miércoles, 11 de octubre de 2017

ATRÉVETE A SOÑARTE


En alguna ocasión he oído decir que todos los cuentos tienen un final feliz, y que si éste todavía no ha llegado, es porque no es el final del cuento y hay que trabajar un poco más.
Desde que tengo memoria me he soñado a mí mismo delante de una máquina de escribir, golpeando con rapidez sus teclas para intentar encerrar en negro sobre blanco lo que se colaba en mi cabeza. Así pasé mi infancia, inventándome historias de dragones, princesas y magos, pues ésa era la única manera de traerlos a la realidad. Sin duda, el mundo que vivía dentro de mí me parecía bastante más divertido que el que encontraba fuera.
Poco a poco fui creciendo y, conmigo, mis sueños fueron haciéndose cada vez más grandes; tanto que ya no cabían en mi casa, ni en mi ciudad, ni siquiera en mi país… por lo que tuve que empezar a viajar. Con los viajes fui aprendiendo que ambos mundos, el de mi interior, y el de fuera, podían coexistir siempre que pasaran por el filtro de mi vieja Olivetti. Sin darme cuenta, con veintidós años, había recorrido medio planeta y escrito varios libros que, sin embargo, nadie quería publicar. ¡Pero no me rendí! Seguí escribiendo y enviando propuestas a casi todas las editoriales de España y Sudamérica. La mayoría de ellas nunca me contestaron, y las que lo hicieron, me devolvieron un amable mensaje, que previamente habían enviado a otros cientos de escritores noveles, sin ni siquiera haber valorado mi obra. Los años pasaron y las negativas se fueron acumulando. Con la crisis azotando nuestro país, las puertas se cerraron cada vez más. ¡Pero tampoco me rendí! Pedí ayuda profesional, consulté con algunas personas que habían conseguido publicar sus obras, pero todas me decían lo mismo: “ninguna editorial apostaría por alguien desconocido, por muy buenos que fuesen sus trabajos.”
Debo confesar que, por algún tiempo, estuve tentado a tirar la toalla… pero no lo hice. Seguí escribiendo, mandando mis propuestas y recibiendo negativas, pero ya me estaba acostumbrando. Entre tanto, también tuve que lidiar con los miserables que intentaban aprovecharse de la ilusión de los demás para sacar tajada. Muchos de ellos, al frente de supuestas editoriales, me prometían repartir los beneficios, lo que me pareció justo, pero también los gastos… aunque realmente todos los gastos fueran a salir del mismo bolsillo. ¡El mío!
Seguí viajando, seguí soñando y seguí escribiendo hasta que, mientras redactaba uno de mis sueños, tuve el presentimiento de que esa obra vería la luz. Es algo que no puedo explicar. De alguna forma tenía la certeza de que el Cielo me había escuchado y por fin la puerta a la que llevaba años llamando, finalmente se había abierto… Y así fue.
En 2015, una pequeña editorial se interesó por mi libro y meses más tarde salió a la luz “Del Taichi al Tao”. Nunca olvidaré las proféticas palabras de mi querido amigo Miguel Blanco: “Ya has empezado. A partir de ahora, no pararás.”
No se equivocó. Ese mismo año recibiría otra propuesta editorial y vería también la luz mi segundo hijo, “50 Cuentos Universales para sanar tu Vida”, de ediciones Cydonia, arropado por mi buen amigo Miguel Pedrero.
Cada vez que subía a Madrid, entraba en La Casa del Libro de Gran Vía para buscar mis dos obras y me quedaba allí, como un tonto, mirándolas en sus estantes, disfrutando del increíble sabor de los sueños cumplidos. Pero mi aventura no había acabado. Al cabo de algunos meses escuché a Manuel Pimentel presentando su última obra, “Leyendas de Tartessos”, en el programa de radio Espacio en Blanco, y pensé: - ¿Por qué no?
Sabiendo que era editor de Almuzara, le envié una obra imposible, un libro que había recibido la negativa de todas las editoriales del mundo. Nadie en su sano juicio consideraba rentable apostar por un libro sobre mística islámica con la que estaba cayendo. Recuerdo que era sábado cuando decidí enviarle a Almuzara mis “99 Cuentos y Enseñanzas Sufíes”. Lo que no me esperaba era que, el lunes siguiente, a las once de la mañana, Manuel me llamara para decirme que aquellos cuentos eran “una delicia” y que quería que trabajásemos juntos.
Tras colgar el teléfono tuve que parar el coche. No podía seguir conduciendo. Miré al cielo y dí las gracias, porque es de bien nacido ser agradecido, y más cuando Dios era el viento en mis velas. Así, en 2016 salía a la luz el buque insignia de La Taberna del Derviche, a día de hoy, uno de los más vendidos de su género.
El mundo siguió girando y yo escribiendo. Desde mis comienzos, otros tantos libros más salieron a la luz, el último de ellos ha sido “Juicio a Dios” Una obra que fluyó desde el principio a pesar de que nunca me había atrevido a escribir novela. Quizás con ningún otro haya recibido tantos mensajes, ni tan emocionantes en tan poco tiempo. Muchas personas, tras leerlo, han sentido la necesidad de comunicarse conmigo para expresarme lo que pasaba en su alma mientras caminaban con los protagonistas por Jerusalén, Cafarnaúm y Belén; o para preguntarme quién es Jason – uno de los enigmas de la trama.
Así, tras quince años de lucha, de negativas, de sinsabores, puedo decir que, a día de hoy, soy lo que siempre quise ser: escritor… aunque el sueldo no me dé para pagar la hipoteca. Pero es que a veces, en la vida real, hay que hacer algunas concesiones. Y, aunque es verdad que los sueños no se comen, también es verdad que los sueños son vida, que el salario de quien se ha olvidado de soñar debe ser muy amargo, y que los sueños hacen que te levantes cada mañana creyendo que hoy puede ser un gran día. Quien ha abandonado sus sueños, está como muerto. Pero quien se mantiene en la brecha, lucha porque sabe que, hasta que no consiga su objetivo, no es el final del cuento. 

«Cuando nací todo era felicidad. A los cinco años me obligaron a ir a la escuela hasta los veintiuno que acabé la carrera. Después me dijeron que tenía que buscar un oficio. Cuando ya tenía trabajo, me dijeron que me comprara una casa y un coche. Después que encontrara una esposa y que tuviera hijos. Cuando salía de un trabajo mal remunerado, al que tenía que acudir para pagar al banco el doble o el triple de lo que valía la casa y el coche, me ocupaba de educar a mis hijos y de hacer feliz a mi mujer. Llegaba a la cama absolutamente agotado. Me había convertido en un buen ciudadano, votaba cada cierto tiempo, animaba a mi equipo de fútbol, los veranos nos íbamos a la playa y era un excelente padre y marido. Los años fueron pasando y los sueños se fueron olvidando. Sentía cariño por mi pareja, pero ya no estaba enamorado. Mis hijos habían crecido y una extraña sensación se fue despertando en mi interior; empecé a darme cuenta de que había malgastado mi vida haciendo todo lo que se suponía que debía hacer. Mi identidad se había confundido con mis obligaciones, con mi trabajo y con mi familia. No sabía quién era, pero aún recordaba lo que me hubiera gustado ser. Sin embargo, ya era demasiado tarde para rectificar. Siguieron pasando los años y fui demasiado viejo para trabajar, ni siquiera podía valerme por mí mismo. Mi esposa falleció y mis hijos me internaron en una residencia. Entonces alguien me dijo que había llegado el momento de morir, sin comprender que llevaba muerto desde que me obligaron a vivir esta vida. Antes de exhalar mi último aliento, me pregunto: si tuviera otra oportunidad, si pudiera empezar a vivir ¿volvería a hacer lo mismo? ¿Volvería a obedecer a los que me robaron el alma, o me dedicaría exclusivamente a cumplir mis sueños, al margen de las normas sociales, y a buscar la felicidad construyendo una vida que fuese por completo mía?»

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