“Todos los niños crecen excepto uno” Así empieza la novela de J. M. Barrie, “Peter Pan y Wendy”
Con estas
evocadoras palabras, el novelista escocés sumergió al mundo entero en el reino
de hadas, donde los niños se niegan a crecer y pueden salir volando por las
ventanas de sus cuartos para viajar al País de Nunca Jamás girando en la
segunda estrella a la derecha y siguiendo todo recto hasta el amanecer.
Pero lo que
muchos desconocen es que ese lugar, además de ubicarse en el firmamento de
nuestra imaginación, más allá del Big Ben,
también ocupa un lugar real, los Jardines
de Kensington, en el mismo corazón de Londres, donde el escritor se inspiró
para escribir esta obra, y donde, asegura, por las noches se pueden ver a decenas
de hadas saliendo de sus escondites para realizar sus labores.
“Hay gente que dice que no cree en las hadas, pero si
dijeron esto en los jardines de Kensington, seguramente lo hicieron delante de
al menos una de ellas”
Aunque por
el día suelen estar descansando, lo cierto es que hay numerosos testimonios de
personas que aseguran haber percibido su aleteo con el rabillo del ojo mientras
se hacían pasar por flores o se escondían entre los matorrales. Y es que
Kensington Gardens es realmente un lugar mágico y encantador que se yergue en
el corazón mismo de la capital británica. Su gran extensión, unida al lago Serpentine, y sus numerosos árboles y
arrayanes, sin contar con las aves que anidan en los alrededores, componen el
lugar ideal para hacer volar nuestra imaginación, como le sucedió a James
Barrie. Y es que caminar por estos lugares, sobre todo por las inmediaciones de
la estatua de Peter Pan, es como dar
un paseo por los jardines de nuestra infancia, donde todo puede pasar. Los
rumores del lago, el perfume de las flores y la espesura de los árboles y la
vegetación están cargados de misterio. Así, si no estás atento, puedes meterte sin
querer en un círculo de hadas y atravesar el tiempo, pues muchos son los que
dicen haber entrado en el parque por la mañana y aparecieron a los tres o
cuatro días sin saber qué había pasado ni dónde habían estado. Pero quizás, en
lugar de haber entrado en un círculo de hadas, lo que sucedió es que tuvieron
la suerte de escuchar la melodía de la flauta
de pan de Peter, una Siringa con
propiedades para elevar a los seres humanos a otros planos diferentes de
consciencia.
Como sucede con Hyde
Park, el parque anexo, antes de entrar en Kensington debemos, según nos
recomendó Mary Poppins, acordarnos de hacer un poco de magia
como en la película: pensar, guiñar los ojos, pestañear dos veces y saltar. Si
no funciona lo mejor es usar la palabra mágica: supercalifragilisticoexpialidoso
Sin embargo,
solo los corazones puros pueden reconocer a las hadas, y esto sucede solo
porque ellas primero no te han percibido como su enemigo natural y han dejado
que las veas.
Por eso los
niños no tienen ninguna dificultad en jugar con ellas mientras los adultos,
distraídos, hablan de fútbol, política o economía… todo lo que ciega los ojos y
cierra el corazón.
“Es muy difícil saber algo del mundo de las hadas, pero
lo que sí se sabe con toda seguridad es que hay hadas donde hay niños.”
James Barrie
descubrió que el mundo de los niños y el de los adultos son excluyentes el uno
del otro. Mientras la inocencia y la bondad son la
llave del País de Nunca Jamás, el “yo” y lo “mío” son la entrada al mundo de la economía de mercados, de la
corrupción del poder y de los esfuerzos de ciertos intereses oscuros por
sojuzgar la libertad del ser humano para que dejemos de soñar y nos convirtamos
en meros consumidores compulsivos.
Con la
edad adulta nos hemos olvidado de reír, de nuestros pensamientos alegres,
aquellos que, junto al polvo de hadas, nos hacían volar, y esa comunicación que
antaño teníamos con los seres mágicos de nuestra imaginación se fue perdiendo
entre la vorágine de colores que el mundo tecnológico nos ofrece.
Sin embargo,
James Barrie, como Sir Arthur Conan Doyle
y Harry Houdini, eran un “ni-lo-uno-ni-lo-otro”
Es decir, niños que se perdieron en los Jardines de Kensington después de
que cerraran las puertas para hacer un pacto con Peter y así no tener que crecer
jamás. Por tanto, aunque sus cuerpos mostraban su edad aparente, sus corazones no
podían mancharse con la oscuridad de este mundo, y por eso podían volar como los
pájaros y reír con las hadas, porque no olvidaron sus pensamientos alegres, los
que los elevaban por encima de Londres cuando saltaban por las ventanas de sus
casas para llegar al País de Nunca Jamás, es decir aquí, a Kensington Garden.
“La razón por la que los pájaros vuelan y nosotros no,
está en el hecho de que ellos tienen una fe ciega, porque tener fe significa
tener alas.”
Y, aunque el
cuento original se llamó “Peter Pan en
los Jardines de Kensington”, algo más tarde, cuando James conoció a la familia Llewelyn Davies, fue cambiando poco
a poco la historia auspiciado por el tiempo de juegos que pasaba con los cuatro
chicos hasta completar la obra que todos conocemos.
Tanto amó
este hombre el mundo de los niños, que cuando murió, cedió los derechos de su
obra al Great Ormond Street Hospital, que fue
el primer hospital para niños de Inglaterra, fundado en Londres en 1852
Pero lo que también
resulta innegable es que el autor, cuya casa todavía se ubica en el número 100
de la calle Bayswater, justo frente a
la entrada de los jardines y muy cerca de la estatua de Peter, creía firmemente
que en este lugar se escondía la puerta al mundo de la fantasía, y que alguien
atento podría, sin mayor esfuerzo, notar el aleteo de los seres mágicos volar a
su alrededor.
Así escribió
su cuento de niños dedicado a los adultos que, como él, se negaron a crecer. A
todos los Niños Perdidos que todavía
soñamos con Peter Pan y viajamos hasta aquí para poder encontrarnos con hadas a
la vera de su estatua, donde también él mismo suele aparecerse.
"50 Cuentos Universales para Sanar tu Vida."