lunes, 1 de octubre de 2012

Meditación de los Derviches



En nuestra meditación, te sientas para buscar a Dios. Ése es nuestro único objetivo. Sabemos que, tras el alboroto de la mente se esconde el Gran Silencio. Así, previamente purificados, ponemos la espalda recta y, decididos, nos preparamos para escuchar.
En la oración, nosotros hablamos y Dios escucha. En la meditación, somos nosotros quienes callamos para poder oírle a Él.
Así, el derviche solo escucha, dejando pasar la tormenta, pues en la tormenta no está el Señor. Deja pasar los pensamientos discursivos pues en ellos no está el Señor. Deja pasar los deseos sensuales, el pasado y todo tiempo futuro pues en ellos no está el Señor.
Entonces percibimos una tenue vibración y descubrimos que todos los átomos giran de pasión. Así, toda la creación canta y baila enamorada de Dios.
De repente llega la locura. La Verdad te ha secuestrado. Quien estaba escondido ha sido Recordado. Superando el olvido, oh sorpresa, solo Dios ha quedado.
Soltando todo lo que no es Él, entre el Silencio y la algarabía, surge una dulce música. Al principio es casi imperceptible. Solo quien persiste es capaz de distinguir el canto del Ruiseñor. Entre los pliegues de lo creado, los ángeles, los Profetas y los Santos entonan alabanzas al Señor. Si se hace el milagro, descubres también esa melodía en tu interior. Es la lengua de los Enamorados de Dios que cantan de Pasión. Sus letanías han vencido a la muerte, sus rostros están vueltos al Señor.
Siéntate junto a ellos, si queda un sitio libre, cuanto más adelante mejor. De repente todos se levantan, después se postran llorando de Amor. Más tarde llega el Gran Silencio, todo desaparece y sale el Sol. Si el amanecer te sorprende en este estado, alégrate, has encontrado el camino de los Pobres de Dios. No busques nada más. Ya solo queda el mar. Bienvenido a Ítaca, Odiseo, has vuelto al hogar.

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