martes, 25 de agosto de 2015

Las Brujas de Ávalon y la Búsqueda del Grial



En el extremo oeste de Inglaterra se yergue desde tiempos inmemoriales la pequeña villa de Glastonbury, uno de los lugares más mágicos del planeta, morada de hadas, lugar de encuentro con el misterio y reducto imperecedero de la espiritualidad celta, que se encuentra presente aún hoy en toda la región.
Cuenta la leyenda que aquí terminó la historia del Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda, cuya tumba, que ampara el cuerpo de un hombre de dos metros y medio de altura, junto al de una mujer de cabellos rubios, la Reina Ginebra, se puede visitar en las ruinas de la antiquísima Abadía del lugar.
Pero todo comenzó cuando José de Arimatea, el hombre justo que solicitó a Pilato el cuerpo de Jesús según las escrituras, fue acusado de robar su cadáver para hacer creer al pueblo que había resucitado, y por tanto enviado a la cárcel sin comida ni bebida para morir de inanición. Sin embargo, durante su encierro, Jesús se le aparecería milagrosamente para entregarle el Santo Grial, la Copa Sagrada que recogió su sangre, además de una oblea con la que mantenerse. Un alimento que, más que físico, era espiritual, pues confirió a este hombre, aparentemente normal, una posición superior a la de cualquier otro de los apóstoles.
Desde aquel momento, José de Arimatea se convertiría en el primer Custodio del Grial, de una sabiduría que debía transmitirse solamente a los que fueran merecedores de ella. El auténtico legado de Jesús de Nazareth que ahora se establecía en una sagrada asamblea de hombres y mujeres perfectos que se llamaría La Mesa del Grial, donde solo unos pocos, tras arduos esfuerzos por tratar de ser mejores personas, eran invitados.
Tiempo después, cuando José es liberado, huyendo de los enemigos de Cristo que también perseguían su muerte, se exiliaría llevando el Grial y el Evangelio Místico, no el credo paulista ni la visión que Pedro estableció en Roma, a Britania, concretamente a Glastonbury, donde fundó la primera iglesia cristiana esotérica.
Curiosamente, cuando san Agustín llegó a este lugar enviado para cristianizar a los paganos, encontró aquí una iglesia muy bien asentada y compleja a la cual no encontró explicación.
Es en Glastonbury donde, cuenta la tradición, José escondería la Copa, donde, como ya hemos dicho, se encuentra actualmente la tumba del Rey Arturo, y donde se ubicó también la mítica Isla de Ávalon, uno de los lugares más increíbles del planeta, en cuyas entrañas duerme el espíritu de Arturo presto para retornar cuando el mundo lo requiera.   
Como testigo milagroso de todos estos sucesos podemos encontrar el Espino Blanco, procedente del bastón que José de Arimatea clavó en el suelo al llegar a este lugar, y que solo crece en estas tierras, floreciendo únicamente en Pascua y Navidad.
Sigue contando la leyenda que José escondió el Grial en el pozo que hoy se encuentra a los pies del otero cercano a la abadía de Glastonbury, y que se puede ver dentro de los jardines de Chalice Weell, donde, según parece, las hadas protegen el misterio del Cáliz.
Dentro, el pozo de aguas ferrosas que resuenan como los latidos de un corazón sigue siendo causa de admiración por quienes creen que todo esto viene producido por la sangre de Cristo que contenía el Grial, mientras que, en la parte de atrás de Chalice Well, otra mágica fuente, White Spring, a la derecha del camino que conduce hacia la colina, ofrece aguas de color blanco que, mezcladas con las rojas del Pozo del Cáliz, tienen propiedades curativas.
El otero, que anteriormente estaba rodeado por las aguas y cubierto por la bruma, lo que le daba el aspecto de una isla, en realidad era la entrada al mundo mágico de las hadas, Annun, cuyo rey, Gwyn solía salir a pasear por las inmediaciones antes de que San Collen se encontrara con él y rociara el lugar con agua bendita, haciendo construir una iglesia en la cima de la colina para tapar la entrada al su reino.
Y, aunque la iglesia católica intentó durante décadas remover el recuerdo de los seres mágicos de este lugar, sin embargo la epopeya de Arturo asegura que su hermana, el hada Morgana, junto con algunas otras, trajeron el cuerpo del Rey hasta aquí montado en una barca para velarlo por siempre jamás.
Por otra parte, como las apariciones de seres de luz eran habituales en el otero, para ocultar el legado celta e imponer la visión católica, los monjes consagraron la iglesia a San Miguel Arcángel, haciendo creer a la población que los seres de luz que se aparecían sobre la colina eran ángeles. Sin embargo, el edificio fue sacudido por un extraño terremoto, construyendo no obstante en su lugar la hermosa torre que todavía hoy se puede ver para seguir tapando sin éxito la entrada al reino Astral.
Y hasta allí, al caer la noche, después de haber estado todo el día velando armas en la tumba del rey, quise subir para contemplar el anochecer y rezar a mi buen Dios de una manera que quizás antes, en esta región, jamás se haya visto, pues estoy seguro de que muy pocos son los derviches que han llegado hasta aquí.
Mientras el increíble color verde de la campiña de Somerset iba mudando su color, las decenas de almas que nos reuníamos al amparo de la torre en la cima de la colina, como si la caída del sol hubiese sido la señal para dar comienzo a nuestros rituales, cada uno fue haciendo lo que había venido a hacer.
Mientras yo me preparaba para inclinarme y postrarme ante la Inmensidad, una decena de mujeres se tapaban con capas oscuras y comenzaban a cantar extrañas melodías sentadas en círculo, amparadas por una vela, mientras otra preparaba alguna suerte de brebaje en un caldero que puso encima del fuego de la hoguera que previamente había encendido.
Así, cada quien rezó al Dios que conocía. Yo, a un Dios que no puede ser representado, pero que mi corazón conoce bien, y que me gusta llamar Padre, y ellas a la Naturaleza. Cada uno con respeto hacia el otro mientras venerábamos lo que nos movía el alma.
Y así pasó la noche, bajo un manto de estrellas como pocas veces he visto, sintiendo ellas por mí quizás la misma curiosidad al verme girar, danzar, postrarme e inclinarme, que yo por ellas cuando las veía salmodiar sus letanías y abrazarse junto al fuego. Hasta que por fin, bien entrada la noche, decidí regresar a la oscuridad del sendero para volver a bajar al valle, al calor de las sábanas de la cama del hotel y a la compañía de mi dulce esposa, guardando no obstante todas estas cosas en mi corazón. La imagen quizás de otros tiempos donde los espíritus de la roca, del río y de los árboles no guardaban silencio.
Ahora tan solo me queda soñar con el Grial mientras sigo el rumbo de mi viaje, de mi búsqueda interior. Quizás, como Perceval, Bors y Galahad yo consiga verlo algún día y, junto a Arturo, participar del él en la Mesa del Grial, al servicio del Rey Pescador, sin olvidar que, el secreto del Grial es que solamente puede encontrarlo quien ya no lo necesita… Por tanto, la búsqueda del Grial no terminará cuando encuentre el Grial, sino cuando sea capaz de hacerme Grial a mí mismo para dar de beber así a otros…

La Tumba del Rey Arturo




2 comentarios:

  1. Gracias por tu exquisito relato.
    No soy muy ducho en cuestiones tecnológicas, pero veo que aparece cualquier cosa en mi procedencia. Mi nombre es José Luis Caccia (soy seguidor de tu página en facebook) y vivo en Mar del Plata, Argentina.
    Un abrazo, de corazón.

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