“Y todos los levitas cantores (…) tocando címbalos, salterios y cítaras, y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas, se hacían oír al mismo tiempo alabando y celebrando a Yahvé diciendo:- Porque es Bueno, porque es Eterno Su Amor. - En esto que la Casa de Yahvé se llenó de una nube, y los sacerdotes no pudieron seguir con sus oficios pues la nube, que era la Gloria de Yahvé, llenaba la Casa de Dios” 2 Crónicas 5, 13
El Canto del Ruiseñor
Cuando el alma desea expresar su amor a Dios, las palabras se quedan cortas, la voz tiembla y tartamudea y el derviche desaparece. Llora y gime de pasión, ríe y dice cosas sin sentido. Así emerge la música del alma y la poesía mística, deseando dar forma a lo que no puede ser descrito, realiza el milagro y consuma el acto de Amor más sublime sosteniendo los estados de la Pasión. Anhelando poder compartir con todos el sabor de ese vino añejo que nos ha deleitado, emborrachándonos por completo, los sufíes cantamos, bailamos, lloramos y escribimos canciones y poesía.
Al comenzar este relato me pregunté: ¿Cómo puedo yo, un simple mortal, escribir un libro que hable de Dios?
Conclusión: ¡Es imposible!
No se puede describir lo Indescriptible ni se puede encerrar en palabras no que no puede ser contenido. No se puede nombrar la libertad pues, si la nombras, se hace menos libre. ¿Quién osará, entonces, creerse digno de narrar ni tan siquiera una pequeña parte la Sustancia de la Eternidad que se le ha dado a conocer?
Ante semejante tarea, los derviches, hablando de Dios, solo podemos guardar silencio. Pero lo que sí podemos hacer con maestría es expresar parte de lo que sentimos cuando Él se apodera de nuestras vidas, elevándonos hasta Sus Benditos Pies. No sabemos describir a nuestro Señor, pero sabemos qué pasa cuando lo acogemos en nuestras vidas.
Este sentimiento místico, incluso entre los sufíes, es tan raro que casi es proscrito y debe ocultarse de la vista de los demás. En la ortodoxia del Islam está mal vista la espontaneidad del Amante hacia su Señor. Es tan rara esta pasión, tan extravagante, que no es bien entendida por aquellos que no la tienen, y como el oro que no está acuñado, no se acepta y hasta se persigue y lapida.
La mediocridad, por ser cotidiana, ha pervertido la esencia, y, quien quiso domar el Espíritu, en su ansia por reformar lo que ya era perfecto, quiso quitar de la vista de los seres hasta la libertad de amar a su Señor como el alma quiera sentirlo y expresarlo.
En una ocasión, saliendo yo de una mezquita, un hombre se me acercó y me preguntó: -¿Qué oración has hecho? -
- La oración de la tarde - contesté.
- Aún no es la hora de esa oración, así que no te será contabilizada. -
Yo, encogiéndome de hombros, pregunté desconcertado - ¿Contabilizada dónde y para qué? -
Mi contertulio, que no esperaba aquella pregunta, terminó por vociferar - ¡En tu obligación con Dios como ordenó nuestro Profeta! En las cinco oraciones obligatorias que se deben realizar en su tiempo determinado como manda nuestra religión -
- ¿Sabe usted qué contenía mi oración? - pregunté mientras le miraba a sus ojos llenos de ira - ¿Sabe usted qué relación tiene mi alma con su Señor y qué confidencias mantienen entre ellos? ¿Sabe usted si todas las células de mi cuerpo se han inclinado ante Él o sólo he repetido palabras y gestos mecánicamente? ¿Quién es usted para decir lo que es grato a Dios o no en la oración de Su siervo? -
Desafortunadamente, aquel hombre no me entendió. Y, según la Ley islámica, tenía toda la razón. ¡Qué suerte haber conocido a Dios de la mano de Jesús el Nazareno y no por otras fuentes!
El primero en introducir instrumentos musicales en los Dhikr fue Djalal al Din Rumi, quien tuvo que luchar contra la oposición de los más ignorantes. A lo largo de la historia de la mística, los derviches han tenido que liberar sus sentimientos a través de un vehículo que, al salir al exterior, fecundara a la vez el alma de quienes les rodeaban con la semilla del Amor Divino. La música, si no está al servicio de Dios, es solo ruido y tiempo perdido. Trabajo al servicio del ego.
Los sufíes, lejos de querer vanagloriarse con estas obras, ponían sus composiciones al servicio de todos los miembros de sus cofradías, para que ellos, al oírlas, pudieran también a la vez saborear la Báraka Divina, aunque solo los verdaderos buscadores se vieran arrebatados por ellas. Algunas notas musicales, algunos instrumentos, fueron creados exclusivamente para adorar a nuestro Señor.
“¡Gritad de júbilo, justos, por Yahvé! De los rectos es propia la alabanza. ¡Dad las gracias a Dios con la cítara, salmodiad para Él con el arpa de diez cuerdas! Cantad para Él un canto nuevo, tocad la mejor música en aclamación. Pues recta es la Palabra de Yahvé, toda Su Obra está fundada en la Verdad. Él ama la Justicia y el Derecho. Del Amor de Yahvé está llena la tierra. Por la Palabra de Yahvé fueron hechos los cielos…” Salmo 33 (32)
El sonido del ney, semejante al lamento del espíritu que grita de pasión por su Señor, se hace majestuoso al compás del giro de los danzantes mevlevies. Los oboes son altivos en las estrofas secretas de las órdenes antiguas turcas e iraníes. El ritmo del tambor y los timbales han viajado siempre de la mano en los Dhikr que se realizan en el seno mismo del África negra ayudando a sus participantes a emprender el viaje desde lo finito hasta el Misterio.
Ciertas notas musicales que pasan desapercibidas entre los trastes y las cuerdas, entre los agujeros y el viento, si fueran sostenidas durante cierto tiempo, tendrían la propiedad de elevar el alma humana, seguida del cuerpo, haciéndola sintonizar con una vibración especial y prohibida.
En un sueño, cierto Maestro me aseguró que no hay diferencia real entre la materia y el espíritu, lo único que cambia es la vibración. La prakriti, al servicio del purusha, se convierte a la vez también en purusha.
Pues bien, ciertos sonidos tienen la propiedad de hacernos vibrar en esa frecuencia única, mostrándonos un mundo antes desconocido que late al unísono y al servicio de una melodía cósmica en la cual podemos fundirnos, al menos por unos breves instantes. Buscar esas notas, llamadas “Las Palabras del Ruiseñor”, y realizar música con ellas, uniéndolas a fórmulas increadas, reveladas directamente al espíritu por el Dueño del corazón del Enamorado, es el Dhikr Real.
Encontrar esta preciosa joya es tan raro, que quien la posee no quiere mostrarla por miedo a que venga el ladrón y la robe, o venga la polilla y la corroa. Por eso es el Tesoro que vuelve al hombre loco de pasión y lo convierte en un avaro. Cuando el músico y poeta mendicante obtiene el atajo al Trono de nuestro Señor, lo protegerá incluso con su vida, convirtiéndose su melodía en la Joya que satisface todos los deseos. Más valiosa que el oro pulido.
Hay una nota primigenia que suena en el silencio de Dios. Esa nota no puede ser descrita, pero suena en todo lo creado. Quien la oye la sigue. Quien jamás la ha buscado, jamás podrá oírla. No se la encuentra buscándola, pero solo quien la busca, la encuentra.
Quienes han desprovisto de Espíritu sus vidas, son locos materialistas pues anhelan lo mejor de este mundo y lo mejor del otro. Persiguiendo el fantasma que llevan dentro, han secuestrado la espontaneidad en el culto a Dios y se han vuelto violentos luchando contra el mismo Amor. Por eso, para preservar su posición, quien busca las notas de la vida, debe mantenerlo en secreto, cantarlas a los pies de montaña o en su cima, en el interior de una cueva, en el silencio del bosque o acompañado únicamente por Hombres Notables.
Si ha sabido descubrir su secreto, las piedras cantarán su melodía, los árboles se inclinarán con sus notas y el mundo de dentro y el mundo de fuera de juntarán durante el lapso de tiempo que dure un suspiro. Pero ese instante, para quien lo degusta, se vuelve eterno.
El canto del ruiseñor no pertenece a oriente ni a occidente, pero cuando es escuchado, cambia los corazones de los orientales y occidentales para que ambos entiendan la Lengua de los Pájaros.
El ruiseñor que ha encontrado la salida de su jaula, canta. El que no la ha encontrado, también canta pues sabe que su Dueño puede escucharlo. Quien no canta, ha muerto. El peor sonido de este mundo, es el rebuzno del asno.
“Me convierto al cristianismo en Sevilla, embrujado por los tambores de la Semana Santa.
Me hago moro en Granada, en el Paseo de los Tristes, fumando un narguile, suspirando por la Alhambra.
El Canto del Ruiseñor
Cuando el alma desea expresar su amor a Dios, las palabras se quedan cortas, la voz tiembla y tartamudea y el derviche desaparece. Llora y gime de pasión, ríe y dice cosas sin sentido. Así emerge la música del alma y la poesía mística, deseando dar forma a lo que no puede ser descrito, realiza el milagro y consuma el acto de Amor más sublime sosteniendo los estados de la Pasión. Anhelando poder compartir con todos el sabor de ese vino añejo que nos ha deleitado, emborrachándonos por completo, los sufíes cantamos, bailamos, lloramos y escribimos canciones y poesía.
Al comenzar este relato me pregunté: ¿Cómo puedo yo, un simple mortal, escribir un libro que hable de Dios?
Conclusión: ¡Es imposible!
No se puede describir lo Indescriptible ni se puede encerrar en palabras no que no puede ser contenido. No se puede nombrar la libertad pues, si la nombras, se hace menos libre. ¿Quién osará, entonces, creerse digno de narrar ni tan siquiera una pequeña parte la Sustancia de la Eternidad que se le ha dado a conocer?
Ante semejante tarea, los derviches, hablando de Dios, solo podemos guardar silencio. Pero lo que sí podemos hacer con maestría es expresar parte de lo que sentimos cuando Él se apodera de nuestras vidas, elevándonos hasta Sus Benditos Pies. No sabemos describir a nuestro Señor, pero sabemos qué pasa cuando lo acogemos en nuestras vidas.
Este sentimiento místico, incluso entre los sufíes, es tan raro que casi es proscrito y debe ocultarse de la vista de los demás. En la ortodoxia del Islam está mal vista la espontaneidad del Amante hacia su Señor. Es tan rara esta pasión, tan extravagante, que no es bien entendida por aquellos que no la tienen, y como el oro que no está acuñado, no se acepta y hasta se persigue y lapida.
La mediocridad, por ser cotidiana, ha pervertido la esencia, y, quien quiso domar el Espíritu, en su ansia por reformar lo que ya era perfecto, quiso quitar de la vista de los seres hasta la libertad de amar a su Señor como el alma quiera sentirlo y expresarlo.
En una ocasión, saliendo yo de una mezquita, un hombre se me acercó y me preguntó: -¿Qué oración has hecho? -
- La oración de la tarde - contesté.
- Aún no es la hora de esa oración, así que no te será contabilizada. -
Yo, encogiéndome de hombros, pregunté desconcertado - ¿Contabilizada dónde y para qué? -
Mi contertulio, que no esperaba aquella pregunta, terminó por vociferar - ¡En tu obligación con Dios como ordenó nuestro Profeta! En las cinco oraciones obligatorias que se deben realizar en su tiempo determinado como manda nuestra religión -
- ¿Sabe usted qué contenía mi oración? - pregunté mientras le miraba a sus ojos llenos de ira - ¿Sabe usted qué relación tiene mi alma con su Señor y qué confidencias mantienen entre ellos? ¿Sabe usted si todas las células de mi cuerpo se han inclinado ante Él o sólo he repetido palabras y gestos mecánicamente? ¿Quién es usted para decir lo que es grato a Dios o no en la oración de Su siervo? -
Desafortunadamente, aquel hombre no me entendió. Y, según la Ley islámica, tenía toda la razón. ¡Qué suerte haber conocido a Dios de la mano de Jesús el Nazareno y no por otras fuentes!
El primero en introducir instrumentos musicales en los Dhikr fue Djalal al Din Rumi, quien tuvo que luchar contra la oposición de los más ignorantes. A lo largo de la historia de la mística, los derviches han tenido que liberar sus sentimientos a través de un vehículo que, al salir al exterior, fecundara a la vez el alma de quienes les rodeaban con la semilla del Amor Divino. La música, si no está al servicio de Dios, es solo ruido y tiempo perdido. Trabajo al servicio del ego.
Los sufíes, lejos de querer vanagloriarse con estas obras, ponían sus composiciones al servicio de todos los miembros de sus cofradías, para que ellos, al oírlas, pudieran también a la vez saborear la Báraka Divina, aunque solo los verdaderos buscadores se vieran arrebatados por ellas. Algunas notas musicales, algunos instrumentos, fueron creados exclusivamente para adorar a nuestro Señor.
“¡Gritad de júbilo, justos, por Yahvé! De los rectos es propia la alabanza. ¡Dad las gracias a Dios con la cítara, salmodiad para Él con el arpa de diez cuerdas! Cantad para Él un canto nuevo, tocad la mejor música en aclamación. Pues recta es la Palabra de Yahvé, toda Su Obra está fundada en la Verdad. Él ama la Justicia y el Derecho. Del Amor de Yahvé está llena la tierra. Por la Palabra de Yahvé fueron hechos los cielos…” Salmo 33 (32)
El sonido del ney, semejante al lamento del espíritu que grita de pasión por su Señor, se hace majestuoso al compás del giro de los danzantes mevlevies. Los oboes son altivos en las estrofas secretas de las órdenes antiguas turcas e iraníes. El ritmo del tambor y los timbales han viajado siempre de la mano en los Dhikr que se realizan en el seno mismo del África negra ayudando a sus participantes a emprender el viaje desde lo finito hasta el Misterio.
Ciertas notas musicales que pasan desapercibidas entre los trastes y las cuerdas, entre los agujeros y el viento, si fueran sostenidas durante cierto tiempo, tendrían la propiedad de elevar el alma humana, seguida del cuerpo, haciéndola sintonizar con una vibración especial y prohibida.
En un sueño, cierto Maestro me aseguró que no hay diferencia real entre la materia y el espíritu, lo único que cambia es la vibración. La prakriti, al servicio del purusha, se convierte a la vez también en purusha.
Pues bien, ciertos sonidos tienen la propiedad de hacernos vibrar en esa frecuencia única, mostrándonos un mundo antes desconocido que late al unísono y al servicio de una melodía cósmica en la cual podemos fundirnos, al menos por unos breves instantes. Buscar esas notas, llamadas “Las Palabras del Ruiseñor”, y realizar música con ellas, uniéndolas a fórmulas increadas, reveladas directamente al espíritu por el Dueño del corazón del Enamorado, es el Dhikr Real.
Encontrar esta preciosa joya es tan raro, que quien la posee no quiere mostrarla por miedo a que venga el ladrón y la robe, o venga la polilla y la corroa. Por eso es el Tesoro que vuelve al hombre loco de pasión y lo convierte en un avaro. Cuando el músico y poeta mendicante obtiene el atajo al Trono de nuestro Señor, lo protegerá incluso con su vida, convirtiéndose su melodía en la Joya que satisface todos los deseos. Más valiosa que el oro pulido.
Hay una nota primigenia que suena en el silencio de Dios. Esa nota no puede ser descrita, pero suena en todo lo creado. Quien la oye la sigue. Quien jamás la ha buscado, jamás podrá oírla. No se la encuentra buscándola, pero solo quien la busca, la encuentra.
Quienes han desprovisto de Espíritu sus vidas, son locos materialistas pues anhelan lo mejor de este mundo y lo mejor del otro. Persiguiendo el fantasma que llevan dentro, han secuestrado la espontaneidad en el culto a Dios y se han vuelto violentos luchando contra el mismo Amor. Por eso, para preservar su posición, quien busca las notas de la vida, debe mantenerlo en secreto, cantarlas a los pies de montaña o en su cima, en el interior de una cueva, en el silencio del bosque o acompañado únicamente por Hombres Notables.
Si ha sabido descubrir su secreto, las piedras cantarán su melodía, los árboles se inclinarán con sus notas y el mundo de dentro y el mundo de fuera de juntarán durante el lapso de tiempo que dure un suspiro. Pero ese instante, para quien lo degusta, se vuelve eterno.
El canto del ruiseñor no pertenece a oriente ni a occidente, pero cuando es escuchado, cambia los corazones de los orientales y occidentales para que ambos entiendan la Lengua de los Pájaros.
El ruiseñor que ha encontrado la salida de su jaula, canta. El que no la ha encontrado, también canta pues sabe que su Dueño puede escucharlo. Quien no canta, ha muerto. El peor sonido de este mundo, es el rebuzno del asno.
“Me convierto al cristianismo en Sevilla, embrujado por los tambores de la Semana Santa.
Me hago moro en Granada, en el Paseo de los Tristes, fumando un narguile, suspirando por la Alhambra.
Retorno a mis orígenes en Toledo, vagando por el barrio antiguo vuelvo a jurar la Ley Mosaica.
Pero cuando cae la noche, cuando la oscuridad se extiende, en el silencio de mi alcoba, solo queda alguien, mi Señor, que te ama y que por Ti llora.” Manuel J. Fernández
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