El maestro Usui nació en el seno de una buena familia de la aldea de Yago, distrito de Yamagata, de la prefectura de Gifu, en Japón, en el año 1865. Muy emocionado por la historia del Budha histórico, el Noble Siddharta Gautama, Sensei Usui comenzó una singular búsqueda del conocimiento a través de los lugares más recónditos no solamente de Japón, sino de todo mundo en pos de alcanzar las llaves hacia la iluminación. Monje Budista Zen, Sensei Usui pasó por decenas de monasterios y de maestros, que derramaron en él algo de su doctrina secreta.
Uno de esos viejos maestros vivía en un antiguo monasterio cerca de Kyoto, donde Sensei Usui pasaría más de tres años. Estando al abrigo de este hombre, el re-descubridor del Reiki debió cumplir una de las órdenes de su maestro; hacer un retiro de veintiún días de ayuno y meditación en la cima del monte sagrado llamado Kurama.
Mikao Usui, presto a seguir esas indicaciones, cogió veintiuna piedras, que iría lanzando al vacío al amanecer de cada día para ser consciente del paso del tiempo.
Hay un viejo refrán que dice así: “Si nada sabes de Taoísmo, las montañas son montañas y las aguas son aguas. Pero si has recibido alguna iniciación, las montañas dejan de ser montañas y las aguas dejan de ser aguas.”
Para el sintoísmo y el taoísmo, las montañas son santuarios de meditación donde el tiempo se detiene y el meditador puede alcanzar el Reino de Dios con las manos. Estas montañas no deben entenderse solamente como un lugar físico, sino que también se pueden encontrar montañas en la propia meditación, en la vida diaria o en un mandala, pudiendo subir a ellas en nuestro propio hogar.
Dijo el XIV Dalai Lama Tenzin Guiatso que éste era el tiempo en que el ermitaño debía bajar de la montaña. Esto significa que ha llegado el momento de que aquel que guarda el secreto de un legado espiritual, deba de compartirlo con el mundo. Cuántas técnicas espirituales, oraciones secretas y libros maravillosos se habrán perdido con el paso de los años y el olvido de los hombres. Quizás ha llegado el tiempo en que los Secretos deban ser revelados. Quizás somos nosotros por los que hemos estado esperando tanto tiempo. Y eso hizo Sensei Usui cuando alcanzó el Satori, bajar de la montaña y difundir su legado al mundo para poder beneficiar a todos los seres.
Cuando arrojaba, montaña abajo, las veintiuna piedras, con ellas también se estaba desprendiendo de los hábitos antiguos que no le permitían culminar la cima de la montaña. Así, el último día, cuando tiró la última piedra, de repente divisó un rayo luminoso que se dirigió velozmente hacia él desde la lejanía.
Pese al sobresalto, Sensei Usui decidió no moverse de la posición de Loto en la que se encontraba.
Creyendo que había llegado el final de su vida, el rayo de luz le impactó entre la frente, transportándolo a un estado que jamás supo cómo describir fielmente. Según sus propias palabras, entró en una tierra donde infinidad de burbujas de colores, que tenían símbolos en su interior, se repartían en todas direcciones.
Estando en este mundo, una voz que emergió del vacío le alertó diciendo: “Recuerda, recuerda, recuerda… Tú eres eso”
Así, el vigésimo primer día, Sensei Usui alcanzó el estado Iluminado, haciéndose uno con la Energía Universal.
Es realmente curioso que, dentro del panteón del Budha de la Medicina Tibetano, los Bodhisatvas que aparecen a su alrededor, al estar envueltos por hojas de loto de todos los colores, den la sensación de estar encerrados en burbujas de múltiples tonos. Quizás, al haber entrado en el estado de Budeidad, Dios mismo le estaba diciendo: “Recuerda, eres un Bodhisatva capaz de sanar a cientos de seres que sufren”
Cuando Usui Sensei recobró el control del cuerpo, se dispuso a bajar de la montaña deseando contar lo sucedido a su antiguo maestro. Fue tal la emoción de la experiencia, que no se dio cuenta de que, estando descalzo, las piedras que se encontraban en el sendero herían sus pies. Viendo su sangre brotar de su dedo pulgar, el maestro se agarró instintivamente la zona dolorida en un acto reflejo. Lo sorprendente fue que inmediatamente el dolor se calmó y la hemorragia se detuvo. Sensei Usui miraría admirado sus manos comprendiendo el nuevo don que se había despertado en él. ¡Ésa sería la primera de muchísimas curaciones!
Al bajar de la montaña, el maestro sintió hambre y entró en una posada, donde se percató de los lamentos de una muchacha. Sin más, pidió permiso al posadero para ver a la enferma: una niña con el rostro inflamado por un dolor de muelas. El maestro Usui pidió permiso para poner sus manos en el rostro de la niña, quien inmediatamente sanó de su dolor.
Esotéricamente, las dos primeras curaciones tienen un mensaje oculto. La primera es que el Reiki puede sanar el dolor físico de los lances de la vida, y que es representado como piedras en el camino.
El segundo es que la Energía Reiki puede también sanar el dolor mental o emocional, encarnado en el rostro inflamado de la joven hija o nieta del posadero.
Es curioso también, cuando aprendamos los símbolos en el segundo nivel, conocer que el símbolo mental/emocional es un símbolo femenino, lo que me hace sostener esta teoría.
Tras haber sanado a la joven, Sensei Usui pidió algo de comida al posadero, quien le advirtió que la cantidad solicitada era muy abundante para alguien que venía de estar en ayuno y quizás no le sentara bien.
Ésta es otra de las claves esotéricas que encontramos en la vida del Maestro. El consejo del posadero es el eco de la advertencia de todos los maestros de los caminos espirituales, quienes nos advierten de los peligros que hay en adquirir iniciaciones si no estamos realmente preparados.
Sensei Usui comería sin problemas el alimento solicitado. Prueba de que estaba más que preparado para afrontar su nueva estación.
Horas más tarde llegó al monasterio, tomó un baño, se cambió de ropa, se presentó ante el abad, le explicó lo sucedido y le sanó de su artritis.
Esto parece ser otro mensaje en clave, anunciando los aspectos del camino espiritual. Al haber alcanzado una estación superior, lavó su cuerpo, purificándolo, cambió sus viejas ropas por unas nuevas, símbolo de haber adquirido una nueva visión del mundo. Sanaría la artritis del Abad, es decir, liberó a los seres de las ataduras de sus antiguas creencias que no les permitían seguir la Senda hacia el Despertar.
Así, Sensei Usui se dispuso a ayudar a todos los mendigos de los suburbios de la ciudad de Kyoto para, con ello, poder hacer que se valieran por sí mismos, que buscaran un trabajo y superaran sus trabas físicas y mentales. En esta empresa estuvo durante seis meses, otros dicen que siete años, tratando a los mendigos sin recibir nada a cambio, tan solo con la esperanza de que pudieran cambiar sus vidas. Pero cuál fue su sorpresa cuando, una vez sanados, los mendigos volvían a sentarse a pedir limosna en vez de ganar el pan con el sudor de su frente. Desalentado, cuando el maestro les preguntó la causa de su comportamiento, los mendigos le respondieron que trabajar era muy fatigoso y que preferían la vida cómoda del mendicante.
Esta respuesta trastornó vivamente al Maestro de Reiki, quien recordó los consejos de los viejos monjes y lamas “El desarrollo del espíritu es lo prioritario, el cuerpo le seguirá consecuentemente después”
Todavía hoy podemos ver a seres sin escrúpulos, movidos por la pereza espiritual y física, esperando en el camino que otros carguen con sus problemas. ¡Eso es vergonzoso! Eres tú mismo quien debes cargar tu karma pesado, ayudando además a otros, y no esperar que nadie lleve el peso de tus malas acciones.
Es entonces cuando el Sistema Reiki nace tal cual nos ha llegado, como un camino espiritual que tiene, como uno de sus nobles efectos, la sanación a través de la meditación y del propio esfuerzo.
Usui Sensei decidió no volver a tratar los cuerpos gratuitamente pues el desprecio de la Bendición que los mendigos habían tenido contra la honradez, también se puede encontrar en el resto de los hombres y mujeres corrientes. Aquí, mendigo, puede traducirse también como un ente mundano, egoísta y perezoso.
Por esta razón, Sensei Usui creó la tradición Reiki construyendo un camino espiritual, un camino de meditación, un camino hacia la Santidad, hacia Dios. Una vía que hay que realizar con esfuerzo, que hay que valorar con el precio oportuno y que hay que seguir con honradez y disciplina. Una vía que no se vende ni se compra con iniciaciones a quienes no son dignos.
Solamente como efecto secundario de la vía Reiki, está el poder canalizar la energía cósmica y sanar a los seres de sus males. Por tanto, quien solamente se acerque al Reiki para poder sanarse o sanar a los demás, que sea consciente de que es semejante a uno de esos mendigos que no valoraron la bendición que se les estaba otorgando. Por esto, tampoco yo me comprometo a enseñar a nadie si no considero que esté preparados para ello. Mucho menos, a otorgarles una iniciación.
Por otro lado, Sensei Usui empezó a iniciar en Reiki primeramente a los más jóvenes, a quienes, tras haber realizado la ceremonia de sintonización, mandaba directamente a los monasterios para que estudiaran sabiduría Zen.
Hacía esto porque, en las mentes jóvenes, los vicios, las enfermedades autoinflingidas, al haber tenido menos tiempo de madurar y enraizarse, eran más fáciles de sanar y, una vez libres de trabas, solamente necesitaban aprender a meditar correctamente para alcanzar el Despertar.
Esto no excluye a las personas de avanzada edad, pero sí advierte a los más experimentados que su trabajo debe ser más arduo y duro, por ende, los logros serán también más sabrosos e increíbles.
Tras abandonar la ciudad de los mendigos, Sensei Usui regresaría a Kyoto donde, cuentan, portaba una antorcha en plena luz del día, paseándose por las calles de la ciudad. Cuando le preguntaban al respecto de tan extraña actuación, él contestaba que estaba buscando seres que quisieran luz. También aseguraba que una antorcha encendida podría encender muchas otras.
El maestro Usui pasaría el resto de su vida enseñando meditación según las características del Reiki Tradicional.
Sensei Usui abandonó su cuerpo el 9 de marzo de 1929 y sus restos reposan en el templo budista Saihoji, en Tokio.
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