domingo, 3 de noviembre de 2019

EL REGRESO DE LA DIOSA

Capítulo 1º La última sacerdotisa de Kildare.

 
Sabía que no sería fácil dar con alguna de ellas. Sumidas en la más absoluta discreción, las guardianas de la llama sagrada de Kildare - una pequeña aldea situada en el centro de Irlanda - fueron desterradas de su lugar de culto por el celo normando hacia mediados del siglo XIII, lo que no les impidió seguir arribando a este enclave sagrado para continuar con sus rituales de veneración a la diosa Brigid mediante el encendido de la llama eterna aun a riesgo de sus propias vidas.
El recinto actual alberga una hermosa iglesia en forma de cruz latina – edificada sobre el arcaico enclave pagano - un milenario cementerio, una torre de vigilancia, datada en el siglo X, y el templo del fuego, donde antiguamente se rendía culto a la deidad celta. Un pequeño muro de piedra gris, a modo de seto, circunvala el lugar exacto donde la flama debía permanecer encendida a perpetuidad. En su interior se encontraban numerosos objetos religiosos, entre los que destacaban ofrendas de monedas y flores, rosarios con advocaciones marianas, algún que otro pequeño juguete, así como varias ramas anudadas con lazos de colores, dejando patente el rastro de las ceremonias que, a buen seguro, todavía seguían vivas en el lugar. 
De mis numerosos viajes en pos de lo sagrado he aprendido que, si tienes la paciencia suficiente como para esperar lo inesperado, el milagro suele aparecer. A veces lo único que tenemos que hacer es relajarnos, sentarnos y darle tiempo al universo para que sepa que lo estamos esperando y venga a nuestro encuentro. En realidad es algo así como una cita con lo asombroso, con lo infinitamente desconocido, con algo tan fantástico que no es sencillo describir con palabras, ya que solo el corazón es capaz de contenerlo. Cuando intentas sacarlo de allí, el secreto se niega a ser interpretado por la mente, pues en realidad lo que busca es otro corazón afín en el que poder latir y hacerse un hueco.
Fiel a mi silente llamada, al cabo de un par de horas, mientras el sonido de las antiguas campanas repicaba en el valle y la oscuridad empezaba a robarle su sitio a la luz del sol, la silueta de una mujer vestida de blanco, de cabellos rubios y ojos azules, cruzó las lápidas con forma de cruces celtas, se acercó al templo del fuego y penetró en su interior.  
Con prudencia, atento a no proferir ninguna incorrección, me acerqué a ella y la sorprendí amontonando ramas en el centro de aquel espacio cuadriforme. Sorprendida, sus ojos se clavaron en mí, como si la hubiera descubierto haciendo algo velado y prohibido. No obstante, intentando relajar la situación, decidí que lo mejor sería presentarme, abrirle mi alma y preguntarle directamente por el antiguo culto a la diosa. Tras unos segundos de tenso silencio, finalmente dejó lo que estaba haciendo y se dirigió hacia los límites del recinto sagrado, donde yo me encontraba sin atreverme a entrar.
- Estos secretos nunca se han escrito – dijo mientras no dejaba de mirarme a los ojos – Y mucho menos revelados a un hombre. Nosotras no tenemos la necesidad de guardarlos en papel, sino que pasan de madres a hijas generación tras generación. De esa manera nos aseguramos que nadie pueda robárnoslos. Su poder es tan grande que la mente de un hombre no podría soportarlos y acabaríais locos o, lo que es peor, muertos. No obstante, puede que el tiempo en que la diosa deba ser desenterrada y vuelta a poner en alto, haya llegado.
Después de unos instantes, como si estuviese librando una batalla interior consigo misma, continuó:
- Escucha lo que mis hermanas y yo venimos a hacer aquí desde los albores de la humanidad. Escucha si quieres nuestra canción y cántala también con nosotras. Es una canción antigua, se formó antes de la creación. Te la enseñó tu madre durante nueve meses, mientras vivías en su vientre, pero luego la olvidaste. Todas las personas llevan a sus madres consigo en su interior… Escúchala ahora de nuevo y recuerda que eres, como nosotras, un hijo de la diosa. 
La villa de Kildare se sitúa a pocos kilómetros al suroeste de Dublín, justamente en medio de la llanura de Curragh, donde nacen los pastos más verdes de todo el país. Sin duda, Kildare es uno de los lugares de poder más desconocidos de Europa. Diseminados por los alrededores, todavía se yerguen restos de los castros que las tribus celtas erigieron por el centro y sur de la Isla de Eire, unas veces delimitando sus fronteras para que no se confundiesen con las del poderoso clan O´Toole, que señoreaba en Wicklow, pero tampoco con las de la dinastía de los Uí Dúnlainge, que dominaban los Pantanos de Allen. No obstante, muchas veces esas edificaciones señalaban otra cosa; un lugar a tener en cuenta. Un enclave mágico donde el ser humano tenía que detenerse, no a batallar, sino a rendir culto a lo ancestralmente sagrado.
Kildare fue, durante la invasión normanda, la posesión más preciada del conde Richard FitzGilbert de Clare, más conocido como Stronbow, a pesar de que, como ya hemos apuntado, el enclave, aún hoy, no deje de ser una pequeña aldea con poco más de ocho mil habitantes. No obstante, su pasado fue bastante más glorioso… Y es que antes incluso de que san Patricio llegase a estos lares y mixturase el cristianismo con la religión gaélica, en el promontorio que corona la villa se ubicaba el santuario a la llama eterna de la diosa Brigid.
Para la cosmología celta, Brigid era la inspiradora de las artes, la sabiduría y la medicina, puesto que se creía que su sola presencia, patente sobre todo en los lugares donde se le rendía culto, tenía el poder de restaurar la salud. Incluso en la actualidad, los artistas irlandeses mantienen la costumbre de colocar un lienzo en blanco tapando sus ventanas para invocar a la diosa que, a modo de musa, vendrá a visitarlos para despertar su inspiración. Antiguamente, Brigid estaba asociada con las corrientes de agua, los ríos, las fuentes y los manantiales, pero sobre todo con los pozos. Vestir un pozo, danzando alrededor de él mientras se anudaban tiras de tela de diversos colores, se consideraba una manera de rendirle culto.
Siempre que se presentaba a sus devotos, lo hacía en un entorno natural, a la vera de algún árbol - sobre todo del roble - y se la creía la guardiana de la llama sagrada, puesto que la leyenda aseguraba que nació con una lengua de fuego sobre su cabeza, la cual podía conectarla con el espacio, el tiempo, así como con toda la energía, forma y materia existente en el universo. Era la hija del rey Dagda, padre además de los antiguos dioses irlandeses, llamados Tuatha de Dánnan.
Aunque el cristianismo se diseminó por Irlanda a partir del siglo V, el culto a la diosa estaba tan enraizado entre la población local, que ni siquiera san Patricio pudo erradicarlo, por lo que tuvieron que disfrazarla con un hábito, convirtiéndola desde aquel entonces en santa Brígida de Kildare. El proceso de sincretización religiosa trasformó también el antiguo templo del fuego en una iglesia, y a las diecinueve sacerdotisas que tenían el deber de mantener encendida la llama perpetua, en monjas católicas, imponiéndoles además un pasado afín al culto dominante. 
Según la invención cristiano-romana, treinta y cinco años después de que san Patricio llegase a Armagh y fundase allí su primera gran iglesia de piedra, santa Brígida se habría dedicado a constituir el convento de Kildare. Hija de un rey pagano y de una esclava bautizada, se supone que arribó hasta esta villa y que se construyó una celda para meditar a la sombra de un roble. Como curiosidad, el significado gaélico de la palabra Kildare - Cill Dará - es “iglesia del roble”, haciendo referencia al lugar donde la deidad celta solía aparecerse. El magnetismo de su semblante atrajo por igual a hombres y mujeres de la región, los cuales edificaron un convento doble alrededor de la choza de la santa, adoptando para la nueva comunidad monástica la regla de san Cesáreo.
Las abadesas de su orden, emulando los ritos paganos, fueron tomando el mismo nombre de la diosa, por lo que veremos a santa Brígida aparecer en decenas de fábulas sin orden cronológico, e incluso muchas de ellas sin conexión aparente, aunque con el deber común de mantener encendida esa llama eterna entre los muros del templete anexo al convento, algo que el cristianismo más radical no supo explicar muy bien, por lo que en el año 1220, el arzobispo de Dublín, Henry de Loundres, en su afán de limpiar toda ascendencia celta de la religión romana, ordenó que la llama fuese apagada definitivamente.
La tumba de santa Brígida, junto a la del patrón de Irlanda, está localizada en la pequeña localidad de Downpatrick, en la zona británica del norte del país. Aunque suele pasar desapercibida para los tour-operadores y circuitos turísticos, al igual que Kildare, puede que sea uno de los lugares más místicos de toda Irlanda, donde, también hay que advertirlo, contrariamente al sepulcro de san Patricio, el de santa Brígida se encuentra en algún lugar indeterminado alrededor de la pequeña iglesia que corona el montículo, donde también se supone que descansan los restos de san Columba de Iona.  
La festividad de santa Brígida “casualmente” coincide con la celebración celta de Imbolc - asociada a la fertilidad –, pero además con la fiesta de la Candelaria – o llama sagrada – que tiene su correspondencia con la purificación de la virgen María en el Templo de Jerusalén. No obstante, y a pesar de la imposición del catolicismo en Irlanda, la veneración a la diosa celta nunca dejó de darse en el interior de las tapias que rodean el sagrado otero de Kildare.
- A finales del siglo pasado – siguió la suma sacerdotisa - el fuego volvió a prenderse oficialmente en un templete turístico situado a algunos kilómetros de aquí. Los nuevos sacerdotes siguen intentando domesticar a la diosa, diciéndole dónde y cómo debe manifestarse para no molestar demasiado. Pero nosotras seguimos viniendo aquí, donde todo empezó, donde está Ella y donde debe permanecer. ¡Este lugar es nuestro! Irlanda también es mujer, ¿lo sabías? Quizás deberías interesarte por conocer más la Antigua Tradición y dejar que ella también te conozca…   
Mientras el fuerte viento agitaba su melena rubia, yo soñaba con otra época, con otra cultura y con una espiritualidad que sin duda aquella mujer intentaba mantener viva a toda costa. Sin proponérmelo, giré la cabeza hacia la derecha y pude distinguir los vestigios de una cruz gaélica rota en su parte superior, desgastada por el paso del tiempo. Curiosamente, ese símbolo reunía el principio masculino y el femenino, el madero y la circunferencia, el legado cristiano y el testamento celta; algo que no gustó demasiado a los cristianos continentales, los cuales decidirán amputarle el círculo a toda costa. 
- Nosotras no medimos el tiempo como vosotros – continuó - ni celebramos lo que vosotros celebráis. Nuestros meses son trece y duran veintinueve días, como los ciclos de la luna, como nuestros periodos biológicos; pero vosotros pensáis que el número trece da mala suerte e intentáis esconderlo, como hacéis con Ella.
La dama de blanco tenía razón. El calendario celta, según la placa de broce encontrada en la localidad francesa de Coligny, datada en torno al año 100 a.C., es uno de los pocos que intentaron mixturar las fases de la luna – nueva, creciente, llena y menguante - con los ciclos del sol – solsticios y equinoccios - creando así un calendario masculino y femenino llamado lunisolar. Como los meses se contaban a partir de las fases lunares, solían tener algo más de veintinueve días, por lo que había un desfase de once días con respecto a los trescientos sesenta y cinco que marcaban los ciclos del sol. Estos días, al cabo del segundo o del tercer año, formaban un nuevo mes que se añadía al almanaque para que las cuatro fiestas mayores – Samhaín, Imbolc, Beltane y Lugnasar -  cayeran en las fechas indicadas. 
- Vuestro dios os legó dos mandamientos: que lo amaseis a Él sobre todas las cosas y que amaseis también al prójimo como a vosotros mismos. Sin embargo, nadie os obligó a proteger a la naturaleza, ni a respetarla, ni a sacralizar las fuerzas que manan de ella… las mismas que pretendéis someter. Tampoco habéis considerado “vuestro prójimo” a los habitantes de los bosques, ni de los ríos, ni de las montañas.
Apesadumbrado, no tuve por más que bajar la cabeza.
- Nuestra diosa es más sencilla, es madre, por eso sabe lo que significa amar. También es guardiana, pero no ejerce su poder destruyendo lo que odia, sino protegiendo lo que ama. ¡Esa es la diferencia! Esta luz simboliza todo lo sagrado, el poder de lo divino, pero sobre todo el poder del amor. Al dios del Antiguo Testamento le faltó amor, por eso los hombres no dejáis de destruiros los unos a los otros constantemente, y de paso destruís también el mundo. Muchos de vosotros venís aquí buscando un fuego que os haga más fuertes… No habéis entendido que la llama sagrada es en realidad el acto de dar a luz, algo que nos une a todas las mujeres con la divinidad. En vuestra Biblia se dice que, al principio, Dios creó la luz; por tanto, Dios es mujer, ya que el acto de dar a luz y de crear la vida solo puede hacerlo una mujer. Antes de eso, el vientre del universo era solo oscuridad. No obstante, la diosa creó… dio a luz. Esta llama – dijo señalando la incipiente hoguera – debe quemar todo el odio que llevas dentro, cambiándolo por amor y perdón. Una luz que te hará co-creador, junto a nosotras, de un mundo mejor. ¡Ese es nuestro secreto! ¡Esa es verdaderamente la resurrección!  

Antes de despedirme, quise preguntarle qué virtud había visto en mí para hacerme depositario de aquel atávico secreto y qué debería hacer con él. A la sombra de la iglesia del roble, en el corazón de la vieja isla esmeralda, con la luna llena ocupando el lugar del sol y las estrellas titilando sobre el horizonte, Brigid encendió la llama sagrada, me miró por última vez y me dijo: - Intenta calentar los corazones con mi fuego -.

Extracto del libro: EL REGRESO DE LA DIOSA. Ediciones Almuzara.

http://almuzaralibros.com/fichalibro.php?libro=4488&edi=1