Tengo que reconocer que cuando oí hablar de la
meditación, algo en mi interior se sintió muy atraído. Viendo las figuras en
posiciones de loto o medio loto, algo se movía dentro de mí como rememorando
algo que quizás había quedado enterrado con el pasar de los años. Hasta
entonces había recorrido gran parte del camino asido a un mundo de ideas,
reflexiones filosóficas, ritos, religiones, viajes a lugares sagrados extraños
y maravillosos pero nunca había explorado los rincones más ocultos de mi ser.
Si bien el viaje exterior me había llevado a buen puerto, aún me faltaba,
siguiendo el hilo de Ariadna, entrar en el laberinto del viaje interno, mucho
más espeso y tenebroso.
Así deseé
aprender el arte de la meditación y descubrí que meditar no es sentarse e intentar
vaciar la mente a expensas del tiempo dejando pasar el ahora sumido en un
laberinto de sueños. ¡No! La meditación es una ciencia tan antigua como el
hombre o quizás más. Un compendio de técnicas de autoconocimiento que fueron
utilizadas por los más grandes eruditos a través de diferentes culturas. Poco a
poco fui descubriendo que los místicos de todas las religiones utilizaron las
técnicas meditativas para conectar con la Realidad. No obstante, el camino
estaba lleno de peligros, de pruebas y de acertijos.
Como la Realidad Absoluta y la Relativa no caben en un
mismo recipiente, una de las dos debe ser retirada para que la otra encuentre
el vaso limpio. ¡Ésa era la clave! Vaciarnos de nuestra verdad individual para llenarnos
de Verdad Absoluta. Eliminarnos del todo para que Ella nos llene.
De esta manera, budistas, hinduistas, cristianos
gnósticos y sufíes comprendieron que para realizar el viaje interior primero
debían calmar los movimientos dentro de sus mentes y después asomarse al abismo
y poder ver con claridad la esencia de la consciencia, el material secreto muy
sutil y luminoso del que se compone el universo. Asomarse al universo interno
requiere haber experimentado su llamada, el deseo de aprehenderlo, de fundirse
con Él desechando todo condicionamiento. Esta unión mística es llamada por los
sufíes “faná”, “samapatti” por budistas, “teofanía”
por los cristianos y “éxtasis” entre
los hindúes.
Curiosamente, esto ha resultado ser harto difícil pues
nuestra yoidad nos acompaña de manera latente allá donde nos dirijamos. Ella es
el producto del karma generado desde tiempos sin principio que va madurando en
el ahora. Factores genéticos, cuerpo, tendencias, hábitos, capacidades… todo es
producto de nuestro pasado. Así como el presente será el germen del futuro. A
través de esta revelación podemos descubrir que, por muy elevada que sea
nuestra maestría en la meditación, si no nos hemos destruido a nosotros mismos,
estaremos sembrando nuevas semillas condicionantes. Jesús dijo; “Para alcanzar el Reino de los Cielos debéis
nacer de nuevo” Los que le rodeaban, porque no entendían, le preguntaron: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?”
Como hemos dicho, el principio de toda meditación es
tratar de calmar los movimientos mentales. Como podremos comprobar, esta
técnica no destruye nuestra visión ilusoria de la Realidad, no obstante,
podemos aprender muchas cosas con ella que nos ayudarán a evolucionar.
“¡Busca la Realidad! No la
encontrarás jamás, porque ella no es de este mundo, pero al menos te acercarás.” Sabiduría
Mística Cristiana
Los grandes eruditos que consiguieron acercarse a
Finisterre trajeron algo de la Inmensidad con ellos. A este regreso los sufíes
le llamaron “Baqá”, los budistas e
hindúes “Iluminación”, y los
cristianos “Santidad”. Pero, como lo
Infinito no puede ser comprendido por lo finito, Su Realidad, aunque más
perfecta, seguía teniendo rasgos de su propia yoidad y karma. De ahí que,
aunque unos pocos llegaran al mismo lugar, sin embargo lo percibieran y
describieran de manera distinta. Esta disparidad demuestra lo terriblemente
difícil que resulta deshacernos del hombre viejo y de ahí que se crearan
distintas escuelas de pensamiento, pues ninguno consiguió sacarse del todo su
ojo para ver la Realidad con los ojos de la Realidad misma. ¿Cómo puede un
pequeño hoyo en la arena de la playa contener el inmenso mar?
Aunque hemos visto lo importante que es la técnica,
común en las escuelas más serias, de calma mental, algunos utilizan después el
canto de mantras y, aunque muy efectivo para purificar karma, armonizar
energías y cambiar hábitos, es un proceso muy lento. Vipassana, o meditación de
Visión Profunda, igualmente te conduce hacia las Puertas de la Realidad Divina
haciéndote experimentar realidades más sutiles como que todo cambia, que la
materia está compuesta de múltiples elementos que pueden dividirse
infinitamente, que el vacío es forma y la forma es vacío, que la naturaleza de
la mente es luminosa, omnisciente y no tiene principio ni fin etc., pero,
cuajada de la doctrina budista, al final coarta la libertad del meditador, a
quien se le ha instruido previamente sobre lo que va a encontrar y predispuesto
a entenderlo de una manera muy particular.
Puede que, como dice el adagio, el hombre no pueda
vaciarse completamente de sí mismo para llenarse de Inmensidad. Olvidar todos
los dogmas, predisposiciones culturales, religiosas y filosóficas que nos han
impuesto. Desechar los colores de la visión ajena para intentar ver por
nosotros mismos. Si alguien lo consiguiera quizás Ella se le mostraría
libremente. Puede que de esa manera alcance la Unicidad Real o cree el karma
necesario para conseguirlo algún día no muy lejano. Solo Dios lo sabe. Esa es
nuestra elección y nuestro camino se crea bajo nuestros pies conforme vamos
caminando. Así, meditar es evolucionar. Ser autónomos y escoger nuestras
propias respuestas. Desear asomarte al abismo, mirar y ver para que nadie nos
diga a qué sabe el universo y poder saborearlo nosotros mismos. Liberando la
mente te asomarás al Infinito. Llenándote de Infinito te vaciarás de dualidad,
comulgando con el Uno destruirás el dos, respirando Verdad exhalarás ilusión de
realidad, olvidándote de Ti recordarás al Dios que olvidaste.
El Paraíso que buscamos quizás se encuentre en sí
mismo. Paz en paz, amor en amor, verdad en verdad y Realidad en la Realidad
pero, mientras siga habiendo una sola criatura viva en la creación seguirá
habiendo al menos un camino hacia Dios.
Para estos nuevos tiempos debemos encontrar una nueva
forma de acercarnos a Dios. Una que, de tan novedosa, sea realmente la más
antigua, donde, sentados, viajemos hasta el Señor a través de nosotros mismos. Sin
ritos, sin dogmas, sin sacerdotes que intenten ponerse entre nosotros y la
Eternidad, porque la Eternidad nos pertenece a todos, o más bien somos nosotros
quienes le pertenecemos a Ella. Comprender que esa libertad es nuestro derecho
exclusivo e inalienable es meditar. Encontrarte frente a frente con lo
pacífico, lo armonioso, lo soberbio, lo magnífico, eso es meditar.
Nadie puede pretender hablar de Dios sin encarcelarlo,
pero sí podemos hablar de lo que sentimos cuando Él nos visita. Pregunten a una
madre que acaba de dar a luz, cuando ponen a su hijo recién nacido sobre su
pecho si no es capaz de ver a Dios en ese momento. Pregúntenle si cuando, a
escondidas le ve dormir y vela por él no siente el amor de Dios en su interior
fluyendo con la vida. Pregunten al enamorado antes de ver a su amada después de
largo tiempo de ausencia o al perro que es fiel a su amo y hace mil travesuras
para conseguir una caricia si no es Dios quien se manifiesta.
Porque hemos evolucionado, nuestra visión de Dios
también debe evolucionar y desvincularse de quienes quieren secuestrar nuestra
alma haciendo un dios tan pequeño como sus propias mentes enfermas. Dios es
libertad y el ser humano debe buscar su camino hacia Él tal como se le haya
revelado. El camino hacia Dios es el que te hará mejor persona, todo otro será
inferior. ¡Eso es meditar! He aquí mi religión; seguir a Jesús para aprender a
amar. Sé que no soy santo, pero aspiro a la santidad.
Los
hombres de cualquier religión, de cualquier nacionalidad o filosofía, pugnan en
su camino por convertirse en algo o llegar a alguna parte. Jesús, sin embargo,
nos invita a no-ser. A desprendernos de nosotros mismos para subsistir en el
Amado.
Años
después de la muerte y resurrección del Hijo del Hombre, llamaron a la puerta
de la casa de Santiago. Cuando preguntó qué querían, una voz contestó: - Ver a Santiago - pero él respondió: - No sé nada de él desde hace mucho tiempo -
Jesús solía preguntar: - ¿Habéis visto alguna vez a alguien ausente y presente al mismo tiempo?
Miradme, yo vivo entre la multitud pero mi corazón está siempre con mi Padre.
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