Extracto del libro: Viaje a la India para aprender Meditación. Ediciones Almuzara.
Intentar
transcribir en una hoja de papel lo que el corazón siente cuando los colores
del atardecer van surcando el cielo de Amritsar a la vera del Templo Dorado es
tanto como pedirle al mar que se contenga en el hoyo que un niño excava en la
arena de la playa. No obstante, deseando complacer a ese niño, y hacer que
sonría, las olas no dejan de intentarlo una y otra vez. De la misma manera, y
movido por ese mismo sentimiento amoroso, yo no dejo de intentar encerrar en este
libro las vivencias de mi océano interior para mostrarle al lector el sabor de
los frutos de mi búsqueda; la cual, llegados a este punto, creo que también se
ha convertido en su propia búsqueda, o al menos eso desearía.
Contemplando
tanta belleza lamento que, cuando era pequeño, nadie me enseñara en la escuela la
magia que se respira a la vera del canto salmodiado del Gurú Granth Sahib, ni
la sabiduría que encierra la reflexión silenciosa de sus numerosos versos. Desafortunadamente,
nada me dijeron de las joyas que llevo en mi interior, ni de cómo sacarlas
fuera de la mina del cuerpo. No me enseñaron a dominar mis pensamientos, ni a
subyugar mis bajas pasiones, ni a comprender mis instintos. Ningún libro de
texto me advirtió de la riqueza de la búsqueda espiritual, ni de la pobreza de
quien está sometido a la ignorancia, ni de la soledad del sendero del
conocimiento. Durante años, mis tutores se empeñaron en obligarme a memorizar
datos y más datos que para ellos resultaban importantísimos, ¡fundamentales!
Paradójicamente, nadie me enseñó lo único verdaderamente importante, lo
auténticamente fundamental, a conocerme a mí mismo, a buscar la
auto-realización y a ser mejor persona.
Los
sacerdotes que pretendían ser mis guías espirituales, no paraban de hablar del
Dios que habían leído en la Biblia. No obstante, no conocían nada de la
experiencia del Dios interior que había cimentado todas y cada una de las
palabras, y de los hechos, en la vida de mi querido Jesús de Nazaret. Un Dios
que se manifestaba en el interior de cada uno de nosotros, al cual solo podías
conocer mediante la experiencia directa. Pero, si ellos ni siquiera se conocían
a sí mismos, ¿cómo pretendían conocer a Dios?
Recuerdo que
cuando salí del instituto, podía recitar de principio a fin la dinastía de los
reyes godos, pero no podía comprender por qué los seres humanos sentimos miedo,
celos, ira y frustración. Todos aquellos que querían modelar mi futuro, tenían una
vida llena de sufrimientos debido a sus malas decisiones. Sin embargo,
pretendían ser un modelo de vida, procurando que todos los imitásemos. Únicamente
cuando me di cuenta de su locura, pude poner remedio a mi destino; tal vez por
eso decidí viajar a la India.
Aunque
resulta triste decirlo, en el poco tiempo que pasé al lado de Sheij Nazim, de
Baba, de Mehmet, y de Tenzin, había aprendido más de mí mismo, y del mundo, que
todos los años invertidos en mi educación occidental. Cuatro maestros que, con
su ejemplo, no paran de gritarle al mundo que el ser humano es mucho más que un
montón de deseos insatisfechos que malviven en un cuerpo, el cual tiene que
contentarse llenándose la panza, engordando el ego, y cincelando su propia
infelicidad a través de la adquisición de fama, objetos materiales, y
superficialidad.
Para los
Sijs, hay un único maestro, que no es otro que Dios, el Maestro Maravilloso. Por
tanto, un Sij del Gurú es un discípulo de Dios, sea como fuere que Él se nos haya
presentado. Vishnu, Shiva, Jesús y Krishna son Dios. Tu hijo, tu madre, tu
hermana, tu amigo y tu esposa son Dios. Pero Dios también puede ser una piedra
en el camino, tu peor enemigo, e incluso una situación adversa, en la medida
que todo eso te ayude a aprender una importante lección que te sirva para
crecer en sabiduría.
En esos
mágicos instantes en que los últimos rayos del sol se ocultan por el horizonte,
Amritsar se sume en el silencio y los peregrinos detienen su trajín alrededor
del lago sagrado - preludio de la tensa espera que antecede la apertura del
Gurú Granth Sahib –, disponiéndose a escuchar la canción del alma que compuso
Gurú Nanak. Una melodía que asegura que un solo Espíritu se mueve dentro de la
creación – Ik Om Kar -, coordinando, consolidando, continuamente creando. Un
Espíritu que también es nuestra verdadera identidad. Un Espíritu que,
transitando la inmortalidad, se convirtió en forma, moviéndose y manifestándose
por su propia pureza y proyección.
Quien
consigue comprender esta verdad, se hace uno con la Verdad. Empero, no podemos
caer en el pensamiento cartesiano occidental, ya que esta verdad no proviene de
ninguna ideología, ni de la razón, ni siquiera de la lógica. Ningún pensamiento
nos dará lo que buscamos, ya que el espíritu está por encima de cualquier pensamiento.
Wahegurú,
siendo como es, el creador de pensamientos, ¿qué pensamiento podría contenerlo?
Tan solo su recuerdo, la recitación de su sagrado Nombre, será el hoyo en la
arena de la playa que conseguirá liberar al ser humano de todo sufrimiento, de
su karma negativo, y de su propia Maya, pero no por sus propios méritos, sino
por el infinito amor del océano. De esa manera se consigue la comprensión y la
sabiduría, no por la mente, sino por la experiencia del amor que somete incluso
a la propia mente.
Cuando el
alma se sintoniza con el infinito, espontáneamente tiene que cantar, danzar, o
recitar poesía… De esa manera, el silencio se hace canción, y el meditador ya
no sabe qué es mejor, si callar o cantar, reír o llorar, beber o estar sediento.
Una canción acompaña al bebé cuando sale del silencio del vientre materno, y
una canción acompaña al moribundo antes del regresar al interior del útero de
la Eternidad. En ese cantar del alma, algunos se dedican a declamar las
virtudes del Señor, mientras otros no pueden ni siquiera recordar sus propios
nombres.
Cuando los
contrarios se juntan, el meditador acaba comprendiendo que el sol del espíritu
creador siempre ha brillado en el corazón de la oscuridad, iluminando a los
seres, haciéndolos transparentes, brillantes, divinos… Que la oscuridad es
maya, ¡no existe! Que jamás ha existido fuera de nuestra mente, y que todo el
universo y la creación es pura luz.
A la vera de
Undécimo Gurú, el tiempo de la recitación se va extinguiendo, respetando el
ritmo de las plegarias, hasta que los versos consagrados dejan su lugar al
murmullo de los peregrinos que salen de nuevo del complejo religioso. Entonces
el libro sagrado calla, cierra su cubierta, y es devuelto al lecho, donde será
arropado con telas de vivos colores hasta el próximo amanecer. Mientras, la
luna se refleja en las aguas trasparentes del lago que rodea el templete, y la
oscuridad deja ver por fin las estrellas titilando en el cielo. En estos
pacíficos momentos, la vida vuelve a su trajín, aunque muchos a mi alrededor prefieran
detenerse y sentarse en silencio a buscar el silencio. Sin embargo, yo sé que el
silencio no llegará, porque el espíritu que llevamos en nuestro interior no ha
dejado de cantar el Mul Mantra, la canción del alma que se pasea por el
exterior. Es aquí donde Dios me estaba esperando, y yo no lo sabía. Es aquí, desde
lo más profundo de mi propio ser, desde donde puedo llegar a la cercanía de su
Trono. Desde la más profunda oscuridad de mi interior, alcanzo el lugar donde
todo es luz, el séptimo cielo. Desde este lugar, en la India, logro divisar
Jerusalén. En el más recóndito silencio de mi mente, consigo escuchar mi
espíritu recitando la sílaba OM. ¿Qué puedo decir cuando descubro que hasta
el último átomo de mi ser está llamándote constantemente, oh Señor; cuando sé
que lo que creo que es mío, siempre ha sido tuyo? ¿Qué palabras – me pregunto –
podría yo decir para que mi mente no se separe nunca más de ti, y para que mis
ojos no dejen de contemplar tu santo Rostro? ¿Qué hacer ahora que he
descubierto que soy un sueño dentro de tu bendita mente; cuando lo soñado desea
comunicarse con el soñador dentro del sueño? Tal vez la respuesta sea soñar con
quien me sueña… y luego escribirlo en un libro para que otros también puedan
escuchar tu canción, probar tu sabor y danzar por tu amor.
Por mucho
que alguien rece y rece, quizás no sea escuchado. Por mucho que el hipócrita
grite, no será entendido. Pero, si alguien canta la canción del silencio,
habitará en las escalas musicales que se corresponden a los Siete Cielos, y
descubrirá que todos los elementos te cantan a ti, o noble Gurú. Que los seres
te cantan a ti, o ilustre Gobernador. Que las leyes te cantan a ti, oh Néctar
de la inmortalidad. Que la vida te canta a ti, oh Dador de vida. Que los
ángeles y los seres superiores te cantan a ti, oh Destructor de la ignorancia. Que
los cielos y la tierra te cantan a ti, oh Señor de señores. Que los hombres y
mujeres que han descubierto la pureza de su alma, te cantan y te alaban a ti en
todo momento y en toda circunstancia… y luego guardan silencio. Así hacen los
que practican meditación, los maestros espirituales y los que estudian las
escrituras sagradas. Así hacen los corazones y las mentes disciplinadas, los que
tienen los sentidos domesticados, los sabios, los que se inclinan y los que se
postran ante ti, los hijos de buenas familias, los pacificadores y los limpios
de corazón.
Aquellos
que, en el progreso de la Octava Ascensión, reconocen su pureza esencial y se
unen a Dios, se convierten en luces vivientes, ante los cuales toda la creación
se inclina. Meditando en el Uno, se transforman en la corte real de lo divino. Fluyendo
con el Dharma, el sufrimiento y el error se desvanecen, y el alma desemboca en
el océano de virtudes que llevamos en nuestro interior. Fluyendo con el Dharma,
el ciego recupera la vista y el paralítico se levanta de su silla para adorar a
su Creador. Fluyendo con el Dharma, el orante habita en todas las mansiones del
aprendizaje, y los golpes y los insultos de los demás ya no tocarán nunca más
su verdadero ser. Fluyendo con el Dharma, no tendrá que buscar atajos para
alcanzar la vida dentro de la vida. Fluyendo con el Dharma, los demonios no
resistirán su compañía, encontrará las puertas de la liberación, y llevará
consigo a todos sus seres queridos; porque se ha prometido que, en estos
tiempos, si un solo ser humano alcanza la Octava Ascensión, toda la humanidad
la alcanzará con él, beneficiándose de sus méritos.
Existen
mundos y mundos por encima y por debajo de nosotros, aseguraba Gurú Nanak.
Quien busca esos mundos, acabará cansándose. Pero quien te busca a ti, oh
Señor, se unirá a ti y se hará uno contigo, cantando tus virtudes, tus nombres,
tus cualidades y tus prodigios.
Más allá de
todo precio, está el conocimiento divino. Más allá de todo precio, está el amor
verdadero. Más allá de todo precio, está la servidumbre verdadera. Verdadero es
el increado Maestro de la Creación. Verdadera es su misericordia y verdadera es
su bondad. Verdadero es quien se sumerge en el silencio de la escucha y llega
al lugar donde todo es música. La visión se aclara para quien escucha
profundamente. El amor crece para quien escucha profundamente. Todos los
aspectos de la divinidad se juntan para quien escucha profundamente. Los
secretos se revelan para quien escucha profundamente. La inmortalidad pertenece
a quien escucha profundamente… y luego canta.
Caminar de
la oscuridad del ego a la luz del propio espíritu es lo que significa ser un
Sij del Gurú. Comprender y domesticar la mente es lo que significa ser un Sij
del Gurú. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, es lo
que significa ser un Sij del Gurú…
Palabra de
Dios.
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