Hace mucho
tiempo, un sultán muy sabio, conociendo que su hora estaba cercana, llamó a su
hijo y le dijo:
- He guardado todos mis
tesoros en tres tinajas y las he escondido por el reino. La primera reporta
felicidad para uno mismo y está oculta en la ciudad de los mendigos. La segunda
reporta felicidad para los demás y está guardada en la casa del gran maestro
sufí que vive bajo la montaña. La tercera revela el secreto de la Faz de Allah
y está depositada en la cima de esa misma montaña. Debes encontrarlas, no sea
que caigan en malas manos y llegues a perder tu reino –
Así, el príncipe,
deseando felicidad para sí mismo, bajó primeramente a la ciudad de los mendigos
y pasó algún tiempo buscando la tinaja por entre sus calles y chozas. No
obstante, viéndose rodeado de tanta miseria y sufrimiento, su corazón se
conmovió, olvidó el tesoro, y trató de ayudar a toda esa gente. Pero descubrió igualmente
que no sabía cómo hacerlo y recordó que el derviche de la montaña poseía la
tinaja que procuraba felicidad para los demás, y encaminó sus pasos hacia donde
vivía.
Cuando encontró
al maestro, descubrió que era un hombre sin apenas posesiones, que se
resguardaba en una cueva, con sólo una escudilla de barro para comer, además de
un rosario de madera, y dudó que pudiera poseer ningún tesoro. Sin embargo, le
preguntó por la ubicación de la segunda tinaja.
El anciano,
afirmando con la cabeza, le dijo que solamente le revelaría su escondite si
pasaba un año viviendo con él. Así, obligado por esta condición, el príncipe se
convirtió en un pobre ermitaño. Cada mañana se levantaban muy temprano haciendo
sus abluciones con la nieve antes de la oración ritual y pasaban el resto del
día buscando semillas y raíces para comer, leyendo el sagrado Corán y limpiando
los caminos y el cauce del río para que no obstruyese su caudal y llegase al
pueblo sin problemas.
Poco a poco,
el joven fue encontrando la paz del alma junto a su maestro, hablando apenas
nada, privando al cuerpo de comodidades y dedicándose únicamente a la búsqueda
de la Santidad, obteniendo, sin darse cuenta, el tesoro de la primera tinaja, la paz para sí mismo.
Pero, cierto
día, sintió en el corazón que necesitaba con todas sus fuerzas contemplar la
Faz de Allah y decidió subir a la cumbre en busca de la tercera tinaja. Así, despidiéndose
de su maestro, emprendió el camino hacia la cima.
Cuando llegó
a lo alto, una experiencia le sobrevino. Allá donde mirara podía contemplar el
Cuerpo de Dios, pero bajo la montaña, en los arrabales, lo que otros llamaban
la ciudad de los mendigos, estaba la Faz de Allah.
Asombrado,
con el corazón encogido, comprendió entonces la ubicación del tesoro de la segunda
tinaja.
Bajó de la
montaña y, ahora que había encontrado el secreto de la felicidad para uno mismo,
que había visto la Faz de Allah, dedicó su vida a trabajar sirviendo a los
demás para poder heredar de este modo el reino que su padre le había prometido.
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