En el principio sólo estaba el Gran Espíritu. Él era la quietud y el silencio; era un tesoro oculto pero quiso ser descubierto. Entonces, dentro de Sí Mismo, creó el movimiento y se manifestó como la eclosión de los universos, que fueron semejantes a corazones en un infinito cuerpo. Así, del silencio, surgió el sonido; una ilusión preñada a la vez de vacío.
Y el Gran Espíritu soñó además los mundos y a los seres que los habitarían como quien se cuenta un cuento a Sí Mismo. Se formaron entonces los mundos en base a los cuatro elementos y sus combinaciones dentro del espacio y el tiempo. Así, el Gran Espíritu imaginó al ser humano perfecto y, como una semilla que debía germinar y evolucionar, lo plantó en la tierra y lo dividió en millones de cuerpos.
Creó también a los animales perfectos, a las plantas, a los minerales, a los espíritus, a las montañas y a los ríos, y también distribuyó sus reflejos entre la tierra, y al principio el hombre convivió con todos y llamó a la Tierra su Madre y a los seres que la habitaban sus hermanos.
Pero el “hombre blanco” pronto se quiso ver por encima de todo y se ensoberbeció. Mientras iba descubriendo su potencial, se fue volviendo cada vez más arrogante, hasta que finalmente dio la espalda a sus hermanos y levantó su mano contra la Tierra y la envenenó. Entonces llamó Dios al Gran Espíritu, cambió las praderas y las montañas por casas de piedra donde habitaba aquella deidad, tomó el saber de los ancestros de los pueblos nativos y los aniquiló, quemó en hogueras a los hombres medicina, contaminó los mares, taló los árboles, asesinó a los habitantes de los bosques, envenenó los cielos y la tierra, cazó para matar, no para comer, y se refugió en poblados de cemento y hormigón.
Entonces el Gran Espíritu se enfadó mucho con los hijos de la Tierra y los condenó al sufrimiento, a no satisfacer nunca sus deseos, a la soledad aun rodeados de gente, a la tristeza, a la melancolía, a la ansiedad y a una pena que nada podía curar.
Después reunió a toda Su creación y acusó al hombre, destapó su ignorancia y su maldad y quiso destruirlo, pero algunos seres pidieron permiso para interceder; El espíritu del lobo, del cóndor, de la serpiente, del jaguar, del caballo, del árbol, de la montaña, del río, junto con otros, dijeron al Gran Espíritu:
“Si dejamos al hombre solo, estaremos cayendo en su mismo error, abandonando también a nuestro hermano”
Y el Gran Espíritu, conmovido, se llenó de alegría y preguntó a los espíritus qué querían hacer por el hombre. Y los espíritus dijeron:
“Déjanos caminar con él, a su lado. Que cuando sueñe, nosotros le recordemos quién es, que cuando vea a nuestros reflejos en la tierra, puedan viajar juntos como si fueran uno, que cuando divise la naturaleza, escuche los sonidos de la selva y contemple las estrellas y la luna a la luz del fuego, sienta el amor de la Madre Tierra brotar de nuevo en su interior y sienta que forma parte de toda la creación.”
Así, el Gran Espíritu no abandonó al hombre y plantó dentro de él la semilla del recuerdo de lo que podría llegar a ser, y le dio además inspiraciones e hizo brotar de nuevo en la naturaleza las plantas de poder para que el hombre pudiera volver a ver a los espíritus de los elementos, de los animales, de los otros mundos y que su dolor se calmara si regresaba a su origen.
Y le dio los sueños y las abstracciones en las noches de luna llena, las formas mágicas del humo del tabaco, el arrobamiento ante la inmensidad de la selva, bajo la majestuosidad de la montaña, a la sombra del misterioso silencio del árbol centenario, contemplado la grandeza del cielo escuchando el aullar del lobo.
También vinculó su alma al espíritu de uno de los animales que intercedieron por él, para que viajaran juntos y así poder recordar su antiguo vínculo con la naturaleza. Y de repente volvieron a surgir los chamanes, hombres que podían hablar con el Gran Espíritu, pero que tenían prohibida Su Esencia y solo alcanzaban a ver el sueño que Dios ideó para el ser humano, porque cuando alguien hablaba del Gran Espíritu, Él cambiaba y huía como un cervatillo asustado.
Y los chamanes alentaron a sus hermanos a regresar al Plan Original de la Creación, ocupando su lugar dentro de la naturaleza volviendo a ser hermanos de los animales, de los vegetales, de los minerales, del viento, del fuego, del agua y de los espíritus...
Volvieron a enseñar al hombre a sentarse en silencio frente a la inmensidad de la selva, a contemplar el vuelo del águila y a volar con ella, a ver con los ojos del jaguar, a buscar la sabiduría de la serpiente y a aullar como el coyote. Les enseñaron a respetar a la Madre Tierra, a equilibrar a los abuelitos, los elementos, a buscar al espíritu animal que les fue otorgado, a abrazar al árbol y a proteger la vida. Entonces se crearon los Círculos Sagrados del Retorno, donde el hombre podía regresar voluntariamente a su antigua condición...
Extracto de mi último libro: El Chamán y el Gran Espíritu
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