Capítulo 1º La última sacerdotisa de Kildare.
Sabía que no sería fácil dar con alguna de ellas. Sumidas
en la más absoluta discreción, las guardianas de la llama sagrada de Kildare -
una pequeña aldea situada en el centro de Irlanda - fueron desterradas de su
lugar de culto por el celo normando hacia mediados del siglo XIII, lo que no
les impidió seguir arribando a este enclave sagrado para continuar con sus
rituales de veneración a la diosa Brigid mediante el encendido de la llama
eterna aun a riesgo de sus propias vidas.
El recinto actual alberga una hermosa iglesia en forma de
cruz latina – edificada sobre el arcaico enclave pagano - un milenario
cementerio, una torre de vigilancia, datada en el siglo X, y el templo del
fuego, donde antiguamente se rendía culto a la deidad celta. Un pequeño muro de
piedra gris, a modo de seto, circunvala el lugar exacto donde la flama debía
permanecer encendida a perpetuidad. En su interior se encontraban numerosos
objetos religiosos, entre los que destacaban ofrendas de monedas y flores,
rosarios con advocaciones marianas, algún que otro pequeño juguete, así como
varias ramas anudadas con lazos de colores, dejando patente el rastro de las
ceremonias que, a buen seguro, todavía seguían vivas en el lugar.
De mis numerosos viajes en pos de lo sagrado he aprendido
que, si tienes la paciencia suficiente como para esperar lo inesperado, el milagro
suele aparecer. A veces lo único que tenemos que hacer es relajarnos, sentarnos
y darle tiempo al universo para que sepa que lo estamos esperando y venga a
nuestro encuentro. En realidad es algo así como una cita con lo asombroso, con
lo infinitamente desconocido, con algo tan fantástico que no es sencillo
describir con palabras, ya que solo el corazón es capaz de contenerlo. Cuando
intentas sacarlo de allí, el secreto se niega a ser interpretado por la mente,
pues en realidad lo que busca es otro corazón afín en el que poder latir y
hacerse un hueco.
Fiel a mi silente llamada, al cabo de un par de horas,
mientras el sonido de las antiguas campanas repicaba en el valle y la oscuridad
empezaba a robarle su sitio a la luz del sol, la silueta de una mujer vestida
de blanco, de cabellos rubios y ojos azules, cruzó las lápidas con forma de
cruces celtas, se acercó al templo del fuego y penetró en su interior.
Con prudencia,
atento a no proferir ninguna incorrección, me acerqué a ella y la sorprendí amontonando
ramas en el centro de aquel espacio cuadriforme. Sorprendida, sus ojos se
clavaron en mí, como si la hubiera descubierto haciendo algo velado y prohibido.
No obstante, intentando relajar la situación, decidí que lo mejor sería
presentarme, abrirle mi alma y preguntarle directamente por el antiguo culto a
la diosa. Tras unos segundos de tenso silencio, finalmente dejó lo que estaba
haciendo y se dirigió hacia los límites del recinto sagrado, donde yo me
encontraba sin atreverme a entrar.
- Estos secretos nunca
se han escrito – dijo mientras no dejaba de mirarme a los ojos – Y mucho menos revelados a un hombre. Nosotras no tenemos la necesidad
de guardarlos en papel, sino que pasan de madres a hijas generación tras
generación. De esa manera nos aseguramos que nadie pueda robárnoslos. Su poder
es tan grande que la mente de un hombre no podría soportarlos y acabaríais
locos o, lo que es peor, muertos. No obstante, puede que el tiempo en que la
diosa deba ser desenterrada y vuelta a poner en alto, haya llegado.
Después de unos instantes, como si estuviese librando una
batalla interior consigo misma, continuó:
- Escucha lo que mis
hermanas y yo venimos a hacer aquí desde los albores de la humanidad. Escucha
si quieres nuestra canción y cántala también con nosotras. Es una canción
antigua, se formó antes de la creación. Te la enseñó tu madre durante nueve
meses, mientras vivías en su vientre, pero luego la olvidaste. Todas las
personas llevan a sus madres consigo en su interior… Escúchala ahora de nuevo y
recuerda que eres, como nosotras, un hijo de la diosa.
La villa de Kildare se sitúa a pocos kilómetros al
suroeste de Dublín, justamente en medio de la llanura de Curragh, donde nacen
los pastos más verdes de todo el país. Sin duda, Kildare es uno de los lugares
de poder más desconocidos de Europa. Diseminados por los alrededores, todavía
se yerguen restos de los castros que las tribus celtas erigieron por el centro
y sur de la Isla de Eire, unas veces delimitando sus fronteras para que no se confundiesen
con las del poderoso clan O´Toole, que señoreaba en Wicklow, pero tampoco con
las de la dinastía de los Uí Dúnlainge, que dominaban los Pantanos de Allen. No
obstante, muchas veces esas edificaciones señalaban otra cosa; un lugar a tener
en cuenta. Un enclave mágico donde el ser humano tenía que detenerse, no a
batallar, sino a rendir culto a lo ancestralmente sagrado.
Kildare fue, durante la invasión normanda, la posesión
más preciada del conde Richard FitzGilbert de Clare, más conocido como Stronbow,
a pesar de que, como ya hemos apuntado, el enclave, aún hoy, no deje de ser una
pequeña aldea con poco más de ocho mil habitantes. No obstante, su pasado fue
bastante más glorioso… Y es que antes incluso de que san Patricio llegase a
estos lares y mixturase el cristianismo con la religión gaélica, en el
promontorio que corona la villa se ubicaba el santuario a la llama eterna de la
diosa Brigid.
Para la
cosmología celta, Brigid era la inspiradora de las artes, la sabiduría y la
medicina, puesto que se creía que su sola presencia, patente sobre todo en los
lugares donde se le rendía culto, tenía el poder de restaurar la salud. Incluso
en la actualidad, los artistas irlandeses mantienen la costumbre de colocar un
lienzo en blanco tapando sus ventanas para invocar a la diosa que, a modo de
musa, vendrá a visitarlos para despertar su inspiración. Antiguamente, Brigid
estaba asociada con las corrientes de agua, los ríos, las fuentes y los
manantiales, pero sobre todo con los pozos. Vestir un pozo, danzando alrededor
de él mientras se anudaban tiras de tela de diversos colores, se consideraba
una manera de rendirle culto.
Siempre que se
presentaba a sus devotos, lo hacía en un entorno natural, a la vera de algún
árbol - sobre todo del roble - y se la creía la guardiana de la llama sagrada,
puesto que la leyenda aseguraba que nació con una lengua de fuego sobre su
cabeza, la cual podía conectarla con el espacio, el tiempo, así como con toda
la energía, forma y materia existente en el universo. Era la hija del rey
Dagda, padre además de los antiguos dioses irlandeses, llamados Tuatha de
Dánnan.
Aunque el
cristianismo se diseminó por Irlanda a partir del siglo V, el culto a la diosa
estaba tan enraizado entre la población local, que ni siquiera san Patricio pudo
erradicarlo, por lo que tuvieron que disfrazarla con un hábito, convirtiéndola
desde aquel entonces en santa Brígida de Kildare. El proceso de sincretización
religiosa trasformó también el antiguo templo del fuego en una iglesia, y a las
diecinueve sacerdotisas que tenían el deber de mantener encendida la llama
perpetua, en monjas católicas, imponiéndoles además un pasado afín al culto
dominante.
Según la invención cristiano-romana, treinta y cinco años
después de que san Patricio llegase a Armagh y fundase allí su primera gran
iglesia de piedra, santa Brígida se habría dedicado a constituir el convento de
Kildare. Hija de un rey pagano y de una esclava bautizada, se supone que arribó
hasta esta villa y que se construyó una celda para meditar a la sombra de un
roble. Como curiosidad, el significado gaélico de la palabra Kildare - Cill
Dará - es “iglesia del roble”, haciendo referencia al lugar donde la deidad
celta solía aparecerse. El magnetismo de su semblante atrajo por igual a
hombres y mujeres de la región, los cuales edificaron un convento doble
alrededor de la choza de la santa, adoptando para la nueva comunidad monástica
la regla de san Cesáreo.
Las abadesas de
su orden, emulando los ritos paganos, fueron tomando el mismo nombre de la
diosa, por lo que veremos a santa Brígida aparecer en decenas de fábulas sin
orden cronológico, e incluso muchas de ellas sin conexión aparente, aunque con
el deber común de mantener encendida esa llama eterna entre los muros del
templete anexo al convento, algo que el cristianismo más radical no supo
explicar muy bien, por lo que en el año 1220, el arzobispo de Dublín, Henry de
Loundres, en su afán de limpiar toda ascendencia celta de la religión romana,
ordenó que la llama fuese apagada definitivamente.
La tumba de
santa Brígida, junto a la del patrón de Irlanda, está localizada en la pequeña
localidad de Downpatrick, en la zona británica del norte del país. Aunque suele
pasar desapercibida para los tour-operadores y circuitos turísticos, al igual
que Kildare, puede que sea uno de los lugares más místicos de toda Irlanda,
donde, también hay que advertirlo, contrariamente al sepulcro de san Patricio,
el de santa Brígida se encuentra en algún lugar indeterminado alrededor de la
pequeña iglesia que corona el montículo, donde también se supone que descansan
los restos de san Columba de Iona.
La festividad de
santa Brígida “casualmente” coincide con la celebración celta de Imbolc -
asociada a la fertilidad –, pero además con la fiesta de la Candelaria – o
llama sagrada – que tiene su correspondencia con la purificación de la virgen
María en el Templo de Jerusalén. No obstante, y a pesar de la imposición del
catolicismo en Irlanda, la veneración a la diosa celta nunca dejó de darse en
el interior de las tapias que rodean el sagrado otero de Kildare.
- A finales del siglo pasado – siguió la
suma sacerdotisa - el fuego volvió a
prenderse oficialmente en un templete turístico situado a algunos kilómetros de
aquí. Los nuevos sacerdotes siguen intentando domesticar a la diosa, diciéndole
dónde y cómo debe manifestarse para no molestar demasiado. Pero nosotras seguimos
viniendo aquí, donde todo empezó, donde está Ella y donde debe permanecer.
¡Este lugar es nuestro! Irlanda también es mujer, ¿lo sabías? Quizás deberías
interesarte por conocer más la Antigua Tradición y dejar que ella también te
conozca…
Mientras el
fuerte viento agitaba su melena rubia, yo soñaba con otra época, con otra
cultura y con una espiritualidad que sin duda aquella mujer intentaba mantener
viva a toda costa. Sin proponérmelo, giré la cabeza hacia la derecha y pude
distinguir los vestigios de una cruz gaélica rota en su parte superior,
desgastada por el paso del tiempo. Curiosamente, ese símbolo reunía el
principio masculino y el femenino, el madero y la circunferencia, el legado
cristiano y el testamento celta; algo que no gustó demasiado a los cristianos
continentales, los cuales decidirán amputarle el círculo a toda costa.
- Nosotras no medimos el tiempo como vosotros – continuó - ni celebramos lo que vosotros celebráis.
Nuestros meses son trece y duran veintinueve días, como los ciclos de la luna,
como nuestros periodos biológicos; pero vosotros pensáis que el número trece da
mala suerte e intentáis esconderlo, como hacéis con Ella.
La dama de
blanco tenía razón. El calendario celta, según la placa de broce encontrada en
la localidad francesa de Coligny, datada en torno al año 100 a.C., es uno de
los pocos que intentaron mixturar las fases de la luna – nueva, creciente,
llena y menguante - con los ciclos del sol – solsticios y equinoccios - creando
así un calendario masculino y femenino llamado lunisolar. Como los meses se
contaban a partir de las fases lunares, solían tener algo más de veintinueve días,
por lo que había un desfase de once días con respecto a los trescientos sesenta
y cinco que marcaban los ciclos del sol. Estos días, al cabo del segundo o del
tercer año, formaban un nuevo mes que se añadía al almanaque para que las
cuatro fiestas mayores – Samhaín, Imbolc, Beltane y Lugnasar - cayeran en las fechas indicadas.
- Vuestro dios os legó dos mandamientos: que lo
amaseis a Él sobre todas las cosas y que amaseis también al prójimo como a
vosotros mismos. Sin embargo, nadie os obligó a proteger a la naturaleza, ni a
respetarla, ni a sacralizar las fuerzas que manan de ella… las mismas que
pretendéis someter. Tampoco habéis considerado “vuestro prójimo” a los
habitantes de los bosques, ni de los ríos, ni de las montañas.
Apesadumbrado,
no tuve por más que bajar la cabeza.
- Nuestra diosa es más sencilla, es madre, por
eso sabe lo que significa amar. También es guardiana, pero no ejerce su poder
destruyendo lo que odia, sino protegiendo lo que ama. ¡Esa es la diferencia!
Esta luz simboliza todo lo sagrado, el poder de lo divino, pero sobre todo el
poder del amor. Al dios del Antiguo Testamento le faltó amor, por eso los
hombres no dejáis de destruiros los unos a los otros constantemente, y de paso
destruís también el mundo. Muchos de vosotros venís aquí buscando un fuego que
os haga más fuertes… No habéis entendido
que la llama sagrada es en realidad el acto de dar a luz, algo que nos une
a todas las mujeres con la divinidad. En vuestra Biblia se dice que, al
principio, Dios creó la luz; por tanto, Dios es mujer, ya que el acto de dar a
luz y de crear la vida solo puede hacerlo una mujer. Antes de eso, el vientre
del universo era solo oscuridad. No obstante, la diosa creó… dio a luz. Esta
llama – dijo señalando la incipiente hoguera – debe quemar todo el odio que llevas
dentro, cambiándolo por amor y perdón. Una luz que te hará co-creador, junto a
nosotras, de un mundo mejor. ¡Ese es nuestro secreto! ¡Esa es verdaderamente la
resurrección!
Antes de
despedirme, quise preguntarle qué virtud había visto en mí para hacerme
depositario de aquel atávico secreto y qué debería hacer con él. A la sombra de
la iglesia del roble, en el corazón de la vieja isla esmeralda, con la luna
llena ocupando el lugar del sol y las estrellas titilando sobre el horizonte,
Brigid encendió la llama sagrada, me miró por última vez y me dijo: - Intenta calentar los corazones con mi
fuego -.
Extracto del libro: EL REGRESO DE LA DIOSA. Ediciones Almuzara.
http://almuzaralibros.com/fichalibro.php?libro=4488&edi=1