El
Estado Iluminado del que nos habla la mística es un lugar donde no hay el menor
atisbo de oscuridad y la mente descansa en su estado primigenio. De esta forma
podemos decir que la mente y la forma se hacen una misma cosa, pues se han
unido en un todo armonioso y, aunque la materia esté ligada naturalmente a las
leyes causales, habrá trascendido el mundo fenoménico.
El dolor y la pena del alma es el
lenguaje secreto que utiliza Dios para decirnos:
“¡Búscame
con todas tus fuerzas, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todos tus
recursos! Nadie en la tierra puede calmar el dolor de quien se encuentra
sediento de cielo”
Y así nace la medicina del alma
de los derviches.
La primera vez que se
introdujeron instrumentos musicales en las ceremonias espirituales del mundo
islámico fue gracias a la inspiración del maestro Djalal al Din Rumi.
El canto del ney, según el Sheij
de Konya, se asemeja al lamento del alma por la separación de su Señor, la cual
se dio en tiempos sin principio. Los tristes sonidos del laúd y del timbal
están cargados de melancolía, y cuando escuchas al viento convertirse en notas
musicales, algo en el pecho se estremece. Cuando oyes la vibración de las
cuerdas quejarse de dolor y los golpes de los timbales acompasar el ritmo
sangrante del corazón, un antiguo pesar del alma emerge a la superficie.
Dejándote llevar por su canto, la
música sufí conduce al alma mortal hacia la comunión con esa parte de nosotros
mismos que espera pacientemente emprender el Camino de Retorno hacia su Señor.
El embrujo del laúd vuelve a reunir lo que un día se dividió… pero ese
encuentro se produce sin pesar, sin la sensación de aferramiento del propio ego
a su existencia ficticia.
La música sufí, por unos
segundos, apacigua la bestia que llevamos dentro y la conduce hasta su morada
original, donde se funde con la Realidad y desaparece.
Junto con el sonido de los
instrumentos, los derviches que seguimos el sendero de Rumi giramos en torno a
nosotros mismos, imitando así el movimiento de la forma en la Creación; lo que
algunos aseguran pudiera ser la oración primigenia que realizan, conscientes o
no, todos los seres.
Por tal razón, el derviche,
voluntariamente, danza con el cosmos girando hacia la izquierda, involucrándose
en el movimiento de todo lo que se manifiesta pues, como dice el Sagrado Corán:
“Toda la
Creación canta alabanzas al Señor de los mundos. Unos voluntariamente
y otros sin darse cuenta”
El movimiento de los astros
alrededor del sol, el flujo de la circulación de la sangre a través del cuerpo
circunvalando el corazón, el tawwaf de los peregrinos en la Kaaba o el camino de los ángeles cuando
dan vueltas alrededor del Trono de Dios es la oración original, voluntaria y
obligatoria en este mundo relativo pues, los elementos que componen los átomos
y que giran alrededor de su núcleo, realizan también este mismo ritual.
Los derviches giróvagos damos
vueltas en el sentido del universo, uniéndonos a él en adoración voluntaria a
nuestro Señor.
Al ver a los sufíes mevlevies,
algunos occidentales interpretaron que el giro incesante del cuerpo nos
sugestionaba, adentrándonos en una especie de trance producido por la pérdida
del control de los sentidos. Sin embargo, esta deducción es absurda, pues en
ningún momento el derviche pierde el norte a causa del giro, sino más bien todo
lo contrario. Con la experiencia del giro siente que su corazón se abre y purifica,
recuperando la Comunicación con el Todo que se manifiesta en lágrimas y Gozo.
Al ir practicando esta danza
cósmica, el derviche irá asimilando el movimiento, dándose cuenta de que, si
bien las primeras jornadas quizás caiga al suelo con los sentidos
distorsionados, cuando el estado real de introspección atrapa el corazón, el
giro será tan solo la forma exterior de la oración, pues la esencia se manifestará
en el alma, que es quien verdaderamente podrá experimentar el éxtasis.
Cuando el derviche danza, su pie
izquierdo será el nexo que lo unirá con la tierra constantemente, dando vueltas
al compás del cuerpo, sin elevarse del piso, mientras el pie derecho impulsará
el giro en sentido adverso a las agujas del reloj.
Contrariamente a las otras
técnicas, el punto de atención aquí será el corazón.
Si bien las manos estarán
recogidas primeramente sobre el pecho, como preservando una preciosa joya, irán
extendiéndose a medida que el giro vaya tomando cuerpo, asemejándose al
florecer de una rosa que abre sus pétalos para recibir la luz que proviene del
Sol de su Señor.
La cabeza estará levemente
inclinada hacia la derecha y los ojos quedarán entre abiertos.
Aprender a mantener la mirada
interior será fundamental para ir salvando los efectos embriagantes del giro.
Al extender los brazos,
permanecerán paralelos al piso. La mano izquierda estará vuelta hacia abajo, al
contrario que la derecha, que extenderá la palma hacia arriba.
Con el giro, Allah, Bendito sea,
si lo desea, enviará Su Aliento al giróvago, la Báraka, la cual penetrará en el
cuerpo a través de la mano que tenemos vuelta hacia el cielo, seguirá su camino
hacia el corazón, purificando el espejo donde se refleja, para salir al
exterior llegando a todas las criaturas a través de la mano izquierda. También
podrá entrar por nuestra coronilla y repartirse desde allí.
Sabemos que el samá produce y
proporciona sosiego mental comparable a los estados de calma más profundos a
los que también se puede llegar con las técnicas budistas e hinduistas, con la
única diferencia sustancial, obviando la devoción sufí a la única Deidad, del
movimiento implícito en esta práctica.
Si la admiración del baile de los
derviches, junto con la música del laúd y del ney, produce en el espectador un
impacto espiritual como pocas veces se haya podido experimentar, sentir el giro
al compás de la Danza del Cosmos puede abrir también nuestro corazón a otras
realidades. Es, sencillamente, otra
forma de rezar, otra manera de acercarnos a Dios.
Al mismo tiempo que giramos, la
recitación de los Nombres de Dios o el canto salmodiado de alguna oración será
también fundamental.
Girar con la música del laúd y
del ney de fondo puede ser una manera adecuada de introducirnos en la técnica.
Se siguen difundiendo, a pesar de
los años y de la masacre que sufrieron los miembros de la cofradía Mevlevi,
historias increíbles sobre las bendiciones del giro y los estados elevados de Maulana Djalal al Din Rumi.
Los poemas que escribió han sido
fuente de inspiración para místicos cristianos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa, y la gran mayoría de
occidentales que hemos entrado en la senda del misticismo sufi, debemos a los
poemas de Rumi e ibn al Arabi de Murcia, la gracia de habernos vuelto el
corazón hacia el Camino de la Unicidad.
En los círculos de Dhikr de
algunas tariqas se siguen contando relatos que aseguran que algunos de los
derviches de la escuela de Rumi, concretamente en Estambul, han sido tan
diestros aligerando la carga de sus corazones que, al realizar el giro, fueron
capaces de elevarse por los aires físicamente.
De igual forma se cuenta que los
discípulos más avanzados del Maestro de Konya, en aquellos tiempos, debían
alcanzar la misma realización para poder pertenecer a la cofradía.
Manuel, muchas gracias por abrirme una nueva puerta, no conocía la poesía de Rumi. Me he quedado cautivada.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias a ti hermanita, un abrazo
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