Cuando algunos me
preguntan por qué no he ido todavía a visitar Jerusalén, sabiendo lo que siento
por esta ciudad, yo les suelo contar esta historia...
Dicen que un peregrino llegó
a Isphahan y, dispuesto a entrar en una de sus muchas mezquitas, se fijó en algo
inusual. En la entrada de la misma, justo a dos palmos del suelo al lado de la
puerta, había un cartel en memoria de un hombre. Siendo esto poco habitual en
el Islam, y además situado en un lugar tan extraño, cerca del piso, quiso
conocer el por qué y, al preguntar, le dijeron:
"Hace mucho tiempo un hombre de origen andalusí tuvo un
sueño. Soñó con una preciosa mezquita la cual estaba siempre habitada por santos y santas, y la Presencia
de Dios jamás la abandonaba. Tanto le impresionó aquella
visión que, dejando casa, negocio, familia y todas sus pertenencias, recorrió
el mundo entero, desde Al–Andalus hasta China,
peregrinando de mezquita en mezquita buscando una en la que hallara la
Verdad. Siendo ya muy mayor, habiendo recorrido el mundo entero y conocido
todas las mezquitas, concluyó su aventura y se le podía ver sentado en la
puerta de ésta, la última del mundo, la última que le quedaba por visitar, sin
querer entrar porque con ella terminaría su búsqueda. Cuentan que el hombre
jamás traspasó sus lindes, que esperaba fuera rezando, mirando el horizonte,
suspirando y recitando el Sagrado Corán hasta que ya nadie lo volvió a ver
jamás. El mismo día en que desapareció, una lápida sin nombre apareció en el
cementerio, de la cual emanaba un intenso olor a almizcle. Nosotros hemos
dejado este monumento a él en recuerdo de su hazaña, justo en el lugar donde se
sentaba, ahí abajo, porque nunca abandonó su búsqueda, porque nunca abandonó
su sueño, siempre fue tras él.
Si hubiera pasado y no hubiera encontrado lo
que buscaba, habría muerto de dolor creyendo haber malgastado su vida. Pero si
hubiera entrado, igualmente su búsqueda habría terminado, y también habría
acabado su vida por carecer de otro sueño. Por eso se quedó aquí, en la puerta,
soñando y a la vez temiendo esta última mezquita."
En el lenguaje secreto de los
sufís, como la caja de Pandora, esta última mezquita representa la esperanza,
lo que nos hace seguir buscando. Esta mezquita final es dejar de leer las
últimas páginas de un libro que nos ha fascinado porque así nunca se acabará.
Es rozar los labios de la amada sin acabar de consumar el beso para sostenerlo
en el tiempo hasta la eternidad. La razón oculta por la que nunca decimos
adiós, sino hasta pronto. El anhelo interior que nos hace esperar en la puerta
del Templo del Señor anhelando y temiendo al mismo tiempo que sea
realmente la última mezquita porque habría acabado nuestra búsqueda. Es la
esperanza de seguir buscando, porque si Dios es Eterno, nuestra búsqueda deberá
igualmente ser eterna. Yo temo visitar Jerusalén porque quizás sea mi última
mezquita, y todavía no me he cansado de buscar ya que en cumplir mis sueños
dedico toda mi vida y eso es lo que me hace levantar cada mañana.
Aquel monumento en honor a
ese hombre tenía un nombre común, Abdullah, siervo de Dios, un nombre al que
podemos responder todos porque es masculino y femenino. Por tanto, aquel
monumento era un recuerdo a nuestro niño perdido, a los sueños que dejamos por
el camino y a la aventura de retomarlos. ¿Qué sería de mí sin mi búsqueda?
EXTRACTO DE: LA TABERNA DEL DERVICHE
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