Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? La noche es oscura y fría. La nublosa opacidad hace aún más insondable
el mar que rodea la playa. De la misma forma, espesas nubes me han apartado de
la visión de mi Amada, de Su Bendita Presencia, del calor de Su mirada en mi
corazón. Los velos del ego han caído de nuevo, ocultándome, a los ojos del
alma, la belleza de Su Rostro, el perfume de la devoción. Este nuevo néctar es
el sabor de la tristeza ante la ausencia del Dador de la vida, de Aquel que
vivifica por completo mi ser. Este estado es el agridulce dolor del silencio de
Dios, o de mi incapacidad de volver oírle, lo que ha hundido mi alma en otra
noche más profunda y oscura aún que la exterior. Sé que perdí mi camino movido
por las pasiones mundanas, por la vanidad del ego, por la falsa seguridad y el
engreimiento, por la seducción del “yo quiero esto” en lugar del “tan solo te
quiero a Ti”. No has sido Tú quien ha soltado mi mano, tan solo apartaste la
mirada para no ver cómo caía de nuevo en la trampa de este mundo, en los juegos
del Dunia, siguiendo los pasos de la muerte. Fui yo quien te negó tres veces,
quien te vendió por treinta monedas, quien te dejó solo y abandonado en el
madero. El desánimo regresa a mi alma barriendo todo hálito de santidad, que me
se ha escapado entre mis manos como la arena de esta duna. ¿Acaso estaré solo
de nuevo? Amada, Madre, Esposa, Amiga… Laila, Diosa mía. ¿Dónde se va la luz
cuando nos deja? Echo de menos Tu Abrazo en las noches de luna llena, echo de
menos mi alma expandida ante Tu Recuerdo. ¿Dónde está esa estrella fugaz que a
veces me mandas, guiñándome un ojo? ¿Dónde ahora reside el Jidr, santo y guía
del sufismo? El que toma cualquier forma para enseñar de nuevo el camino a los
que se han perdido ¿Por qué no aparece cuando más le necesito? No lejos de aquí
se le vio caminando encima de las aguas, trayendo la ambrosía de Laila en una
copa para que bebieran los que tenían sed. ¿Ni tan siquiera tú me reconoces ya?
¡Tanto he cambiado! ¡Tanto me he extraviado! ¡Pobre alma mía! Debo encontrar de
nuevo el sendero de baldosas amarillas para regresar a Oz en busca de mi alma
olvidada. Debo morir a toda esta oscuridad, emprender otra vez el camino de la
humildad y la renuncia. Mi Amada no soporta ser compartida. Mi Amada es celosa
y castiga mi alma cuando, sin pensarlo, cometo alguna estupidez. Mientras iba
de Su mano por el Jardín, por azar mis ojos miraron la flor. Entonces sentí
vergüenza, pues teniendo tan cerca Su rostro, sin embargo mis ojos se posaron
en la flor. Pero Ella también perdona hasta setenta veces siete. Más insoldable
que Su ira, es Su Compasión. Poco a poco las nubes se van apartando. A los
lejos se pueden ver los primeros rayos del amanecer. Oh Señora mía, como no llego
a Tu Cielo, en la tierra me postro, y la tierra beso. El color anaranjado de la
claridad de la mañana me insufla la esperanza de la reconciliación y regreso a
casa. Paso a paso me alejo de mar, pero todavía puedo oír el rumor de las olas
en mi mente. Frente a mi hogar espera una familia para entregarme un pequeño
panfleto. Hablo un rato con el padre, que lleva a sus dos hijos con él para
predicar el evangelio. Antes de despedirnos, el más pequeño, de unos cinco
años, me mira a los ojos y me ofrece el trozo de papel diciendo - Aunque se te
haya olvidado, es Dios quien salva – De repente mi mano, al encuentro con la
suya, comienza a temblar. Mi voz, tremola, delata Tu presencia. ¡Te he
reconocido, oh enviado de Dios! Esta vez no tomaste la forma de estrella fugaz,
ni de pajarillo, ni de sabio mendicante, sino de un inocente niño. Hoy te he
visto. Te he visto y me has hablado. Hoy ha nacido en mi alma el Sol. ¿De dónde
viene la luz cuando regresa?
Tan sólo dejar la huella de mis pasos, me ayuda mucho leerte. GRACIAS¡
ResponderEliminartRamos