"Mi corazón se ha hecho capaz de adoptar todas las formas. Es pasto para gacelas y convento de monjes cristianos. Para los ídolos templo. Kaaba para el peregrino. Es las Tablas de la Torah y es el libro del Corán. La religión del Amor sigo, hacia donde me lleve su cabalgadura, pues Amor es mi Destino y mi fe." Ibn al Arabi
lunes, 30 de diciembre de 2013
SÓLO PARA DERVICHES
"Cuando llegué a Delhi busqué la casa de dos maestros sufís muy afamados pero de distintas escuelas. Después de descansar un rato en el hotel para reponerme del viaje, entré en el barrio musulmán, pregunté por uno de ellos y tras dar algunas vueltas alrededor de la derga de Nizamudin, encontré un maravilloso lugar bellamente decorado y dispuesto. Había tantos peregrinos que la gente no podía ni sentarse en el suelo de la mezquita. Entonces me interesé por las enseñanzas que predicaba el maestro y me dijeron que hablaba sobre todo de cómo conseguir la felicidad. Muy contento, pasé allí una semana y, después de haber aprendido algunas de sus recitaciones y haber oído sus discursos, busqué la otra zawiyya. Cuando la encontré, me sorprendí de su pobreza y austeridad, además de que no hubiera ni un alma, tan solo un viejecito leyendo el Corán sentado en un rincón de la sala habilitada como mezquita. Como me extrañó tanto la diferencia entre un lugar y otro, pregunté al anciano qué enseñaba este sheij y, después de pensarlo durante algunos minutos, terminó por confesarme – Pues realmente no lo sé porque está todo el día hablando de Dios. Dice que ama a Dios a todas horas, hasta dormido. ¡Está un poco loco! Nunca le he escuchado decir otra cosa – Al oír esto decidí quedarme con él algunos días, hasta que, sin darme cuenta, pasó un mes y tuve que regresar a España, pero todavía vuelvo, en mis sueños, a visitar a aquel maestro que, como decía el anciano, sólo hablaba de cómo amaba Dios y estaba un poco loco, pero en ese amor había algo hipnótico, especial, algo que despertaba también mi locura, la experiencia de un corazón enamorado que no podía dejar de hablar de su Amada, porque cuando el amor es de verdad no hay nadie que te pueda callar, y así él también me enamoró y me condujo hasta la puerta de Laila. Ahora, cuando alguien me pregunta qué enseño yo, siempre le contesto: - Pues realmente no lo sé, porque yo sólo amo a Dios -"
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sábado, 7 de septiembre de 2013
lunes, 26 de agosto de 2013
LA ÚLTIMA MEZQUITA
Cuando algunos me
preguntan por qué no he ido todavía a visitar Jerusalén, sabiendo lo que siento
por esta ciudad, yo les suelo contar esta historia...
Dicen que un peregrino llegó
a Isphahan y, dispuesto a entrar en una de sus muchas mezquitas, se fijó en algo
inusual. En la entrada de la misma, justo a dos palmos del suelo al lado de la
puerta, había un cartel en memoria de un hombre. Siendo esto poco habitual en
el Islam, y además situado en un lugar tan extraño, cerca del piso, quiso
conocer el por qué y, al preguntar, le dijeron:
"Hace mucho tiempo un hombre de origen andalusí tuvo un
sueño. Soñó con una preciosa mezquita la cual estaba siempre habitada por santos y santas, y la Presencia
de Dios jamás la abandonaba. Tanto le impresionó aquella
visión que, dejando casa, negocio, familia y todas sus pertenencias, recorrió
el mundo entero, desde Al–Andalus hasta China,
peregrinando de mezquita en mezquita buscando una en la que hallara la
Verdad. Siendo ya muy mayor, habiendo recorrido el mundo entero y conocido
todas las mezquitas, concluyó su aventura y se le podía ver sentado en la
puerta de ésta, la última del mundo, la última que le quedaba por visitar, sin
querer entrar porque con ella terminaría su búsqueda. Cuentan que el hombre
jamás traspasó sus lindes, que esperaba fuera rezando, mirando el horizonte,
suspirando y recitando el Sagrado Corán hasta que ya nadie lo volvió a ver
jamás. El mismo día en que desapareció, una lápida sin nombre apareció en el
cementerio, de la cual emanaba un intenso olor a almizcle. Nosotros hemos
dejado este monumento a él en recuerdo de su hazaña, justo en el lugar donde se
sentaba, ahí abajo, porque nunca abandonó su búsqueda, porque nunca abandonó
su sueño, siempre fue tras él.
Si hubiera pasado y no hubiera encontrado lo
que buscaba, habría muerto de dolor creyendo haber malgastado su vida. Pero si
hubiera entrado, igualmente su búsqueda habría terminado, y también habría
acabado su vida por carecer de otro sueño. Por eso se quedó aquí, en la puerta,
soñando y a la vez temiendo esta última mezquita."
En el lenguaje secreto de los
sufís, como la caja de Pandora, esta última mezquita representa la esperanza,
lo que nos hace seguir buscando. Esta mezquita final es dejar de leer las
últimas páginas de un libro que nos ha fascinado porque así nunca se acabará.
Es rozar los labios de la amada sin acabar de consumar el beso para sostenerlo
en el tiempo hasta la eternidad. La razón oculta por la que nunca decimos
adiós, sino hasta pronto. El anhelo interior que nos hace esperar en la puerta
del Templo del Señor anhelando y temiendo al mismo tiempo que sea
realmente la última mezquita porque habría acabado nuestra búsqueda. Es la
esperanza de seguir buscando, porque si Dios es Eterno, nuestra búsqueda deberá
igualmente ser eterna. Yo temo visitar Jerusalén porque quizás sea mi última
mezquita, y todavía no me he cansado de buscar ya que en cumplir mis sueños
dedico toda mi vida y eso es lo que me hace levantar cada mañana.
Aquel monumento en honor a
ese hombre tenía un nombre común, Abdullah, siervo de Dios, un nombre al que
podemos responder todos porque es masculino y femenino. Por tanto, aquel
monumento era un recuerdo a nuestro niño perdido, a los sueños que dejamos por
el camino y a la aventura de retomarlos. ¿Qué sería de mí sin mi búsqueda?
EXTRACTO DE: LA TABERNA DEL DERVICHE
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sábado, 3 de agosto de 2013
EL SADDAY
"La tradición oral egipcia sigue narrando la historia de aquella vez que llegué con un grupo de españoles al Sinaí y me encontré en la cima con un niño que rezaba mirando al horizonte. Acercándome al pequeño, le pregunté con sorna: - ¿Con quién hablabas? – ¡Con Dios! – Respondió el niño - ¿Qué Dios? ¡Yo no puedo verlo! – Repliqué. Pero el pequeño, señalando con su dedo algún punto delante de él, me dijo - Quizás debería mirar mejor - ¿Hablas con un Dios que solamente puedes ver tú? – Seguí preguntando - ¡Ése es su secreto y el mío! – Contestó - ¿Y te responde? – insistí - ¡Oh, por supuesto señor! - dijo finalmente y, volviendo su mirada entre las escarpadas cumbres, comenzó a entonar extractos del Sagrado Corán mientras yo me daba la vuelta y regresaba donde acampaban mis compañeros. No obstante, cuando me senté junto a ellos, uno me preguntó: - ¿Con quién hablabas? – Con un niño – respondí - ¿Qué niño? ¡Yo no puedo verlo! – Me replicó y, señalando el lugar donde el pequeñuelo seguía recitando el Corán, comprendí que solo yo era capaz de verlo y oírlo. En aquel momento el corazón se me encogió, dejé de respirar y entendí lo que estaba pasando - ¡Quizás deberías mirar mejor! - dije finalmente mientras notaba cómo en mi alma se encendía una poderosa llama - ¿Hablas con un niño que solamente ves tú? – Siguió preguntándome - ¡Sí! - dije - ¡Ése es su secreto y el mío! - ¿Y te responde?- Insistió mi compañero – ¡Por supuesto! - ¿Y qué te ha dicho? - Volvió a preguntarme – Oh amigo mío, si te lo dijera me tomarías por loco. Ese niño era un ángel del Señor que me ha enseñado la Belleza que se esconde en los versos de su propio Coran-zón.
Años después me hice musulmán y subí de nuevo a la cima del Monte Moisés a salmodiar yo mismo lo que había encontrado en mi Corán pero, entre un verso y otro, desde algún lugar de la montaña, se volvió a escuchar la voz de un niño que, cada vez que yo callaba, él contestaba: - ¡Dios es el más Grande. No hay más dios que Dios! -"
Extracto de mi libro: LA TABERNA DEL DERVICHE
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miércoles, 17 de julio de 2013
EL MAESTRO DEL AGUA
Hace algunos años un grupo de españoles fuimos
a casa de un maestro sufí al sur de marruecos deseando recibir una práctica
espiritual. Cuando llegamos, vimos a un pobre anciano repartiendo agua en la
mezquita a los que allí rezaban y le preguntamos por el Sheij pero, encogiéndose de hombros, por respuesta solo
nos ofreció un poco del líquido manjar. Todos mis acompañantes rechazaron
tomarlo al descubrir que del mismo vaso habría bebido antes una gran cantidad
de gente y fui yo el único que acepté beber de él, descubriendo en los ojos de
aquel hombre un brillo especial. No dije nada y, después de hacer las dos
postraciones de respeto a la mezquita, permanecí a su lado ayudándole en su
labor mientras mis compañeros seguían indagando sin éxito dónde se encontraba
el maestro. Después de un rato, el anciano, mirándome a los ojos, me preguntó:
- ¿Tú no buscas al maestro? – Señor – contesté – Yo busco a Dios y Él pone en
mi camino maestros de los que aprender - ¡Has contestado muy bien! – dijo con alegría
- pero veo que no sabes repartir el agua; te voy a enseñar cómo hacerlo. Cuando
llenes el vaso debes decir mentalmente: "La ilaha ill Allah" Y si la
persona lo toma, añades: "Muhamaddan Rasulluhlah" – Pero ¿y si no la
toma? – pregunté desconcertado - Entonces no temas por él, porque no es de los
nuestros y pronto se separará de nosotros – En aquel momento comprendí lo que
había pasado, tomé su mano y grité: - ¡Maestro! – y él, abrazándome, añadió –
¡Querido niño! –
Como
había vaticinado, al poco tiempo después, mis compañeros y yo tomamos caminos
muy diferentes, teniendo además conceptos muy distintos del sendero del Amor
Divino. Ellos nunca encontraron al maestro en aquel lugar y supongo que aún lo
siguen buscando.
Extracto
de mi libro; LA TABERNA DEL DERVICHE
domingo, 14 de abril de 2013
LAS TRES TINAJAS
Hace mucho
tiempo, un sultán muy sabio, conociendo que su hora estaba cercana, llamó a su
hijo y le dijo:
- He guardado todos mis
tesoros en tres tinajas y las he escondido por el reino. La primera reporta
felicidad para uno mismo y está oculta en la ciudad de los mendigos. La segunda
reporta felicidad para los demás y está guardada en la casa del gran maestro
sufí que vive bajo la montaña. La tercera revela el secreto de la Faz de Allah
y está depositada en la cima de esa misma montaña. Debes encontrarlas, no sea
que caigan en malas manos y llegues a perder tu reino –
Así, el príncipe,
deseando felicidad para sí mismo, bajó primeramente a la ciudad de los mendigos
y pasó algún tiempo buscando la tinaja por entre sus calles y chozas. No
obstante, viéndose rodeado de tanta miseria y sufrimiento, su corazón se
conmovió, olvidó el tesoro, y trató de ayudar a toda esa gente. Pero descubrió igualmente
que no sabía cómo hacerlo y recordó que el derviche de la montaña poseía la
tinaja que procuraba felicidad para los demás, y encaminó sus pasos hacia donde
vivía.
Cuando encontró
al maestro, descubrió que era un hombre sin apenas posesiones, que se
resguardaba en una cueva, con sólo una escudilla de barro para comer, además de
un rosario de madera, y dudó que pudiera poseer ningún tesoro. Sin embargo, le
preguntó por la ubicación de la segunda tinaja.
El anciano,
afirmando con la cabeza, le dijo que solamente le revelaría su escondite si
pasaba un año viviendo con él. Así, obligado por esta condición, el príncipe se
convirtió en un pobre ermitaño. Cada mañana se levantaban muy temprano haciendo
sus abluciones con la nieve antes de la oración ritual y pasaban el resto del
día buscando semillas y raíces para comer, leyendo el sagrado Corán y limpiando
los caminos y el cauce del río para que no obstruyese su caudal y llegase al
pueblo sin problemas.
Poco a poco,
el joven fue encontrando la paz del alma junto a su maestro, hablando apenas
nada, privando al cuerpo de comodidades y dedicándose únicamente a la búsqueda
de la Santidad, obteniendo, sin darse cuenta, el tesoro de la primera tinaja, la paz para sí mismo.
Pero, cierto
día, sintió en el corazón que necesitaba con todas sus fuerzas contemplar la
Faz de Allah y decidió subir a la cumbre en busca de la tercera tinaja. Así, despidiéndose
de su maestro, emprendió el camino hacia la cima.
Cuando llegó
a lo alto, una experiencia le sobrevino. Allá donde mirara podía contemplar el
Cuerpo de Dios, pero bajo la montaña, en los arrabales, lo que otros llamaban
la ciudad de los mendigos, estaba la Faz de Allah.
Asombrado,
con el corazón encogido, comprendió entonces la ubicación del tesoro de la segunda
tinaja.
Bajó de la
montaña y, ahora que había encontrado el secreto de la felicidad para uno mismo,
que había visto la Faz de Allah, dedicó su vida a trabajar sirviendo a los
demás para poder heredar de este modo el reino que su padre le había prometido.
miércoles, 27 de febrero de 2013
Viaje al Reino de los Cielos
Tengo que reconocer que cuando oí hablar de la
meditación, algo en mi interior se sintió muy atraído. Viendo las figuras en
posiciones de loto o medio loto, algo se movía dentro de mí como rememorando
algo que quizás había quedado enterrado con el pasar de los años. Hasta
entonces había recorrido gran parte del camino asido a un mundo de ideas,
reflexiones filosóficas, ritos, religiones, viajes a lugares sagrados extraños
y maravillosos pero nunca había explorado los rincones más ocultos de mi ser.
Si bien el viaje exterior me había llevado a buen puerto, aún me faltaba,
siguiendo el hilo de Ariadna, entrar en el laberinto del viaje interno, mucho
más espeso y tenebroso.
Así deseé
aprender el arte de la meditación y descubrí que meditar no es sentarse e intentar
vaciar la mente a expensas del tiempo dejando pasar el ahora sumido en un
laberinto de sueños. ¡No! La meditación es una ciencia tan antigua como el
hombre o quizás más. Un compendio de técnicas de autoconocimiento que fueron
utilizadas por los más grandes eruditos a través de diferentes culturas. Poco a
poco fui descubriendo que los místicos de todas las religiones utilizaron las
técnicas meditativas para conectar con la Realidad. No obstante, el camino
estaba lleno de peligros, de pruebas y de acertijos.
Como la Realidad Absoluta y la Relativa no caben en un
mismo recipiente, una de las dos debe ser retirada para que la otra encuentre
el vaso limpio. ¡Ésa era la clave! Vaciarnos de nuestra verdad individual para llenarnos
de Verdad Absoluta. Eliminarnos del todo para que Ella nos llene.
De esta manera, budistas, hinduistas, cristianos
gnósticos y sufíes comprendieron que para realizar el viaje interior primero
debían calmar los movimientos dentro de sus mentes y después asomarse al abismo
y poder ver con claridad la esencia de la consciencia, el material secreto muy
sutil y luminoso del que se compone el universo. Asomarse al universo interno
requiere haber experimentado su llamada, el deseo de aprehenderlo, de fundirse
con Él desechando todo condicionamiento. Esta unión mística es llamada por los
sufíes “faná”, “samapatti” por budistas, “teofanía”
por los cristianos y “éxtasis” entre
los hindúes.
Curiosamente, esto ha resultado ser harto difícil pues
nuestra yoidad nos acompaña de manera latente allá donde nos dirijamos. Ella es
el producto del karma generado desde tiempos sin principio que va madurando en
el ahora. Factores genéticos, cuerpo, tendencias, hábitos, capacidades… todo es
producto de nuestro pasado. Así como el presente será el germen del futuro. A
través de esta revelación podemos descubrir que, por muy elevada que sea
nuestra maestría en la meditación, si no nos hemos destruido a nosotros mismos,
estaremos sembrando nuevas semillas condicionantes. Jesús dijo; “Para alcanzar el Reino de los Cielos debéis
nacer de nuevo” Los que le rodeaban, porque no entendían, le preguntaron: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?”
Como hemos dicho, el principio de toda meditación es
tratar de calmar los movimientos mentales. Como podremos comprobar, esta
técnica no destruye nuestra visión ilusoria de la Realidad, no obstante,
podemos aprender muchas cosas con ella que nos ayudarán a evolucionar.
“¡Busca la Realidad! No la
encontrarás jamás, porque ella no es de este mundo, pero al menos te acercarás.” Sabiduría
Mística Cristiana
Los grandes eruditos que consiguieron acercarse a
Finisterre trajeron algo de la Inmensidad con ellos. A este regreso los sufíes
le llamaron “Baqá”, los budistas e
hindúes “Iluminación”, y los
cristianos “Santidad”. Pero, como lo
Infinito no puede ser comprendido por lo finito, Su Realidad, aunque más
perfecta, seguía teniendo rasgos de su propia yoidad y karma. De ahí que,
aunque unos pocos llegaran al mismo lugar, sin embargo lo percibieran y
describieran de manera distinta. Esta disparidad demuestra lo terriblemente
difícil que resulta deshacernos del hombre viejo y de ahí que se crearan
distintas escuelas de pensamiento, pues ninguno consiguió sacarse del todo su
ojo para ver la Realidad con los ojos de la Realidad misma. ¿Cómo puede un
pequeño hoyo en la arena de la playa contener el inmenso mar?
Aunque hemos visto lo importante que es la técnica,
común en las escuelas más serias, de calma mental, algunos utilizan después el
canto de mantras y, aunque muy efectivo para purificar karma, armonizar
energías y cambiar hábitos, es un proceso muy lento. Vipassana, o meditación de
Visión Profunda, igualmente te conduce hacia las Puertas de la Realidad Divina
haciéndote experimentar realidades más sutiles como que todo cambia, que la
materia está compuesta de múltiples elementos que pueden dividirse
infinitamente, que el vacío es forma y la forma es vacío, que la naturaleza de
la mente es luminosa, omnisciente y no tiene principio ni fin etc., pero,
cuajada de la doctrina budista, al final coarta la libertad del meditador, a
quien se le ha instruido previamente sobre lo que va a encontrar y predispuesto
a entenderlo de una manera muy particular.
Puede que, como dice el adagio, el hombre no pueda
vaciarse completamente de sí mismo para llenarse de Inmensidad. Olvidar todos
los dogmas, predisposiciones culturales, religiosas y filosóficas que nos han
impuesto. Desechar los colores de la visión ajena para intentar ver por
nosotros mismos. Si alguien lo consiguiera quizás Ella se le mostraría
libremente. Puede que de esa manera alcance la Unicidad Real o cree el karma
necesario para conseguirlo algún día no muy lejano. Solo Dios lo sabe. Esa es
nuestra elección y nuestro camino se crea bajo nuestros pies conforme vamos
caminando. Así, meditar es evolucionar. Ser autónomos y escoger nuestras
propias respuestas. Desear asomarte al abismo, mirar y ver para que nadie nos
diga a qué sabe el universo y poder saborearlo nosotros mismos. Liberando la
mente te asomarás al Infinito. Llenándote de Infinito te vaciarás de dualidad,
comulgando con el Uno destruirás el dos, respirando Verdad exhalarás ilusión de
realidad, olvidándote de Ti recordarás al Dios que olvidaste.
El Paraíso que buscamos quizás se encuentre en sí
mismo. Paz en paz, amor en amor, verdad en verdad y Realidad en la Realidad
pero, mientras siga habiendo una sola criatura viva en la creación seguirá
habiendo al menos un camino hacia Dios.
Para estos nuevos tiempos debemos encontrar una nueva
forma de acercarnos a Dios. Una que, de tan novedosa, sea realmente la más
antigua, donde, sentados, viajemos hasta el Señor a través de nosotros mismos. Sin
ritos, sin dogmas, sin sacerdotes que intenten ponerse entre nosotros y la
Eternidad, porque la Eternidad nos pertenece a todos, o más bien somos nosotros
quienes le pertenecemos a Ella. Comprender que esa libertad es nuestro derecho
exclusivo e inalienable es meditar. Encontrarte frente a frente con lo
pacífico, lo armonioso, lo soberbio, lo magnífico, eso es meditar.
Nadie puede pretender hablar de Dios sin encarcelarlo,
pero sí podemos hablar de lo que sentimos cuando Él nos visita. Pregunten a una
madre que acaba de dar a luz, cuando ponen a su hijo recién nacido sobre su
pecho si no es capaz de ver a Dios en ese momento. Pregúntenle si cuando, a
escondidas le ve dormir y vela por él no siente el amor de Dios en su interior
fluyendo con la vida. Pregunten al enamorado antes de ver a su amada después de
largo tiempo de ausencia o al perro que es fiel a su amo y hace mil travesuras
para conseguir una caricia si no es Dios quien se manifiesta.
Porque hemos evolucionado, nuestra visión de Dios
también debe evolucionar y desvincularse de quienes quieren secuestrar nuestra
alma haciendo un dios tan pequeño como sus propias mentes enfermas. Dios es
libertad y el ser humano debe buscar su camino hacia Él tal como se le haya
revelado. El camino hacia Dios es el que te hará mejor persona, todo otro será
inferior. ¡Eso es meditar! He aquí mi religión; seguir a Jesús para aprender a
amar. Sé que no soy santo, pero aspiro a la santidad.
Los
hombres de cualquier religión, de cualquier nacionalidad o filosofía, pugnan en
su camino por convertirse en algo o llegar a alguna parte. Jesús, sin embargo,
nos invita a no-ser. A desprendernos de nosotros mismos para subsistir en el
Amado.
Años
después de la muerte y resurrección del Hijo del Hombre, llamaron a la puerta
de la casa de Santiago. Cuando preguntó qué querían, una voz contestó: - Ver a Santiago - pero él respondió: - No sé nada de él desde hace mucho tiempo -
Jesús solía preguntar: - ¿Habéis visto alguna vez a alguien ausente y presente al mismo tiempo?
Miradme, yo vivo entre la multitud pero mi corazón está siempre con mi Padre.
sábado, 5 de enero de 2013
Baila Conmigo una Vieja Danza
Baila conmigo, oh hermano desconocido.
Nuestra danza es antigua, empezó antes de la creación. Baila conmigo y
gira, libera de su peso al corazón.
Como los astros giran alrededor del sol, si quieres ser uno de nosotros, gira
tú entorno a tu pecho y exclama: ¡No puede haber dos!
Bebe conmigo del néctar de la devoción, es un vino añejo que emborracha de
pasión.
Si no bebes te caerás. Si no lo tomas no serás como yo.
Baila, hermano de otros tiempos, regresa a tu Señor.
En el giro hay silencio, en el giro se puede oír Su Voz. Su Voz es más
bella que el universo, solo habla de Amor.
Baila conmigo, oh hermano desconocido, olvídate de cualquier religión.
En este baile te conviertes en ofrenda, y esa ofrenda en oración. Baila
conmigo y enloquece, regresa a tu Señor.
Yo soy mevlevi, judío y cristiano, budista e hinduista, soy el sin religión
y mi canto son las palabras de un pobre de Dios.
Danza conmigo, hermano sin rostro. Bailando buscaremos la inmortalidad.
Mientras sigamos danzando adoraremos al Señor y la muerte no nos detendrá.
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