Tras dos días de viaje cruzando Europa, y después de entrar en
Asia, por fin he llegado al corazón de Anatolia
y a la cuna del sufismo. Rezar aquí,
en Konya, en la última morada de Mevlana Djalal al Din Rumi, gran maestro
de derviches, era un sueño que rondaba mi alma desde que por primera vez vi a los
giróvagos dar vueltas alrededor de sus corazones en la otrora mística ciudad de
Aleppo, hoy arruinada por la locura
humana.
Cada cofradía sufí guarda un método secreto para alcanzar la extinción con nuestro Creador, que incluye una determinada forma de invocación que va pasando de
maestro a discípulo generación tras generación. En la cofradía de Djalal al Din
Rumi, además del giro, los neófitos debían aprender a salmodiar diversos versos
especiales del Sagrado Corán junto a las loas compuestas por el maestro, además
de tocar el ney, el timbal y,sobre todo, practicar la renuncia al propio ego y a todo
aquello que pudiera apartarles de sus obligaciones para con Dios.
Mevlana, como se conoce al maestro
Rumi, significa sencillamente eso, maestro. Por tanto, todos aquellos que
decidían seguirle eran conocidos como Mevlevis.
Sus poesías, cargadas de infinita pasión, y su gran apertura espiritual, la
cual no hacía distinción entre religiones, fue lo que le otorgó la supremacía
entre cualquier otro maestro, más si tenemos en cuenta que también introdujo por primera vez la
música dentro de las ceremonias espirituales en el mundo islámico como medio
para alcanzar el éxtasis.
Así, al compás del giro, la música tenía la capacidad
de elevar al neófito a estados antes desconocidos incluso para los propios
sufíes.
Tan impactante resultaba el giro y la melodía de los derviches, que
solían ser invitados a los bimaristanes - antiguos manicomios - donde sus
ceremonias, según se cuenta, hacían que los internos sanasen de su locura pero
enfermasen de Amor.
"Ya no tengo leyes ni reglamentos, no tengo
corazón ni religión que me ate. Solo Tú y yo permanecemos, sentados en la
esquina de la riqueza en la pobreza. ¿Qué diferencia hay si termino rezando en
una iglesia o en La Meca? Una vez que me he abandonado a mí mismo, ¿qué
diferencia puede haber entre Unión y Separación?" Fakhr al-din 'Iraqi
Desde la mezquita de Aladdin, en
el centro de la ciudad antigua, se puede divisar ya la cúpula verde que indica
la ubicación del mausoleo de mi maestro al final de la avenida Mevlana. No sé
cuántas veces habré soñado con ella, con poder verla con mis propios ojos, y
ahora, unos metros más adelante, el sueño estaba por fin al alcance de mis
manos.
Desde lejanas tierras, derviches de todas las cofradías han venido a este
lugar a rendir homenaje a quien fue, es y será uno de los más grandes
estandartes del sufismo de todos los tiempos. Y ahora yo mismo podía seguir sus
pasos e inclinarme y postrarme donde ellos lo hicieron. Templar mi corazón
entre los muros del monasterio donde mi escuela tuvo su origen y su centro.
El encanto de Djalal al Din impregna todos los rincones de esta ciudad,
desde el sepulcro de Shams hasta el Museo Mevlana, que se enorgullece de la
herencia de su hijo adoptivo y del legado de tiempos más prolijos para las
ciencias del alma. Aquí está, levantándose hacia las estrellas, el minarete de
su mezquita junto al domo verde turquesa de la tumba del ego, porque para
entrar en Konya debes dejar el ego en la puerta, como hizo Sair Semi, un derviche muy humilde que vivió
aquí hace unos 200 años y que, cuando murió, en 1884, sus vecinos le enterraron dentro del monasterio de Mevlana, junto a otros tantos santos,
aunque él había insistido siempre que no era digno de merecer tan alto honor.
Así,
a la mañana siguiente de haberle dado sepultura, su cuerpo apareció misteriosamente fuera del recinto.
Sin
saber qué pensar, las autoridades de la época decidieron volver a enterrarle y
pusieron una guardia para vigilar su tumba. Sin embargo, a la mañana siguiente,
el cuerpo volvió a aparecer extramuros, justo en el mismo lugar del día
anterior.
Convencidos
ya del milagro, sus discípulos decidieron respetar por fin la última voluntad
del maestro Sair Semi, enterrándole en el lugar en que había aparecido su cuerpo
las dos veces, donde todavía hoy descansan sus restos y se puede ver el túmulo
de su sepultura junto a la carretera, detrás de la mezquita mayor, como monumento a la humildad propia de los derviches
Y es que la magia, el misterio y la emoción impregnan todos y cada uno de
los rincones del antiguo monasterio, vagando entre las celdas de los antiguos neófitos,
en el agua que corre de la fuente de abluciones y, por supuesto, en el sepulcro
de Mevlana que, rodeado también de las tumbas de sus seguidores, descansa
viendo cómo cientos de curiosos, turistas y peregrinos, pasan cada día frente a
su tumba, cada uno dejando parte de la felicidad que traen y llevándose parte
de la felicidad que aquí encuentran.
Más atrás, en la antigua sala de ceremonias, hoy convertida en museo, se
exponen diversos ejemplares antiguos del Corán, junto con las ropas de los
novicios y un pelo de la barba del Profeta Muhammad, custodiado en una caja de
nácar, que es también otro centro de atención.
Los fieles, en una habitación a doble altura, pueden acceder a la mezquita
que acoge las suplicas de quienes necesitan suplicar, pues el alma, a la vera
de Mevlana, tiene que arrodillarse ante su Señor y llorar de amor y de emoción,
porque un corazón adolorido es lo que quiere el Amigo.
Caminar después por entre el Jardín de los Espíritus hace que, de alguna
forma, sientas la necesidad de descansar en este lugar, y no me refiero al
descanso físico, sino al del alma, al descanso eterno, a la última morada del
cuerpo cuando la mente ya ha entrado en el Gran Silencio y lo que queda tiene
que ser tapado con una losa para que no huela.
Sin embargo, ahora debía prepararme para la ceremonia que algunos derviches
iban a realizar esta noche, dentro de los jardines del museo, y que tendría
lugar antes de la última oración… debía estar listo.
“Oh Amada llena de Luz Celestial.
El sol, la luna y las estrellas no son nada comparadas contigo. Su luz es un
reflejo de tu Luz. ¿Cómo entonces conformarme con otra cosa que no sea la
fuente de la Luz? Sólo has dejado un camino abierto al enamorado. El resto del
mundo es como la sombra que se pega a tus pies. Sólo una puerta hay que lleva
hasta ti. ¡Ay de aquél que no desea fundirse contigo en el fuego de tu Amor!
Pues sólo el Amor es el Camino, la Guía y la Protección. El Amor es el
principio, el punto medio y el final. Mientras otros aman cualquier otra cosa,
yo te amo solo a ti, sabiendo que esa enfermedad es mi cura y mi
bendición" La Taberna del Derviche
El maestro Rumi pensaba que Dios es como un Bailarín cósmico que no deja de
danzar, de dar vueltas. De ahí que todo el universo gire sobre sí mismo, los
planetas alrededor del sol, la luna alrededor de la tierra, la sangre alrededor
del corazón… porque de hecho es la consecuencia de la Danza del Señor.
Y, de la misma manera que el Bailarín es distinto de su danza, pero si Él
se detiene, el baile cesaría y todos los mundos desaparecerían, la creación es
distinta pero asimismo dependiente de Dios. Por tanto, cuando el derviche
danza, intenta imitar al Bailarín del Universo, y en su giro las formas, los colores
y todo lo externo desparece. Los límites del mundo de fuera se van borrando a
medida que el derviche va girando y, por unos breves instantes, es capaz de
sintonizar con el Alma del cosmos y ver el corazón de la creación, para
derretirse en él, pues la única forma de subsistir es danzar con el Danzante y
bailar su canción hasta el amanecer.
Luego, cuando vuelven, porque han sido capaces de juntar lo que antes
parecía separado, su visión se muestra clara ante la realidad, que ya no
diferencia entre causa y efecto, sino que todo es Él. Desde una estrella a una
hormiga, todos son pasos de su baile.
Así, con la magia de las noches de verano turcas, junto con las primeras
estrellas del cielo, empezó a oírse el triste lamento del ney
tocando el alma de los presentes como expresión de algo más profundo. Entonces
los danzantes fueron saliendo, vistiendo sus largas faldas blancas y sus altos gorros, después se
inclinaron ante el Sheij, que esperaba sobre una piel de cordero, y dirigieron
sus manos al cielo, esperando el descenso de la bendición, de la Gracia para
poder empezar a girar.
Pero antes se han abrazado a sí mismos. Antes
han metido su barbilla en el pecho y han hecho una pregunta allí donde Dios
habita, donde Dios puede escucharles, su propio corazón, pues han hecho de él
un bendito templo para el Señor.
Mevlana decía: - Detrás de cada “Oh Señor” que exhalas, hay un “Aquí estoy” que no
escuchas – Y no escuchamos porque no hemos aprendido a silenciar nuestras
pasiones mundanas para dar rienda suelta a la única pasión en la que podemos
fundirnos sin temor a equivocarnos. ¡El amor a Dios!
No escuchamos la voz de Dios porque el ego,
cuando estamos sentados a la sombra, nos dice que vayamos al sol, y cambiamos
de sitio. Y cuando estamos al sol, nos vuelve a decir que vayamos a la sombra,
y así continuamente. Oyendo los coloquios de nuestro ego, hemos dejado de oír
la Voz del Silencio.
Los derviches, sin embargo, antes de danzar,
silencian todas sus pasiones, sus coloquios, sus dudas… y, acercándose a las
puertas de la Realidad Divina, en voz muy bajita, formulan la pregunta: - ¿Quién soy yo para ti, oh Señor? –
Entonces, como si de una suave brisa se tratara, llegará a ellos la respuesta
como un susurro, algo que no puede decirse a viva voz. Dios les ha revelado: - Tú eres mi rosa, la flor más bella de mi
Jardín. ¡Ven a mí! Mi Paraíso no está completo sin ti. –
Y sólo cuando es
oída Su Voz, el derviche tiene permiso para girar, abriendo sus manos como
pétalos de flores, mostrando de esta forma la belleza de su ser que se le ha desvelado. Por eso gira de amor y por amor, exhalando su
perfume al mundo entero. Lo “sin nombre”,
nos ha dado un nuevo nombre. Lo “sin
forma” puede ser adorado por la forma y así el Ser Mayor puede ser
concebido por el ser menor.
Así, el derviche pierde toda referencia
externa, teniendo como único puente entre su alma y el Alma del Universo, un
corazón sangrante y doliente que se lamenta por la separación, quemándose en
las calderas de su propio amor.
"Un día el profeta Muhammad confió en
privado a su primo Ali los secretos y misterios del Islam, el dolor por la
separación de su alma con el Bienamado y el deseo de retornar a Él que quemaba
sus entrañas. Al acabar, sin embargo, le advirtió que no divulgase nada de lo
que le había dicho. Así, durante cuarenta jornadas, Ali cumplió su promesa,
hasta que no pudo más. Un día, arrastrado por su estado espiritual, por la
profunda impresión que le habían causado las palabras del Profeta, desapareció en plena naturaleza hasta que, por
azar, encontró un pozo. Ali introdujo entonces su cabeza en él y gritó a las
entrañas de la tierra, uno por uno, los misterios transmitidos por Muhammad,
aquellos que estaban más cargados de tristeza y de pena, aquellos que habían conseguido
derretirle el alma. De esta manera, Ali se liberó de aquel peso interior, pero
lo cierto es que, al cabo de unos días, pudo verse una larga y solitaria caña
que empezó a crecer desde el interior del pozo. Un joven pastor que pasaba por
allí la cortó y fabricó con ella un ney, del que empezó a extraer las más
bellas melodías jamás oídas anteriormente. La fama del joven neyzan llegó a
oídos del propio Profeta, quien mandó que le presentaran al músico. Así, cuando
Muhammad le oyó tocar, con lágrimas en los ojos, afirmó: “Las notas de este ney
son la interpretación de los misterios sagrados que le transmití a Ali. Veo en
su triste canto el dolor de mi propia alma y los secretos de mi propia religión.”
Shams Al Din Ahmad Aflaki
Ante los ojos enjuagados en lágrimas de los asistentes, con la tumba del
maestro como telón de fondo, una decena de derviches fueron danzando, elevando
además el corazón de todos los que tuvimos la suerte de ser invitados,
hacia un lugar y un estado que las palabras no pueden describir.
Cuando terminaron, mi mirada se quiso detener en una hermosa
mujer que se sentaba a mi lado, de unos sesenta años, con los ojos
increíblemente azules, a la que todos besaban la mano. Y supe que era Mrs.
Esin Celebi Bayru, la 22ª tataranieta de Mevlana.
Por la Gracia de Dios había estado viendo la ceremonia junto a ella, al
lado de la descendiente viva de mi maestro, justo aquí, en su tumba. Y no quise
pasar por alto el poder besarle la mano mientras daba las gracias a Dios por
hacer que todos mis sueños se hicieran realidad.
“Oh enamorado, que no dejas de
volverte mientras te alejas. Remienda los jirones de tu corazón y sigue tu
camino hacia otras tierras, a otros lugares donde nuevas aventuras te están esperando.
Mientras el ego se alegra, el alma no para de llorar. ¡Oh bestia maldita,
calla, no te rías, respeta mi dolor! Oh enamorado, consuélate, porque por fin
has conocido a tu maestro. Mevlana irá ahora siempre contigo. Alégrate, oh
peregrino, Konya es la tumba del ego y el resurgimiento del Amor, porque nadie
que viene aquí a morir puede salir vivo” La Taberna del Derviche