Baba tenía los ojos más tristes que he
visto jamás, como si llevara el peso del mundo sobre sus espaldas, y sin
embargo tenía también una sonrisa tan sincera y pacífica que te invitaba a ser
mejor persona. La sabiduría de quien ha conseguido ser un maestro de vida. Antes
de despedir a sus discípulos, nos advertía: - Cuando salgáis de aquí, no os acerquéis a las ciudades de los muertos.
– Pero maestro - replicaban algunos - ¿qué son las ciudades de los muertos? – Las
ciudades de los muertos son lugares que se han construido sobre la oscuridad
humana. Sus habitantes viven movidos por el deseo, al que han dado la forma de un
becerro de oro llamado dinero. Todos adoran a ese falso dios, se arrodillan
ante él, le dedican sus vidas, se matan unos a otros en pos de llevárselo a sus
casas y mantenerlo… A cambio, el dios les premia con la muerte. O lo que es lo
mismo, con una vida de servidumbre y miseria. En las ciudades de los muertos, la
injusticia reina por doquier y el egoísmo gobierna las vidas de sus habitantes.
Todos son profetas, todos son mesías y todos son el centro del mundo. Los que se
reúnen allí no tienen ninguna aspiración espiritual. ¿Por qué habrían de
tenerla? Su dios ya los satisface con una tecnología cada vez más moderna y con
una ignorancia cada vez más refinada. En aras de esta nueva religión, los
antiguos valores como la bondad, la compasión y la amabilidad cayeron pisoteados
por las legiones de muertos vivientes, que como necesitaban entregar
sacrificios a su ídolo falso, no dudaron en ofrecerles sus propias almas. Los habitantes
de las ciudades de los muertos se burlan de todo lo que suponga elevar el espíritu,
porque como el espíritu no se puede ver, no puede existir; De la misma manera,
como el amor tampoco se puede ver, tampoco puede existir. Si alguno de nosotros
intentara hablarles, no podrían escucharnos porque no entienden nuestro
lenguaje, ni tampoco se han parado a oír nuestra voz. En las ciudades de los
muertos, los vivos no somos bien recibidos porque no adoramos lo que ellos
adoran. Por tanto, intentarán silenciarnos, apresarnos, ridiculizarnos y hasta clavarnos
en una cruz. El silencio no es bien visto por los amantes del ruido. Los habitantes
de estos lugares son propensos a las juergas, a los escándalos y a las sustancias
que embotan los sentidos. En las ciudades de los muertos no hay lugar para la
vida porque la vida no interesa, ya que requiere el coraje de tener que
enfrentarse con la muerte; y la mayoría no quiere resucitar. Los habitantes de
las ciudades de los muertos se afanan en buscar la eternidad en las cosas
caducas, por eso tienen un vacío en su interior que no saben cómo llenar. Intentando
dar sentido a su existencia, no hacen más que acumular ira y resentimiento unos
contra otros. Sus instituciones son mentiras bien orquestadas; y su claridad,
luces artificiales. Así, al cabo del tiempo, cuando la muerte viene a
visitarlos, intentan llamar a gritos a su dios; pero su dios no les responderá
porque no tiene oídos con los que oír, ni brazos con los que socorrer, sino tan
solo boca con la que devorar las almas de los hombres y mujeres de este siglo…