Cuando el Gran Espíritu imaginó al ser humano, lo plantó en la tierra y puso a su lado además a los animales, a las plantas, a los minerales y a los espíritus de las montañas y de los ríos. Al principio el hombre convivió con ellos en paz y llamó a la Tierra, Madre; y a los seres que la habitaban, Hermanos. Pero el ser humano pronto se quiso poner por encima de sus semejantes y se ensoberbeció. Mientras iba descubriendo su potencial, se fue volviendo cada vez más arrogante, hasta que finalmente se exilió a ciudades de cemento y hormigón, puso asfalto bajo sus pies para separarse de la Tierra y se olvidó del Gran Espíritu y de todos sus Hermanos. Cambió las praderas y las montañas por casas de piedra. Despreció el saber de los pueblos antiguos. Quemó en hogueras a los chamanes, contaminó los mares, taló los árboles, envenenó los cielos y asesinó a los habitantes de los bosques… Entonces el Gran Espíritu se enfadó y reunió a toda la creación en Sagrada Asamblea y acusó allí a los hijos de los hombres de volverse contra su Madre, la Tierra: Contra su Padre, el Cielo; Y contra sus Hermanos. Pero, de repente, de entre todos los espíritus, un pequeño delfín pidió permiso para hablar:
- Señor, el ser humano no es malvado. Yo juego con sus crías en las playas. Veo sus ojos centellear como las estrellas y puedo sentir el latido de sus corazones dentro de sus pechos. Sin embargo, los veo crecer en soledad, y por eso creo que han olvidado quiénes son en realidad. Si seguimos dejándoles solos, estaremos traicionándolos nosotros también. Señor, los seres humanos no son malvados, tan solo están perdidos -
Entonces el Gran Espíritu, conmovido, se llenó de alegría por las palabras del pequeño delfín y preguntó a los espíritus qué querían hacer con el ser humano. Y los espíritus del lobo, del tigre, del águila y muchos otros, dijeron:
- Oh Señor, déjanos caminar junto a ellos. Que cuando sueñen, nosotros nos metamos en sus sueños. Que cuando nos vean en la tierra, nuestros espíritus puedan viajar juntos, como si fueran uno. Que cuando miren los bosques, escuchen los sonidos de la selva y contemplen la luna llena, sientan el amor por la Madre Tierra brotar de nuevo en su interior y recuerden que forman parte de nosotros, y que nosotros formamos parte de ellos. Que cuando se tumben en las faldas de cualquier montaña, quieran subir a su cima para contemplar la belleza del mundo. Que cuando vean las aguas del mar desde la playa, inspiren en su alma canciones de paz. Que el hombre pueda volar con el halcón, aullar con el lobo y ser tan sabio como el búho. Y que, haciendo esto, se despierte en su interior el anhelo por el lugar que perdió junto a nosotros en la creación… -
Y así, todos los espíritus quisieron dar algo a los hombres para que pudieran recordar de nuevo su hogar y no se olvidaran jamás de quiénes eran. Pero al delfín, siempre fiel, amigo íntimo del ser humano, le fue encomendada la gran tarea de recoger las almas de los hombres y cruzar con ellos los grandes abismos de la inmensidad que se abren cuando se abandona el cuerpo. Pero el Gran Espíritu tampoco quiso abandonar al ser humano, y plantó dentro de él la semilla del recuerdo de lo que debería llegar a ser; Y les dio además inspiraciones para que se sentaran en silencio frente a la inmensidad a escuchar la canción de la creación que dice: - Mi Paraíso no está completo sin ti - Para contemplar el vuelo del águila y volar con ella. Para ver con los ojos del jaguar, y correr con él. Para buscar la sapiencia de la serpiente y para ser uno con la tierra, con los animales y con el Cielo.
Sin embargo el ser humano sigue perdido. Sigue asolando la tierra, quemando los bosques, ignorando al Gran Espíritu, exterminando a los animales y sigue sin querer escuchar la música de su corazón…
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