda interior. Quizás, como Perceval, Bors y Galahad yo consiga
verlo algún día y, junto a Arturo, participar del él en la Mesa del Grial, al servicio del Rey
Pescador, sin olvidar que, el
secreto del Grial es que solamente puede encontrarlo quien ya no lo necesita…
Por tanto, la búsqueda del Grial no terminará cuando encuentre el Grial, sino
cuando sea capaz de hacerme Grial a mí mismo para dar de beber así a otros…
La Tumba del Rey Arturo