domingo, 14 de diciembre de 2014

Feliz Natividad




¡Maran Athá! ¡El Señor viene!
  
Jesús está naciendo de nuevo cada día, con cada niño que viene al mundo, en cada pecho que se estremece ante el sufrimiento ajeno y en cada alma que ansia la paz.

Belén es cada casa, y Jerusalén es el mundo entero. En toda la creación arde la zarza que vio Moisés en el Sinaí y los Magos ya hemos salido a buscar al Niño, a recorrer los caminos externos e internos para reconocer al Mesías, al Hijo del Dios vivo que hemos presentido en nuestros sueños, que hemos visto anunciado en los cielos por una Estrella.

Los antiguos Magos, sin ser judíos, siguieron la luz que les guió hasta el Hijo de Dios, y ni José ni María les pidieron que cambiasen de religión para poder reconocer y adorar al niño. Tan solo se postraron ante él y nada más. Después siguieron con sus vidas, llenos de gozo, con su fe renovada, creyendo que todo podría cambiar, que los hombres podríamos cambiar.

Navidad significa Nacimiento, el nacimiento del Hijo de Dios, de los hijos de Dios... y quizás eso es lo que deberíamos celebrar en este tiempo, ya que, como decía el poeta persa Djalal al Din Rumi: - La virgen María es nuestro cuerpo y todos llevamos un Jesús dentro – A semejanza de aquél que cambió el mundo hace ahora más de dos mil años.

Quizás hemos olvidado al Jesús que mora en nuestro interior, como hemos olvidado al Jesús que mora en el Cielo… quizás hemos olvidado que podemos ser mejores personas. Y tal vez ése sea el espíritu de la Navidad, a pesar de los grandes centros comerciales, a pesar de los intereses de los reyes Herodes de estos tiempos.


Si el ser humano cree, podrá ver a Dios en la piedra, en los árboles, en los ríos, en sus semejantes. Pero si no cree solamente verá piedras, árboles, ríos y gente… Entonces no reconocerá la luz de la estrella llamándole hacia Belén y no se atreverá a subir la montaña deseando el encuentro con el Hijo de Dios. 
A la sazón será uno de aquellos que cogieron la espada y mataron a tantos inocentes para sacrificar al espíritu de la Verdad, pero el espíritu de la Verdad no puede morir, y ya está rumbo a cumplir su destino, porque podrán cortar todos los árboles, pero no podrán parar la primavera. ¡Feliz Natividad!





sábado, 1 de noviembre de 2014

El Sueño de la Atlántida






Desde que tengo recuerdos, me fascinó la idea de una Ciudad Inmortal. Una Ciudad más allá de la vida y de la muerte. Más allá de este mundo y de cualquier otro.
En el fondo de mi corazón busqué las coordenadas de una Ciudad en las Nubes, una Ciudad de Luz que, quizás, visité en sueños, y a la que tal vez volveré al final de mi paso por este pequeño planeta azul.

Lejos, allende las nieves perpetuas de las poderosas cumbres de los picos nevados del Himalaya, escondida de la vista de los seres, entre los pliegues de alguna dimensión desconocida, apareciendo disimuladamente en el desierto del Gobi, existe este lugar, y numerosas son las culturas nos han narrado historias de una extraña Ciudad que se alzaba majestuosa entre este mundo y el otro.

Shambhala, Erks, Shangri-la, Ibez, Agartha, La Ciudad de Luz, la Jerusalén Celeste, Shams, el Reino de los Cielos, el Jardín del Edén, Hastinapura o la Atlántida… Ha tenido muchos nombres, pero todas las tradiciones relataban que sus habitantes, allí, eran como niños, y que para entrar en ella debíamos nacer de nuevo.

Los que han visto sus murallas quedan prendados de su semblante y ya no anhelan ir a otro lugar. Su Reino ya no es de este mundo, ni su mundo de este mundo pues se han convertido en ciudadanos del cielo.

Los que han oído el rumor de su presencia ya no vuelven a desear oír otra cosa, e intentan, desde la tierra de los hombres, imitar los sonidos que puedan abrir de nuevo los puentes que les conduzcan a esa Ciudad Eterna. De esta inspiración nacieron los mantras, los versos sagrados y la poesía mística, intentando asemejarse a la música de los reinos celestiales, al canto de las inteligencias puras, a las voces de los Seres Iluminados que, locos de pasión, alaban al Ser Supremo.

Quienes han degustado sus frutos saben que todo lo que pertenece a este mundo no calma la sed. Por eso no quieren nada de este lugar.

Quienes conocen la existencia de la Ciudad de Luz saben dónde está su hogar y ya no vuelven a preocuparse más sobre qué comerán o cómo vestirán, pues han visto dónde están realmente sus vestidos y dónde los verdaderos alimentos, de dónde han venido y hacia dónde han de regresar, y ya sólo queda encontrar el Camino hacia la Eternidad.

Investigando sobre ella también me di cuenta de que, cuando hablaba acerca de las leyendas de esta supuesta Ciudad con alguien cuya consciencia había superado los límites del mundo material, un brillo muy especial aparecía en sus ojos, mostrándome su ubicación oculta en los insondables abismos de la consciencia humana que, de alguna forma, no ha querido, ni podido, deshacerse de esa luz a pesar del tiempo ni del viaje entre vidas.

Entonces me pregunté si sería posible que esta ilusión, este sueño, fuese en realidad el recuerdo de algún lugar que existió, o que existe, pero que abandonamos hace enormes cantidades de tiempo, y al que anhelamos regresar.

Como por un pálpito devoré las historias, mitos y leyendas que han llegado hasta nosotros a través de todas las épocas. Investigué igualmente en el fondo de mi consciencia y descubrí que los hombres, a pesar de las diversas tradiciones y del pasar de los años, hemos “imaginado” y pretendido recrear un Paraíso Perdido en la Tierra. La respuesta la tenía ante mis ojos. El sueño se había convertido en recuerdo, ¡aquella ciudad podía ser real!

Pero, igualmente, ligado a la Ciudad de Luz, también hemos llevado con nosotros el temor de un cataclismo, de un fin del mundo que quizás, de la misma forma, como Troya, el Diluvio Universal y Thira, no fuera imaginación sino recuerdo.  

Cuenta Platón que la Atlántida fue una mítica y próspera isla que existió más allá de las columnas de Hércules, cuyos habitantes, descendientes de Poseidón, habían alcanzado un nivel tecnológico sin par, lo que, a la larga, les hizo alejarse de su virtud volviéndose soberbios, dejando de venerar a la Divinidad, olvidando sus leyes morales y conquistando otras tierras movidos únicamente por el deseo.

Dada su corrupción, Zeus convocó a la Asamblea de los Dioses dispuesto a castigar a la Atlántida, que fue destruida en una noche y un día, sufriendo terremotos y siendo devorada por el mar.

Aunque el relato de Platón no especifica nada más, ni se habla del castigo a sus habitantes o quién se salvó, se da por hecho que la gran mayoría desaparecieron tragados por las aguas.

Por el mismo pecado, la soberbia y la malicia, Babel, Sodoma y Gomorra fueron destruidas, y el hombre expulsado del Jardín del Edén por olvidarse de Dios, relato que tenemos también en la civilización Hitita de la epopeya de Gilgamesh.

Por otro lado, el pueblo de Rapa Nui, como los indios Hopi y tantos otros, aseguran provenir de una isla que se hundió en el mar después de un gran cataclismo.

 Ante tantas casualidades la pregunta se hace evidente ¿Ocurrió, hace muchísimo tiempo, una catástrofe de proporciones tan grotescas que todavía hoy, a pesar de los años, seguimos recordando?
Y si fue así ¿cómo pudo afectarnos a todos? ¿Acaso vivíamos en un mismo lugar?

Según las últimas teorías astrofísicas, nuestro universo fue originado por una gran explosión de materia condensada que conocemos con el nombre de “Big Bang”. Siendo éste el origen de los planetas, de las estrellas, de toda la materia cósmica, del tiempo y, tras las combinaciones más increíbles, de la vida y de los seres.
No obstante, este universo en constante expansión, según la también teoría del “Big Crunch”, decelerará hasta detenerse y tomar el sentido inverso, volviendo a condensarse rápidamente.
Las estrellas se juntarán, los planetas alcanzarán una temperatura cada vez más extrema y toda la vida desaparecerá completamente para renovarse en el siguiente “Big Bang”.

Conociendo que el tiempo cósmico no es relativo y el espacio absoluto es infinito, este suceso se viene produciendo desde siempre, y no sólo una vez. Sino que infinidad de universos nacen cada día mientras otros mueren en los insondables abismos de la vasta eternidad.  

Lo curioso de este suceso que hoy estudian los científicos es que ya fue descrito por Budha Sakiamuni hace unos dos mil quinientos años aproximadamente, quien supo percibirlo a través de su profunda meditación, y que está recogido en el canon pali de la escuela Theravada, guardado dentro de las Tres Canastas.

En uno de los sutras llamado “Conversaciones con Brahma”, el Maestro Iluminado expone el origen y fin del universo tal como hemos relatado según la ciencia, así como el renacer de la vida después del cataclismo anterior que destruyó a todos los seres y a todos los mundos.

De la misma forma, en el Apocalipsis de San Juan podemos leer los recuerdos del futuro-pasado que el apóstol preferido de Jesús fue capaz de percibir y relatar.

Conociendo que la consciencia, el espíritu, no nace de la carne, ni es materia, necesariamente deberá ser otra cosa, aunque esté vinculado a la forma por alguna suerte de hechizo cósmico.
Por tanto, si la consciencia va saltando de cuerpo en cuerpo, de casa en casa ¿por qué no pensar que, en alguna parte del almacén de nuestros recuerdos se ubica la memoria de este cataclismo que se encuentra todavía latente dada la gran impresión que nos produjo?

Y volviendo a la Ciudad de Luz, ¿es posible que, de alguna forma, todas las consciencias, hace eones, viviéramos juntas en un idílico Jardín del Edén, pero que, movidas por la soberbia, olvidásemos nuestra espiritualidad en favor de un materialismo galopante y fuésemos condenadas a vagar, como Ulises, por los mares de la eternidad hechizados por los placeres de Calipso, el mundo del deseo, mientras el Recuerdo de Ícata y de Penélope sigue latente en nuestras consciencias?

Y, curiosamente, ¿no es ése el mismo error que está cometiendo la sociedad del momento? ¿Nos veremos, más pronto que tarde, condenados a las profundidades del mar acompañados de toda nuestra “avanzada” tecnología por haber olvidado lo verdaderamente esencial, lo que realmente importa?

Muchas personas buscan la Atlántida en el Mar Mediterráneo, cuando quizás harían mejor en buscarla dentro de sí mismos, porque, de alguna forma, la Ciudad de Luz Original resucitó al tercer día, recatada por Zeus para poder albergar las almas que, tras errar durante milenios por el mar, supieron encontrar el camino de regreso a Casa.

Quizás Platón unió el recuerdo latente en su subconsciente del cataclismo de la Ciudad de Luz, con el suceso real de la destrucción de Thira, para dar luz a una verdad más profunda que hemos querido llamar Atlántida.

Y así existe la Atlántida; real para algunos, sueño para otros, y quimera para terceros. Y así se presenta todo a los ojos de los hombres pues cada quien tiene su propio camino, y en cada camino, uno ve lo que quiere ver y lo que lleva consigo.

Si este relato ha sonado en sus corazones como el recuerdo de un lugar que ya conocen, no dejen de buscar esta Ciudad ahora que saben que una vez estuvieron allí y emprendan el Noble Camino de Retorno hacia sus fronteras.


martes, 30 de septiembre de 2014

El Samá o la Danza de los Derviches







El Estado Iluminado del que nos habla la mística es un lugar donde no hay el menor atisbo de oscuridad y la mente descansa en su estado primigenio. De esta forma podemos decir que la mente y la forma se hacen una misma cosa, pues se han unido en un todo armonioso y, aunque la materia esté ligada naturalmente a las leyes causales, habrá trascendido el mundo fenoménico.

El dolor y la pena del alma es el lenguaje secreto que utiliza Dios para decirnos:

“¡Búscame con todas tus fuerzas, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todos tus recursos! Nadie en la tierra puede calmar el dolor de quien se encuentra sediento de cielo”

Y así nace la medicina del alma de los derviches.

La primera vez que se introdujeron instrumentos musicales en las ceremonias espirituales del mundo islámico fue gracias a la inspiración del maestro Djalal al Din Rumi.
El canto del ney, según el Sheij de Konya, se asemeja al lamento del alma por la separación de su Señor, la cual se dio en tiempos sin principio. Los tristes sonidos del laúd y del timbal están cargados de melancolía, y cuando escuchas al viento convertirse en notas musicales, algo en el pecho se estremece. Cuando oyes la vibración de las cuerdas quejarse de dolor y los golpes de los timbales acompasar el ritmo sangrante del corazón, un antiguo pesar del alma emerge a la superficie.

Dejándote llevar por su canto, la música sufí conduce al alma mortal hacia la comunión con esa parte de nosotros mismos que espera pacientemente emprender el Camino de Retorno hacia su Señor. El embrujo del laúd vuelve a reunir lo que un día se dividió… pero ese encuentro se produce sin pesar, sin la sensación de aferramiento del propio ego a su existencia ficticia.

La música sufí, por unos segundos, apacigua la bestia que llevamos dentro y la conduce hasta su morada original, donde se funde con la Realidad y desaparece.

Junto con el sonido de los instrumentos, los derviches que seguimos el sendero de Rumi giramos en torno a nosotros mismos, imitando así el movimiento de la forma en la Creación; lo que algunos aseguran pudiera ser la oración primigenia que realizan, conscientes o no, todos los seres.

Por tal razón, el derviche, voluntariamente, danza con el cosmos girando hacia la izquierda, involucrándose en el movimiento de todo lo que se manifiesta pues, como dice el Sagrado Corán:

“Toda la Creación canta alabanzas al Señor de los mundos. Unos voluntariamente y otros sin darse cuenta”

El movimiento de los astros alrededor del sol, el flujo de la circulación de la sangre a través del cuerpo circunvalando el corazón, el tawwaf de los peregrinos en la Kaaba o el camino de los ángeles cuando dan vueltas alrededor del Trono de Dios es la oración original, voluntaria y obligatoria en este mundo relativo pues, los elementos que componen los átomos y que giran alrededor de su núcleo, realizan también este mismo ritual.

Los derviches giróvagos damos vueltas en el sentido del universo, uniéndonos a él en adoración voluntaria a nuestro Señor.

Al ver a los sufíes mevlevies, algunos occidentales interpretaron que el giro incesante del cuerpo nos sugestionaba, adentrándonos en una especie de trance producido por la pérdida del control de los sentidos. Sin embargo, esta deducción es absurda, pues en ningún momento el derviche pierde el norte a causa del giro, sino más bien todo lo contrario. Con la experiencia del giro siente que su corazón se abre y purifica, recuperando la Comunicación con el Todo que se manifiesta en lágrimas y Gozo.

Al ir practicando esta danza cósmica, el derviche irá asimilando el movimiento, dándose cuenta de que, si bien las primeras jornadas quizás caiga al suelo con los sentidos distorsionados, cuando el estado real de introspección atrapa el corazón, el giro será tan solo la forma exterior de la oración, pues la esencia se manifestará en el alma, que es quien verdaderamente podrá experimentar el éxtasis.

Cuando el derviche danza, su pie izquierdo será el nexo que lo unirá con la tierra constantemente, dando vueltas al compás del cuerpo, sin elevarse del piso, mientras el pie derecho impulsará el giro en sentido adverso a las agujas del reloj.

Contrariamente a las otras técnicas, el punto de atención aquí será el corazón.

Si bien las manos estarán recogidas primeramente sobre el pecho, como preservando una preciosa joya, irán extendiéndose a medida que el giro vaya tomando cuerpo, asemejándose al florecer de una rosa que abre sus pétalos para recibir la luz que proviene del Sol de su Señor.

La cabeza estará levemente inclinada hacia la derecha y los ojos quedarán entre abiertos.
Aprender a mantener la mirada interior será fundamental para ir salvando los efectos embriagantes del giro.

Al extender los brazos, permanecerán paralelos al piso. La mano izquierda estará vuelta hacia abajo, al contrario que la derecha, que extenderá la palma hacia arriba.

Con el giro, Allah, Bendito sea, si lo desea, enviará Su Aliento al giróvago, la Báraka, la cual penetrará en el cuerpo a través de la mano que tenemos vuelta hacia el cielo, seguirá su camino hacia el corazón, purificando el espejo donde se refleja, para salir al exterior llegando a todas las criaturas a través de la mano izquierda. También podrá entrar por nuestra coronilla y repartirse desde allí.

Sabemos que el samá produce y proporciona sosiego mental comparable a los estados de calma más profundos a los que también se puede llegar con las técnicas budistas e hinduistas, con la única diferencia sustancial, obviando la devoción sufí a la única Deidad, del movimiento implícito en esta práctica.

Si la admiración del baile de los derviches, junto con la música del laúd y del ney, produce en el espectador un impacto espiritual como pocas veces se haya podido experimentar, sentir el giro al compás de la Danza del Cosmos puede abrir también nuestro corazón a otras realidades. Es, sencillamente, otra forma de rezar, otra manera de acercarnos a Dios.

Al mismo tiempo que giramos, la recitación de los Nombres de Dios o el canto salmodiado de alguna oración será también fundamental.
Girar con la música del laúd y del ney de fondo puede ser una manera adecuada de introducirnos en la técnica.

Se siguen difundiendo, a pesar de los años y de la masacre que sufrieron los miembros de la cofradía Mevlevi, historias increíbles sobre las bendiciones del giro y los estados elevados de Maulana Djalal al Din Rumi.
Los poemas que escribió han sido fuente de inspiración para místicos cristianos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa, y la gran mayoría de occidentales que hemos entrado en la senda del misticismo sufi, debemos a los poemas de Rumi e ibn al Arabi de Murcia, la gracia de habernos vuelto el corazón hacia el Camino de la Unicidad.

En los círculos de Dhikr de algunas tariqas se siguen contando relatos que aseguran que algunos de los derviches de la escuela de Rumi, concretamente en Estambul, han sido tan diestros aligerando la carga de sus corazones que, al realizar el giro, fueron capaces de elevarse por los aires físicamente.

De igual forma se cuenta que los discípulos más avanzados del Maestro de Konya, en aquellos tiempos, debían alcanzar la misma realización para poder pertenecer a la cofradía.

jueves, 4 de septiembre de 2014

CLASES DE MEDITACIÓN



Hola a todos, como es habitual, dejamos el verano y regresamos al trabajo, los días se van haciendo más cortos y la oscuridad va ganando la partida a la luz. Nosotros, para contrarrestar la rutina, empezamos el nuevo curso de meditación para nuevos y antiguos alumnos. 

Este año tenemos dos propuestas: un día a la semana en sesiones de una hora (laborable), o dos fines de semana al mes en sesiones de dos horas (sábado o domingo) donde volveremos a recordar los fundamentos de la meditación, cómo realizar una sesión y sobre todo práctica, práctica y práctica. 

En este nuevo formato los antiguos y nuevos alumnos podrán coincidir en las clases pues empezaremos por las técnicas y fundamentos esenciales ya que el tiempo me ha enseñado que las cosas se van olvidando y es necesario renovarlas, tenerlas siempre presentes. 

Igualmente este año, para quien complete el curso, entregaremos diploma final. Quien esté interesado puede ponerse en contacto conmigo a través de email, por facebook o, si tenéis mi móvil, pues eso. 

Id reservando plaza para que pueda elaborar los grupos, no lo dejéis para el final. Igualmente, si conocéis al alguien interesado, agradecería la difusión. 

Tenemos tres localidades Linares, Jaén y Martos (ésta última no está clara todavía) 

Igualmente, si sois de otra ciudad o provincia y tenéis un grupo, preguntadme precio o coste de las clases individuales. Muchas gracias, un abrazo¡¡¡

latabernadelderviche@outlook.com 

sábado, 9 de agosto de 2014



"Imagina que no hay Cielo. Es fácil si lo intentas. Sin infierno bajo nosotros. Encima solo el cielo. Imagina a todo el mundo viviendo el día a día... Imagina que no hay países. No es difícil hacerlo. Nada por lo que matar o morir, ni tampoco religión. Imagina a todo el mundo viviendo la vida en paz... Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros, para que el mundo sea uno solo. Imagina que no hay posesiones. Me pregunto si puedes. Sin necesidad de gula o hambruna. Una hermandad de hombres y mujeres. Imagínate a todos compartiendo el mundo... Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros, para que el mundo sea uno solo." John Lennon - Imagine 

http://www.youtube.com/watch?v=JDzQLQ952ZU

miércoles, 30 de julio de 2014

La Noche Oscura del Alma



Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La noche es oscura y fría. La nublosa opacidad hace aún más insondable el mar que rodea la playa. De la misma forma, espesas nubes me han apartado de la visión de mi Amada, de Su Bendita Presencia, del calor de Su mirada en mi corazón. Los velos del ego han caído de nuevo, ocultándome, a los ojos del alma, la belleza de Su Rostro, el perfume de la devoción. Este nuevo néctar es el sabor de la tristeza ante la ausencia del Dador de la vida, de Aquel que vivifica por completo mi ser. Este estado es el agridulce dolor del silencio de Dios, o de mi incapacidad de volver oírle, lo que ha hundido mi alma en otra noche más profunda y oscura aún que la exterior. Sé que perdí mi camino movido por las pasiones mundanas, por la vanidad del ego, por la falsa seguridad y el engreimiento, por la seducción del “yo quiero esto” en lugar del “tan solo te quiero a Ti”. No has sido Tú quien ha soltado mi mano, tan solo apartaste la mirada para no ver cómo caía de nuevo en la trampa de este mundo, en los juegos del Dunia, siguiendo los pasos de la muerte. Fui yo quien te negó tres veces, quien te vendió por treinta monedas, quien te dejó solo y abandonado en el madero. El desánimo regresa a mi alma barriendo todo hálito de santidad, que me se ha escapado entre mis manos como la arena de esta duna. ¿Acaso estaré solo de nuevo? Amada, Madre, Esposa, Amiga… Laila, Diosa mía. ¿Dónde se va la luz cuando nos deja? Echo de menos Tu Abrazo en las noches de luna llena, echo de menos mi alma expandida ante Tu Recuerdo. ¿Dónde está esa estrella fugaz que a veces me mandas, guiñándome un ojo? ¿Dónde ahora reside el Jidr, santo y guía del sufismo? El que toma cualquier forma para enseñar de nuevo el camino a los que se han perdido ¿Por qué no aparece cuando más le necesito? No lejos de aquí se le vio caminando encima de las aguas, trayendo la ambrosía de Laila en una copa para que bebieran los que tenían sed. ¿Ni tan siquiera tú me reconoces ya? ¡Tanto he cambiado! ¡Tanto me he extraviado! ¡Pobre alma mía! Debo encontrar de nuevo el sendero de baldosas amarillas para regresar a Oz en busca de mi alma olvidada. Debo morir a toda esta oscuridad, emprender otra vez el camino de la humildad y la renuncia. Mi Amada no soporta ser compartida. Mi Amada es celosa y castiga mi alma cuando, sin pensarlo, cometo alguna estupidez. Mientras iba de Su mano por el Jardín, por azar mis ojos miraron la flor. Entonces sentí vergüenza, pues teniendo tan cerca Su rostro, sin embargo mis ojos se posaron en la flor. Pero Ella también perdona hasta setenta veces siete. Más insoldable que Su ira, es Su Compasión. Poco a poco las nubes se van apartando. A los lejos se pueden ver los primeros rayos del amanecer. Oh Señora mía, como no llego a Tu Cielo, en la tierra me postro, y la tierra beso. El color anaranjado de la claridad de la mañana me insufla la esperanza de la reconciliación y regreso a casa. Paso a paso me alejo de mar, pero todavía puedo oír el rumor de las olas en mi mente. Frente a mi hogar espera una familia para entregarme un pequeño panfleto. Hablo un rato con el padre, que lleva a sus dos hijos con él para predicar el evangelio. Antes de despedirnos, el más pequeño, de unos cinco años, me mira a los ojos y me ofrece el trozo de papel diciendo - Aunque se te haya olvidado, es Dios quien salva – De repente mi mano, al encuentro con la suya, comienza a temblar. Mi voz, tremola, delata Tu presencia. ¡Te he reconocido, oh enviado de Dios! Esta vez no tomaste la forma de estrella fugaz, ni de pajarillo, ni de sabio mendicante, sino de un inocente niño. Hoy te he visto. Te he visto y me has hablado. Hoy ha nacido en mi alma el Sol. ¿De dónde viene la luz cuando regresa?    


viernes, 18 de julio de 2014

Jesús de Nazareth, más que un Budha



Permítanme contarles una vieja historia como nunca antes la han escuchado, un antiguo cuento que haré nuevo para todos ustedes, la vida de un hombre que se convirtió en un Budha, de un Budha que se hizo Dios. Y no digo un dios, sino Dios.
Podrán creerme o no, allá ustedes, que no es mi misión hacer apostolado, ni tener discípulos o crear una nueva religión, sino contar historias, y con esas historias, hacerles soñar con un mundo nuevo y mejor. Con un mundo donde, a través del propio esfuerzo, unido a amor y a la devoción, se puede trascender la naturaleza de todas las cosas.
Pues verán, empiezo, hace mucho tiempo, en una lejana tierra, en el seno de una familia muy humilde, una mujer quedó encinta. Devota esposa y fiel amante de su marido, tenían ellos una extraña religión que adoraba a un solo Dios que, además, no podía ser visto.
Rara situación era ésta, que se adore lo que no se puede ver, ni tocar, ni oler, ni visitar en cualquier templo. Pero, en cambio, ese Dios podía ser sentido y oído, y Su Santuario se encontraba en el corazón de todos los seres. ¡Esa era su morada! Porque ¿cómo poner puertas al mar o ventanas al cielo? ¿De qué manera se puede encerrar la Inmensidad? 
Era tal la relación que tenían con aquella Divinidad, que se consagraron por completo a buscar Su Presencia, y por consiguiente, le consagraron igualmente la criatura que ella llevaba en su vientre.
Desde aquel momento, sucesos imposibles comenzaron a acontecer. Visiones celestiales, música angelical, premoniciones. Una nueva comunicación se había abierto con la Eternidad, quizás a causa de la criatura no nacida o quizás a causa de su propia intimidad con aquel Dios invisible al que se podía llegar a través de la fe.
Tal vez las profecías del aquel antiguo pueblo se habían cumplido, puede que fuesen ellos los custodios de un Maestro destinado a guiar a la humanidad. Madre y Padre del Príncipe de la Paz.
A causa de la tiranía del opresor, temiendo por sus vidas, avisados en sueños por una inspiración divina, salieron de su tierra buscando un nuevo destino lejos de la cruz imperialista. Así, de esa guisa, en algún lugar al abrigo de la noche, nació el niño que estaba destinado a convertirse en el Hijo de Dios.
Y los milagros continuaron sucediendo a su alrededor. Extraños personajes se les acercaban viendo en el pequeño al profeta más grande de todos los tiempos.
Así el niño fue creciendo, y en su interior, una llamada, un anhelo, una extraña intimidad con aquel Dios desconocido para el extranjero, e incluso desconocido también para los de su propia nación, pues el joven había aprendido a ver a Dios en las cosas y a las cosas en Dios, hasta que ya no hizo distinción entre unas y otro, sino que todo lo existente era el cuerpo del Señor.
Aprendió también a callarse a sí mismo para aprender a escuchar la música de las esferas, aprendió a distinguir el susurro de la creación, una nana que cantaba el Padre del mundo, una secreta confidencia entre la criatura y su Creador.
Y ese anhelo, lejos de menguar, fue creciendo más y más. Y viajó por esa bendita tierra aprendiendo el conocimiento de los místicos del saber de su propia religión, santos, eruditos, profetas… de todos ellos bebió, hasta que por fin encontró a quien lavó su cuerpo en las benditas aguas de la purificación, enderezó su camino allanando los caminos del Señor.
Entonces sucedió algo prodigioso. Cierta mañana, en su bautismo, cuando salió del río, se oyó la Voz de ese buen Dios, que a la vista de todos, confesó: - Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy –
El impacto fue tal, que tuvo que retirarse a un lugar desértico para asimilar lo que había vivido, para vestirse de Iluminación, para estar a solas con su alma, para llorar y templar su mente en aquel nuevo estado, superar los miedos y vencer al ego, a los apegos, a la ira, al rechazo y al miedo, para alejarse de todo lo que le alejaba de Dios. Un nuevo ser había nacido, más perfecto que el anterior. Ya no había otra cosa en su corazón que no pronunciara el Nombre de Dios.
Por la fortuna del Señor, y por su enorme devoción, había llegado hasta la Flor de Loto del Último Límite, había alcanzado lo que otros llamaban la Budeidad.
Dentro de su alma se despertaron poderes latentes, podía realizar milagros, curar enfermos, expulsar demonios, ver el futuro y resucitar a los muertos. Todo esto pudo hacerlo porque se había vencido a sí mismo, había vencido al mundo y retornado al seno del Señor.
Pero no solo curaba cuerpos, sino también el alma de los paralíticos que no querían esforzarse para levantarse de su mediocridad y luchar por ser algo mejor. A los leprosos de espíritu, que apestaban a todos con el hedor de su vanidad. A los ciegos, que se negaban a ver la Gloria de ese Buen Dios. Y además resucitaba a los muertos en vida, enseñándoles que la existencia es mucho más que disfrutar de los placeres del buen vino y el buen yantar.
En su camino tuvo predilección por los pobres, por los afligidos, por los desahuciados y enfermos… aquellos a los que nadie quería ni prestaba atención. De su mano, el Amor de Dios llegó a ellos con este mensaje:
- Recordadme, que Yo nunca os he olvidado. Regresad a Mí, que mi Paraíso no está completo sin ti -
Pero tampoco fue esto suficiente para aquél que conocieron con el nombre de Jesús, pues, aunque llegó a la Budeidad, su sed de Dios no se apagó, y para hacerse más digno, aun siendo ya perfecto, quiso superar los límites de la iluminación.
Aunque sentía a Dios muy cerca, seguía habiendo distancia entre los dos, y aquella distancia era lo que le quebraba el alma, el dolor que le hacía pasar las noches en vela llorando de pasión. Aun llegando a donde nadie había llegado, todavía no estaba colmada su entrega y su devoción.
Entonces fue probado de nuevo, se hizo una flecha en las manos de aquel extraño Dios, que le pidió absolutamente todo lo que tenía, y él se lo entregó. Le entregó su cuerpo, y fue arrestado, maltratado y asesinado como un malhechor.
Le entregó su posición, y todos sus discípulos le dieron la espalda y le abandonaron en los momentos de miedo y terror.
Le entregó también su nombre, olvidando que era Hijo de Dios.
Le entregó a su madre, le entregó su vida y finalmente le entregó su espíritu con una exhalación. Y justo en aquel momento, la tierra detuvo su órbita y se estremeció, porque el que había nacido como hombre, el que fue reconocido como Hijo, ahora se había fundido en el Señor. Ahora eran Uno y el mismo. El hombre ya no existía, quizás nunca existió, ahora quedaba Dios solo, Uno solo, Jesús había conseguido por fin destruir el maldito dos. Así, a los tres días, con un nuevo cuerpo, el que nació como hombre resucitaba como Dios, y todos sabemos que Dios no puede morir.
Esta es la historia de un hombre que se convirtió en un Budha, de un Budha que quiso dejar de serlo para fundirse en Dios. Quizás piensen que es un cuento triste, pero realmente es una historia de Amor. Un Amor tan grande que consiguió unir tres en uno, Amante, Amor y Amado, hasta que solo Dios quedó. Una historia que nos enseña que, allá donde la virtud florece, en cualquier acto cotidiano cuajado de compasión, está el camino al cielo, está el abrazo del Señor.

Jesús, el Budha, eres tú mismo, hombre o mujer, que te sientes inspirado a llenar tu vida con actos de amor. Allá donde la virtud florezca, está el espíritu del Hijo de Dios. Por eso Jesús no ha muerto, y donde dos o tres se reúnen para ayudar al enfermo, al necesitado, a la viuda o al huérfano, él está trabajando también en medio de ellos. Tan solo hay que querer reconocerlo. Él no es diferente a la mejor versión de ti, como tú no eres diferente de Dios. Jesús está en ti, como lo está Dios, pero recuerda que Jesús es el Caminante, el Amante. Nuestras acciones son el Camino, también llamado el Espíritu del Santo del Amor. Y el Amado es nuestra meta, otro de los Nombres de Dios. Nunca hubo otra trinidad que esta, y al final, el secreto está en que solo hay Uno, sin tres, sin dos, sin Jesús, sin ti, sin mí, sin otro yo que Dios… Pues más allá de Él, todo es ilusión.

martes, 15 de julio de 2014

Vida de Sensei Usui



El maestro Usui nació en el seno de una buena familia de la aldea de Yago, distrito de Yamagata, de la prefectura de Gifu, en Japón, en el año 1865. Muy emocionado por la historia del Budha histórico, el Noble Siddharta Gautama, Sensei Usui comenzó una singular búsqueda del conocimiento a través de los lugares más recónditos no solamente de Japón, sino de todo mundo en pos de alcanzar las llaves hacia la iluminación. Monje Budista Zen, Sensei Usui pasó por decenas de monasterios y de maestros, que derramaron en él algo de su doctrina secreta.

Uno de esos viejos maestros vivía en un antiguo monasterio cerca de Kyoto, donde Sensei Usui pasaría más de tres años. Estando al abrigo de este hombre, el re-descubridor del Reiki debió cumplir una de las órdenes de su maestro; hacer un retiro de veintiún días de ayuno y meditación en la cima del monte sagrado llamado Kurama.

Mikao Usui, presto a seguir esas indicaciones, cogió veintiuna piedras, que iría lanzando al vacío al amanecer de cada día para ser consciente del paso del tiempo.

Hay un viejo refrán que dice así: “Si nada sabes de Taoísmo, las montañas son montañas y las aguas son aguas. Pero si has recibido alguna iniciación, las montañas dejan de ser montañas y las aguas dejan de ser aguas.”

Para el sintoísmo y el taoísmo, las montañas son santuarios de meditación donde el tiempo se detiene y el meditador puede alcanzar el Reino de Dios con las manos. Estas montañas no deben entenderse solamente como un lugar físico, sino que también se pueden encontrar montañas en la propia meditación, en la vida diaria o en un mandala, pudiendo subir a ellas en nuestro propio hogar.

Dijo el XIV Dalai Lama Tenzin Guiatso que éste era el tiempo en que el ermitaño debía bajar de la montaña. Esto significa que ha llegado el momento de que aquel que guarda el secreto de un legado espiritual, deba de compartirlo con el mundo. Cuántas técnicas espirituales, oraciones secretas y libros maravillosos se habrán perdido con el paso de los años y el olvido de los hombres. Quizás ha llegado el tiempo en que los Secretos deban ser revelados. Quizás somos nosotros por los que hemos estado esperando tanto tiempo. Y eso hizo Sensei Usui cuando alcanzó el Satori, bajar de la montaña y difundir su legado al mundo para poder beneficiar a todos los seres.

Cuando arrojaba, montaña abajo, las veintiuna piedras, con ellas también se estaba desprendiendo de los hábitos antiguos que no le permitían culminar la cima de la montaña. Así, el último día, cuando tiró la última piedra, de repente divisó un rayo luminoso que se dirigió velozmente hacia él desde la lejanía. 

Pese al sobresalto, Sensei Usui decidió no moverse de la posición de Loto en la que se encontraba. 

Creyendo que había llegado el final de su vida, el rayo de luz le impactó entre la frente, transportándolo a un estado que jamás supo cómo describir fielmente. Según sus propias palabras, entró en una tierra donde infinidad de burbujas de colores, que tenían símbolos en su interior, se repartían en todas direcciones. 

Estando en este mundo, una voz que emergió del vacío le alertó diciendo: “Recuerda, recuerda, recuerda… Tú eres eso”

Así, el vigésimo primer día, Sensei Usui alcanzó el estado Iluminado, haciéndose uno con la Energía Universal. 

Es realmente curioso que, dentro del panteón del Budha de la Medicina Tibetano, los Bodhisatvas que aparecen a su alrededor, al estar envueltos por hojas de loto de todos los colores, den la sensación de estar encerrados en burbujas de múltiples tonos. Quizás, al haber entrado en el estado de Budeidad, Dios mismo le estaba diciendo: “Recuerda, eres un Bodhisatva capaz de sanar a cientos de seres que sufren”

Cuando Usui Sensei recobró el control del cuerpo, se dispuso a bajar de la montaña deseando contar lo sucedido a su antiguo maestro. Fue tal la emoción de la experiencia, que no se dio cuenta de que, estando descalzo, las piedras que se encontraban en el sendero herían sus pies. Viendo su sangre brotar de su dedo pulgar, el maestro se agarró instintivamente la zona dolorida en un acto reflejo. Lo sorprendente fue que inmediatamente el dolor se calmó y la hemorragia se detuvo. Sensei Usui miraría admirado sus manos comprendiendo el nuevo don que se había despertado en él. ¡Ésa sería la primera de muchísimas curaciones!

Al bajar de la montaña, el maestro sintió hambre y entró en una posada, donde se percató de los lamentos de una muchacha. Sin más, pidió permiso al posadero para ver a la enferma: una niña con el rostro inflamado por un dolor de muelas. El maestro Usui pidió permiso para poner sus manos en el rostro de la niña, quien inmediatamente sanó de su dolor.

Esotéricamente, las dos primeras curaciones tienen un mensaje oculto. La primera es que el Reiki puede sanar el dolor físico de los lances de la vida, y que es representado como piedras en el camino. 

El segundo es que la Energía Reiki puede también sanar el dolor mental o emocional, encarnado en el rostro inflamado de la joven hija o nieta del posadero.

 Es curioso también, cuando aprendamos los símbolos en el segundo nivel, conocer que el símbolo mental/emocional es un símbolo femenino, lo que me hace sostener esta teoría.

Tras haber sanado a la joven, Sensei Usui pidió algo de comida al posadero, quien le advirtió que la cantidad solicitada era muy abundante para alguien que venía de estar en ayuno y quizás no le sentara bien.

Ésta es otra de las claves esotéricas que encontramos en la vida del Maestro. El consejo del posadero es el eco de la advertencia de todos los maestros de los caminos espirituales, quienes nos advierten de los peligros que hay en adquirir iniciaciones si no estamos realmente preparados. 

Sensei Usui comería sin problemas el alimento solicitado. Prueba de que estaba más que preparado para afrontar su nueva estación.

Horas más tarde llegó al monasterio, tomó un baño, se cambió de ropa, se presentó ante el abad, le explicó lo sucedido y le sanó de su artritis. 

Esto parece ser otro mensaje en clave, anunciando los aspectos del camino espiritual. Al haber alcanzado una estación superior, lavó su cuerpo, purificándolo, cambió sus viejas ropas por unas nuevas, símbolo de haber adquirido una nueva visión del mundo. Sanaría la artritis del Abad, es decir, liberó a los seres de las ataduras de sus antiguas creencias que no les permitían seguir la Senda hacia el Despertar.

Así, Sensei Usui se dispuso a ayudar a todos los mendigos de los suburbios de la ciudad de Kyoto para, con ello, poder hacer que se valieran por sí mismos, que buscaran un trabajo y superaran sus trabas físicas y mentales. En esta empresa estuvo durante seis meses, otros dicen que siete años, tratando a los mendigos sin recibir nada a cambio, tan solo con la esperanza de que pudieran cambiar sus vidas. Pero cuál fue su sorpresa cuando, una vez sanados, los mendigos volvían a sentarse a pedir limosna en vez de ganar el pan con el sudor de su frente. Desalentado, cuando el maestro les preguntó la causa de su comportamiento, los mendigos le respondieron que trabajar era muy fatigoso y que preferían la vida cómoda del mendicante.

Esta respuesta trastornó vivamente al Maestro de Reiki, quien recordó los consejos de los viejos monjes y lamas “El desarrollo del espíritu es lo prioritario, el cuerpo le seguirá consecuentemente después”

Todavía hoy podemos ver a seres sin escrúpulos, movidos por la pereza espiritual y física, esperando en el camino que otros carguen con sus problemas. ¡Eso es vergonzoso! Eres tú mismo quien debes cargar tu karma pesado, ayudando además a otros, y no esperar que nadie lleve el peso de tus malas acciones.

Es entonces cuando el Sistema Reiki nace tal cual nos ha llegado, como un camino espiritual que tiene, como uno de sus nobles efectos, la sanación a través de la meditación y del propio esfuerzo. 

Usui Sensei decidió no volver a tratar los cuerpos gratuitamente pues el desprecio de la Bendición que los mendigos habían tenido contra la honradez, también se puede encontrar en el resto de los hombres y mujeres corrientes. Aquí, mendigo, puede traducirse también como un ente mundano, egoísta y perezoso. 

Por esta razón, Sensei Usui creó la tradición Reiki construyendo un camino espiritual, un camino de meditación, un camino hacia la Santidad, hacia Dios. Una vía que hay que realizar con esfuerzo, que hay que valorar con el precio oportuno y que hay que seguir con honradez y disciplina. Una vía que no se vende ni se compra con iniciaciones a quienes no son dignos. 

Solamente como efecto secundario de la vía Reiki, está el poder canalizar la energía cósmica y sanar a los seres de sus males. Por tanto, quien solamente se acerque al Reiki para poder sanarse o sanar a los demás, que sea consciente de que es semejante a uno de esos mendigos que no valoraron la bendición que se les estaba otorgando. Por esto, tampoco yo me comprometo a enseñar a nadie si no considero que esté preparados para ello. Mucho menos, a otorgarles una iniciación.

Por otro lado, Sensei Usui empezó a iniciar en Reiki primeramente a los más jóvenes, a quienes, tras haber realizado la ceremonia de sintonización, mandaba directamente a los monasterios para que estudiaran sabiduría Zen. 

Hacía esto porque, en las mentes jóvenes, los vicios, las enfermedades autoinflingidas, al haber tenido menos tiempo de madurar y enraizarse, eran más fáciles de sanar y, una vez libres de trabas, solamente necesitaban aprender a meditar correctamente para alcanzar el Despertar. 

Esto no excluye a las personas de avanzada edad, pero sí advierte a los más experimentados que su trabajo debe ser más arduo y duro, por ende, los logros serán también más sabrosos e increíbles.

Tras abandonar la ciudad de los mendigos, Sensei Usui regresaría a Kyoto donde, cuentan, portaba una antorcha en plena luz del día, paseándose por las calles de la ciudad. Cuando le preguntaban al respecto de tan extraña actuación, él contestaba que estaba buscando seres que quisieran luz. También aseguraba que una antorcha encendida podría encender muchas otras. 

El maestro Usui pasaría el resto de su vida enseñando meditación según las características del Reiki Tradicional. 

Sensei Usui abandonó su cuerpo el 9 de marzo de 1929 y sus restos reposan en el templo budista Saihoji, en Tokio.

martes, 1 de julio de 2014

Uno Solo



Cuentan que cierto maestro sufí, estando en su lecho de muerte, se le acercó uno de sus discípulos más queridos y, muy apenado, le preguntó: - Baba, antes de reunirte con nuestro Señor, dime, por favor, ¿qué ha sido lo más difícil que has encontrado en esta vida? – El maestro, mirándolo fijamente, contestó: - Lo más difícil de mi vida ha sido hacer comprender a la gente que Dios es Uno, y que sólo Él merece ser adorado. Que no hay santos, ni ángeles, ni profetas, ni hijos, ni potencias, ni espíritus, ni guías, ni maestros... Que sólo existe Él, sin intermediarios, sin nadie más. Dios es el Solo, el más Digno de alabanza – Pero, maestro - replicó el muchacho - entonces, ¿los ángeles, los profetas, los santos…? – Ves, hijo mío - contestó el anciano con lágrimas en los ojos – Cuán difícil es esta tarea que ni siquiera a mis discípulos más cercanos he conseguido convencer.

 "Dime, oh Amigo, en mi interior, ¿dónde se haya el órgano que al mundo ama? Después dame bisturí, camilla y gasas, y prepara la operación que del mundo me libere, para que cuando Despierte, nada se interponga entre Tú y yo. Y que en ese Tú me disuelva, y que solo Tú quedes, ya que cuando el sol sale, la vela debe apagarse."

sábado, 31 de mayo de 2014

Este Instante Nunca se Repetirá


“Sentados bajo un árbol pippala, sobre un cojín de hierba kusa, el joven discípulo preguntó al yogui - Maestro, muchas veces me ha hablado de la Presencia Plena, pero ¿por qué es tan importante la Consciencia del Presente? – Cierra los ojos, hijo mío, y siente… busca primero la mirada del corazón. Sentirás el aire tocando tu rostro, trayéndote los aromas de la selva, meciendo tu pelo. ¿De dónde vendrá y hacia dónde irá? ¿Te lo has preguntado alguna vez? Quizás haya tocado el cuerpo de algún santo, o haya visto guerras que sería mejor olvidar… pero ahora ha llegado hasta nosotros y seguirá su camino hacia la inmensidad. Ves, hijo mío, ese soplo de aire que se ha marchado jamás regresará. La historia que has dejado escapar, jamás la volverás a encontrar, porque no has estado atento, porque no has querido escuchar. Siente ahora los rayos del sol que acarician tu cuerpo. Han surcado miles de kilómetros a través del cosmos para bendecirte, te traen la fuerza del sol. Pero para quien está distraído de su vida, de los milagros que suceden a su alrededor, tan solo es pura nada y no le dan el menor valor. ¿Oyes el rumor del río? Ha bajado de las altas cumbres de las grandes montañas de picos nevados, ha navegado entre paisajes idílicos que el hombre tan solo puede soñar, trae consigo el frescor de las nieves perpetuas, la esencia de la paz, el rumor de la calma y de la serenidad. Escucha su canto, hijo de buena familia, mañana no lo oirás. Y ese ruiseñor que trina entre los árboles, clamando alabanzas a su Creador. Su canción sólo dura unos segundos, un instante en el tiempo, el momento de su inspiración. La mariposa que ha pasado frente a ti, y la araña que ha tejido su sedal tras nosotros, y la forma de las nubes, dibujando siluetas en el lienzo del Señor. La vida es demasiado bella para pasarla durmiendo, debes abrir los ojos y despertar. Sé consciente de toda esta belleza. Estate presente aquí y ahora, porque este instante nunca se repetirá. El mañana traerá otro viento, otro río, otro sol, otros aromas de santidad. ¡Este momento en el tiempo es increíble, no lo dejes marchar! Y, nosotros, los de hoy, no somos los mismos que han pasado, ni los mismos que vendrán. Sólo tenemos un instante para fundirnos con la Eternidad… Por eso es tan importante el hoy, porque en el ayer no vivimos y el mañana no nos tocará. Dios es Uno, nosotros somos Uno, el instante es Uno, el dos no existe, ni existirá. Comprende bien lo que te digo porque nunca más lo oirás.”