sábado, 25 de julio de 2015

Las Noches en Estambul



  

Paseo por los alrededores del Bósforo buscando el barrio de Eyub. A veces canto y bailo mientras alguna ancianita, cargada de arrugas, menea la cabeza bajo su pañuelo pensando que estoy ebrio... y lo cierto es que es verdad. He probado el vino del Amor y me he emborrachado ¿Cómo si no podría pasar las noches de ramadán en Estambul rodeado de tanta belleza? En algún lugar alguien llama a la oración y yo acudo ¿Cómo negarme a quien me invita a entrar al Paraíso? Bajo mi frente el cielo huele a alfombras turcas de mil nudos. Cuando salgo de la mezquita, el mundo ya no es el mismo, o soy yo quien ha cambiado. Decía un antiguo refrán sufí que si el viaje no te cambia no es un viaje.

En silencio, deshago mi camino cruzando la ciudad hasta Sultanahmed, lo que me da la oportunidad de pasar por decenas de tumbas de santos y derviches que se reparten por Estambul, algunos casi olvidados incluso por sus propios convecinos. Turquía, en esta época, es un hervidero de gente que se agolpa sobre todo en los parques frente a Aya Sophia, pero a esta hora de la noche todo está en calma y los cientos de personas que han  peregrinado hasta aquí, duermen a la vera de la Mezquita Azul esperando el canto del almuédano invitándoles a la oración más madrugadora. Todo el mundo duerme para el corazón que ha despertado.

Bordeando el Palacio de Topkapi, con la mente serena, bajo por el camino que lleva hacia mi hostal. La visión nocturna de los altos minaretes iluminados como agujas que rasgan el cielo nocturno es un canto para el alma y una increíble postal para el recuerdo. Sin embargo, en una de las esquinas que hace la acerca cuando se curva a la derecha, justo detrás de una papelera, la silueta de un niño pequeño, de unos seis o siete años, me hace estremecer el corazón. Acurrucado en la pared, tiene metida la barbilla en el pecho intentando conciliar el sueño.

Mi alma me empieza a hablar a gritos mientras sus ropas, harapientas, no me permiten continuar. - Tengo que hacer algo – recapacité, y sin pensármelo dos veces, saqué la chocolatina que tenía en el bolsillo y, mientras el pequeño abría los ojos, notando mi presencia, me agaché junto a él y se la ofrecí.
Sus ojos eran oscuros y tenía la cara llena de churretes. Debo confesar que tuve que hacer un terrible esfuerzo para no llorar y mostrar mi mejor sonrisa mientras sus manos, temblorosas y desconfiadas, cogían mi regalo. - ¿Qué haces durmiendo aquí? – Me atreví a preguntarle – My father finish in Siria – Dijo con voz entrecortada agachando de nuevo la cabeza, tratando de tragarse su dolor, mientras de sus ojos comenzaban a brotar unas lágrimas que intentaba disimular.

Tratando yo también de digerir aquella información, acaricié su cabecita y le di algún dinero, sin embargo, mientras me alejaba, mi alma no me dejaba de gritar, pero ¿qué podía hacer? En solo unos segundos mis pies habían bajado del cielo a la tierra recogidos a toda prisa por la terrible realidad del sufrimiento, de las lágrimas de un niño pequeño, del dolor de una víctima de la ignorancia humana, la cual consiente en matarse unos a los otros en aras de un Dios que ni siquiera conocen. Un Dios que, en realidad, estaba en ese niño pequeño que había tenido que huir de su país para no morir y ahora se deshacía llorando echado en una esquina junto al Palacio del Sultán. Pero curiosamente, nadie reconocía a este Dios, ni luchaba por Él, quizás porque este Dios no es conveniente a los intereses humanos, y sin embargo no hay más Dios que Él, y quien ve más dioses tiene un problema de visión y de amor.  

Arrastrado por mi conciencia, me metí en uno de los restaurantes que permanecían abiertos junto a mi hostal y compré dos kebab. Debo confesar que desandar mis pasos para volver a buscarle fue uno de los momentos más increíbles de mi viaje, donde me encontré a mí mismo, a la persona que quería llegar a ser, pudiendo sentir cómo mi corazón saltaba de alegría dentro del pecho mientras los ángeles me acompañaban en mi camino de regreso. Pero, de repente, un pensamiento me detuvo. ¡Quizás el pequeño ya no estaba allí! Quizás tan solo había sido una alucinación mía, un espejismo de mi alma… Y debo confesar que recé para que todo aquello hubiera sido un delirio de mi mente.

Caminé despacio hasta el recodo de la acera que escondía el lugar donde aquella criatura se había refugiado anteriormente, y deseando ver el hueco vacío, me asomé… pero el pequeño seguía allí. ¡No había sido una alucinación! A pesar de lo que piensen algunos, el dolor ajeno no es una ilusión. E, intentando digerir tantos sentimientos encontrados, disfrutamos juntos de la cena riendo mientras me decía que él era del Barça  y yo trataba de convencerle de que el Atlético de Madrid era mejor.

Cuando regresé al hostal aquella noche y llamé a mi mujer, ella me preguntó qué había estado haciendo todo el día. Yo le contesté: - He visto cómo es mi alma cuando está junto a Dios y ahora sé hacia dónde debo conducir mis pasos –

Quien tiene amor en su corazón, lo reparte a quienes le rodean. Quien tiene alegría en su mente, contagia esa alegría al mundo. Quien tiene bondad y compasión, no puede guardarla como el avaro su tesoro. ¡Qué riqueza es tener para poder dar!

Dicen que judíos, cristianos, musulmanes, blancos y negros, somos diferentes, sin embargo, en todos los lugares donde he estado, los niños quieren jugar, las madres se preocupan y los ancianos dan consejos. Por tanto, ¿qué es lo que nos diferencia? ¿Qué nos hace tan distintos para no poder sentir compasión por todos los seres que sufren y tratar de ayudarlos?

Mi religión se llama Amor y mi práctica es tratar de ver la Bondad que se esconde en todos los seres, porque en todos los seres mi Dios se oculta y se reparte. Por tanto, si hiciera daño a uno solo de ellos, aunque fuera el más pequeño, a Dios mismo estaría dañando y faltando al pilar fundamental de mi credo. Sé que esto no será entendido por muchos, pero es que ellos no siguen mi religión. Yo no sé lo que otros creen, pero sé que yo creo en el Amor. Al sordo le da igual que le hables a gritos y al ciego le da igual que le enseñes el Paraíso… pero al amor, solo una mirada le es suficiente.

 "Cerré mi boca y te hablé de mil maneras silenciosas." Djalal al Din Rumi.










miércoles, 22 de julio de 2015

Sair Semi




Konyali Sair Semi fue un derviche muy humilde que vivió en la ciudad de Konya hace unos 200 años. Pasó la mayor parte de su vida consagrado a Dios a través de la cofradía Mevlevi del maestro Rumi. Cuando murió, en 1884, tan elevada fue su estación espiritual, que sus vecinos decidieron enterrarle dentro del monasterio de Mevlana, junto a otros tantos santos, aunque él había insistido siempre que no era digno de merecer tan alto honor. Así, a la mañana siguiente de haberle dado sepultura, su cuerpo misteriosamente apareció fuera del recinto. Sin saber qué pensar, las autoridades de la época decidieron volver a enterrarle y pusieron una guardia para vigilar su tumba. Sin embargo, a la mañana siguiente, el cuerpo volvió a aparecer extramuros, justo en el mismo sitio que el día anterior, sin que nadie lo hubiese movido. Convencidos ya del milagro, sus discípulos decidieron respetar por fin la última voluntad del maestro Sair Semi, enterrándole en el lugar donde había aparecido su cuerpo las dos veces, donde todavía hoy descansan sus restos y se puede ver el túmulo de su sepultura como un monumento a la humildad propia de los derviches

jueves, 25 de junio de 2015

EL ARTE DE LA MEDITACIÓN


 
Como hace algunos años pensé que la idea de meditar era muy romántica, me eché los sueños a la espalda, hice las maletas y decidí viajar a la India más mágica para encontrar un viejo maestro en la cima de alguna montaña que me enseñara el arte de meditar, con barba larga, hábitos extravagantes, y capaz de hacer milagros.
Ya me imaginaba sentado en un oscuro templo rodeado de monjes sabios y misteriosos que se pasaban en voz baja, de uno a otro, los secretos de la creación.
Sin embargo, cuando llegué a la India, lo peor que me pudo pasar fue que encontré a un maestro de verdad, aunque no el que yo había imaginado.

Durmiendo cada día sobre esteras echadas en el suelo de cemento, tuve que cambiar la nívea blancura de aquella alta montaña de mis sueños por las sucias calles de Delhi, el silencio de los bosques por el ruido de los coches, el templo adornado con pan de oro por una vieja casa de paredes mal encaladas.

Además, cada día tenía que luchar contra las cucarachas, los chinches, los mosquitos y las pulgas con los que compartía habitación, los cuales tenían más derecho que yo por llevar más tiempo allí. Debía, además, extremar la precaución para no beber agua del grifo, tener prudencia a la hora de ir al baño y sobrevivir comiendo verduras hervidas con arroz sin que mi estómago dijera nada al respecto.

Las numerosas horas, sobre el cojín de meditación, hacían que mi espalda tuviera que soportar el peso del cuerpo y un intenso dolor me recorría la columna vertebral de arriba abajo.

No obstante, al cabo de un tiempo, cuando regresé a España, había dejado en la India todas mis ideas románticas acerca del arte de la meditación, pero me había traído conmigo una paz interior como jamás habría podido imaginar. Una luz en el alma que las palabras no pueden describir.

Así descubrí que realmente la meditación es el trabajo de los héroes, no el divertimento de los traficantes de milagros, ni el pasatiempo de los adictos a vestir sus egos con ropas de otras tierras.

Mi maestro no era un monje con viejos hábitos, sino un zapatero remendón cuya sola presencia hacía que mis lágrimas subieran del corazón hasta los ojos. Sin embargo, él había conseguido convertirse, a través de la bondad, en un maestro de vida, alguien que, sólo con su presencia, podía conducirte de un estado a otro superior.
 
Su práctica diaria era desear, de alma a alma, en silencio, paz y felicidad a todos aquellos con quien se cruzara, ya fueran buenos o malos, grandes o pequeños, lejanos o cercanos, visibles o invisibles.
 
Desear felicidad a todos los seres era algo tremendamente difícil para el ego, pero para el alma era como un soplo de aire fresco.

Cuando nos impartía sus enseñanzas, antes se postraba ante nosotros. Igualmente, si tenía que subirse a algún lugar para que todos le viéramos, primero nos pedía perdón. Justo en el instante en que le vi, me quedé prendado de él ¿cómo no hacerlo delante de alguien tan humilde? ¿Cómo no enamorarme de alguien así y seguirle a donde quiera que fuese?

domingo, 17 de mayo de 2015

TÚ ERES MI ÚNICO TESORO


“Hace mucho tiempo, cuando los pueblos todavía eran nómadas y la vida transcurría al abrigo de sencillas tiendas de lona buscando los pastos más adecuados para el ganado, cruzó el desierto una familia de beduinos. El Padre, famoso en la región por su bondad y sabiduría, reunió a todos sus hijos e hijas, yernos y nueras, nietos y nietas, cargando sus pertenencias sobre los camellos, y salió a buscar un nuevo destino. Pero en la travesía, el camello que llevaba el tesoro que había reunido durante muchos años de esfuerzo, tropezó y cayó, desperdigándose todas las joyas sobre la fina arena. El hombre, viendo lo sucedido, llamó a su familia y les dijo: - Mirad, estos son todos los tesoros que he guardado para vosotros. Que cada cual coja el que más le guste y se lo quede – Obedeciéndole, uno cogió una corona, buscando no obstante el permiso paterno con la mirada. Otro cogió un cetro, pidiendo igualmente permiso. Algunos tomaron anillos de oro, otros túnicas de fina tela, gargantillas, pulseras y demás joyas. Solamente el más pequeño de los hermanos permaneció inmóvil al lado del Padre. Pero cuando el hombre se percató, miró a su hijo y le preguntó: - ¿Por qué no coges tú también lo que más te guste? – Padre – dijo el pequeño - ¿De veras puedo coger lo que más quiera? – Claro, hijo mío, toma el tesoro que desees -  Entonces, el pequeño, poniéndose frente a él, lo abrazó fuertemente, acurrucándose en su regazo, y le dijo: - Padre, tú eres mi único Tesoro – Y el Padre, tocado en lo más profundo de su corazón, igualmente abrazó a su hijo contra su pecho sin poder contener las lágrimas” 

El Padre, en este cuento, representa a Dios, que nos ha ofrecido todos sus tesoros. Y el hijo es el alma del derviche que, aun pudiendo escoger entre todos ellos, sin embargo sabe que el mayor Tesoro es el Dador mismo de Tesoros, por eso lo abraza contra su pecho sin fijarse en nada más. 



sábado, 25 de abril de 2015

La Señora




"Todas las tardes, una anciana salía de su habitación en la residencia de mayores y paseaba por las inmediaciones del jardín, caminando lentamente hasta el mirador de la antigua iglesia abandonada, donde se sentaba en el único banco que todavía quedaba y esperaba el ocaso mientras contemplaba cómo el sol iba coloreando el cielo con tonos azules, amarillos y anaranjados. Así, hacía un repaso a lo que había sido su vida, al tiempo pasado, y al inminente futuro, mientras se le escapaba algún que otro suspiro cargado de tristeza y melancolía. Pero cierto día, cuando llegó al banco, ya estaba ocupado por otra señora que, igual que ella, esperaba ver cómo se ocultaba el sol. La anciana, sorprendida de ver a alguien en este lugar tan solitario, pidió permiso para compartir el asiento, y la extraña, sonriendo con dulzura, le hizo un hueco a su lado. Su rostro era extremadamente pálido, sus ojos estaban cargados de paz y serenidad, y sus vestidos desprendían un agradable perfume a rosas. Sin embargo, la anciana no quiso decir nada y, discreta, después de ver ponerse el sol, se despidió cortésmente. No obstante, al día siguiente se volvió a repetir la escena, pero esta vez la anciana no pudo evitar que de sus ojos brotasen unas lágrimas, por lo que la señora le preguntó si estaba bien. – Me siento muy sola – confesó entre sollozos – Después de haber criado a todos mis hijos, ellos ahora parecen que no me necesitan y me han dejado aquí ¡Cuántas veces los sostuve entre mis brazos, los alimenté, recé por ellos, les di buenos consejos! Y sin embargo, así me lo agradecen – La señora, cogiendo sus manos, la miró a los ojos y dijo - También yo me siento así – Sobrecogida, la anciana preguntó - ¿Tiene usted muchos hijos? – Así es – contestó la señora – Muchos¿Y no vienen nunca a visitarla? - Volvió a preguntar – Sólo cuando quieren pedirme algo – dijo ella bajando la cabeza. Y, cogiendo fuerzas, continuó – Siempre quise que todos mis hijos e hijas vivieran felices, trabajé por ellos sin descanso, los eduqué lo mejor posible, les di todo cuanto tenía, los alimenté con mi propio ser, los llevé en mis entrañas dibujados, pero no conseguí cambiar sus corazones de piedra por unos de carne capaces de sentir Cuando eran pequeños – dijo la anciana – Me pasaba las noches enteras sin dormir velando su sueño. No me separaba de ellos ni por un segundo, abrazándolos para que se sintieran queridos, protegiéndolos. ¡Tantos esfuerzos por puro amor! Y si enfermaban, entonces se me caía el alma al suelo y no volvía a respirar hasta que se curaban. Pero ahora soy yo quien está enferma, y nadie me cuida. Soy yo quien necesita su amor, y nadie me abraza. Soy yo quien necesita hablar, y nadie me escucha… Señora – suspiró la anciana - ahora que presiento que se acerca mi hora, no quiero morir sola, y sin embargo así será – Las dos mujeres apretaron sus manos en señal de complicidad - Te prometo que, cuando llegue ese momento, estaré contigo – Dijo la extraña, pero la anciana, agradeciendo el gesto de cariño, sonrió sin prestarle demasiada atención y, algo más repuesta, se despidió hasta el día siguiente. Sin embargo, esa misma noche, tumbada en la cama, notó que la respiración se le apagaba y sintió mucho miedo. Pero en ese momento, la habitación se iluminó con la presencia de la Señora que había estado hablando con ella en el banco del mirador, y la anciana, gastando sus últimas palabras, preguntó: - Amiga mía, me muero ¿Qué haces aquí? – Vengo a cumplir mi palabra – dijo la extraña - ¡Nunca me dijiste tu nombre! ¿Quién eres? – insistió la mujer. Y la señora, mirándola compasivamente, contestó: - ¿Acaso no me conoces, hija mía? Yo soy quien te ha visto llorar por tus hijos, como yo he llorado también por los míos. Soy quien te ha visto sufrir por ellos, como yo también sufro por toda la humanidad. Soy quien te ha visto alimentarlos con tu propio ser, como yo a mis criaturas. Soy quien, cuando tú me pedías fuerzas, yo te las daba. Y cuando me pediste aliento, te mostré mi propia alma y mis sentimientos. Hija mía, yo soy tu Dios, que me he querido mostrar a ti porque tú compartes las heridas de mi corazón y puedes comprender mi sufrimiento y mi soledad. Tú eres un reflejo de Mí. – Y así, suavemente, el Ser Supremo, disfrazado de Madre Divina con la espada de nuestro egoísmo clavada en el pecho, cogió de nuevo la mano de la mujer y, quitándole toda angustia, temor y dudas, se la llevó consigo a su propio Reino."

LA TABERNA DEL DERVICHE  

sábado, 4 de abril de 2015

¿Me Amas?




"Hace algún tiempo, vivía en las afueras de Bangkok una familia muy pobre. El hombre, honrado y trabajador, salía todos los días a buscar leña al bosque, que después vendía en el mercado de la ciudad, ganando algunas monedas con las que podía comprar comida para su familia. Como cada domingo, su hija, de pocos años, le acompañaba al mercado para ayudarle en su tarea. Así, en cierta ocasión, la pequeña, pasando por delante de una juguetería, se quedó prendada de un collar de de perlas de plástico. Imaginando que ese collar podría convertirla en una princesa de cuento de hadas, la pequeña, inocentemente, tiró de la mano de su padre, llamándole la atención, y le preguntó si tendrían dinero para comprar aquel collar. El hombre, con lágrimas en los ojos, se disculpó confesándole que apenas tenían suficiente para comer, y así, apenados, siguieron su camino. No obstante, esto no hizo que la pequeña se rindiera y, decidida a juntar el dinero para comprarlo, trabajó duramente, a cambio de alguna propina, ayudando a los campesinos del lugar en sus labores, haciendo pequeñas tareas para sus vecinos o cuidando de otros niños cuando así se lo pedían. De esta manera, tras algunos meses de dura dedicación, consiguió las escasas monedas que costaba el collar y por fin pudo adquirir tan preciada joya. Cuando se lo puso se sintió muy guapa y especial. Aquel objeto la hacía completamente feliz porque podía disparar su imaginación soñando con otros mundos llenos de fantasía. Sin embargo, cuando cayó la noche, su padre, como todos los días, entró en su dormitorio para arroparla, pero, viéndola con el collar en el cuello, le preguntó: -María, ¿me amas? – Desconcertada, la niña contestó. – Por supuesto que te quiero, papá. Eres la persona más buena del mundo. Veo cómo trabajas todos los días para que podamos salir adelante. Te quiero muchísimo – María – repuso el hombre - Si me amas, regálame tu collar de perlas - Con el rostro desencajado, agarrando su collar con ambas manos, la niña contestó: - Papá, por favor, no me pidas que te regale mi collar de perlas, pues me es muy querido. He trabajado mucho para conseguirlo y lo he deseado desde hace mucho tiempo. Si quieres, te ofrezco cualquier otra cosa. Trabajaré contigo hasta quedar extenuada, pero, por favor, no me pidas mi collar de perlas – El padre, quitándole importancia a su pregunta, le dio un beso en la frente y salió de la habitación. No obstante, al día siguiente, a la hora de acostarse, el hombre, arropando a la pequeña, volvió a preguntarle: - María, ¿me amas?- Tapándose el collar, la pequeña afirmó -¡Por encima de cualquier cosa! - Si me amas – siguió el padre - Dame tu collar de perlas - Por favor, por favor – suplicó la niña - No me pidas mi collar de perlas, me ha costado tanto ganarlo y deseaba tanto tenerlo. Si quieres te doy cualquier otra cosa. Lo que me pidas menos mi collar de perlas - El padre, como la vez anterior, quitándole importancia al asunto, le dio un beso en la frente y salió de la habitación. Sin embargo, al día siguiente, volvió al cuarto de la pequeña para arroparla, pero esta vez ella lo estaba esperando con lágrimas en los ojos - María, ¿qué te sucede?, ¿por qué lloras? - Toma papá, mi collar de perlas. ¡Te lo regalo! - ¿Ya no lo quieres? – Preguntó el hombre - ¡Oh, sí que lo quiero! – Respondió la pequeña, pero te lo doy porque tú me lo has pedido y te quiero más a ti – En ese momento el padre se sentó junto ella, cogiendo y guardando el collar de perlas con una mano mientras sacaba del interior de su otro bolsillo un precioso collar de perlas auténticas que refulgían cual luceros bajo el sol, y se lo dio a su hija diciendo: - Este es el collar de perlas que ha pasado de generación en generación en nuestra familia, de padres a hijas, a través de los tiempos, solamente cuando ellas aprendieron a valorar más el corazón de sus semejantes que los objetos materiales. El egoísmo es el mal que arruina a la humanidad. Recuerda siempre esta lección: Nunca valores más a las cosas que a las personas, sobre todo si es alguien que cada día te demuestra su amor. El amor por los seres, querida niña, debe ser siempre la luz que te guíe"

martes, 24 de marzo de 2015

El Canto del Ney



"Le pregunté al ney: - ¿de qué te lamentas? ¿cómo puedes gemir sin poseer lengua? - Y el ney me respondió: - Me han separado del cañaveral y ya no puedo vivir sin gemir y lamentarme -" Djalal al Din Rumi


"Un día el profeta Muhammad confió en privado a su primo Ali los secretos y misterios del Islam. El dolor por la separación de su alma con el Bienamado y el deseo de retornar a Él que quemaba sus entrañas. Al acabar, sin embargo, le advirtió que no divulgase nada de lo que le había confiado. Así, durante cuarenta días, Ali cumplió su promesa, hasta que no pudo más. Un día, arrastrado por su estado espiritual, por la profunda impresión que le habían causado las palabras del Profeta, desapareció en plena naturaleza hasta que, por azar, encontró un pozo. Ali introdujo entonces su cabeza en él y gritó a las entrañas de la tierra, uno por uno, los misterios transmitidos por Muhammad, aquellos que estaban más cargados de tristeza y de pena, aquellos que habían conseguido derretirle el alma. De esta manera, Ali se liberó de aquel peso interior, pero lo cierto es que, al cabo de unos días, pudo verse una larga y solitaria caña que empezó a crecer desde el interior del pozo. Un joven pastor que pasaba por allí la cortó y fabricó con ella un ney, del que empezó a extraer las más bellas melodías jamás oídas anteriormente. La fama del joven neyzan llegó a oídos del propio Profeta, quien mandó que le presentaran al músico. Así, cuando Muhammad le oyó tocar, con lágrimas en los ojos, afirmó: “Las notas de este ney son la interpretación de los misterios sagrados que le he transmitido a Ali. Veo en su triste canto el dolor de mi propia alma.” Aflāki

viernes, 6 de marzo de 2015

EL ABUELO Y SU NIETO



"Erase una vez un abuelito que todos los días iba a recoger a su nieto al colegio. Junto a su cachorro Toby, ambos esperaban al pequeño y, cuando salía de clase, de camino a casa,  paraban en el parque para jugar un rato, riendo y saltando hasta la hora de comer. Pero cierta mañana, mientras el pequeño estaba en la escuela, el anciano se dio cuenta de que Toby ya no se movía, ni ladraba, ni podría jugar nunca más. El cachorro había entrado en el Gran Silencio. El hombre, comprendiendo que su nieto era demasiado pequeño para entender lo que era la muerte, deseando evitarle cualquier sufrimiento, ideó un plan. Rápidamente cogió lápiz y papel y escribió una carta que metió en un sobre dibujando algo parecido a la huella de una pata de cachorro en él. Así, con la carta en el bolsillo, fue a recoger al pequeño. El joven, al salir y no ver a su mascota, miró a su abuelo y le preguntó: - Abuelito, ¿dónde está Toby? – No lo sé hijo mío. Esta mañana encontré su caseta vacía y esta carta en su interior. Creo que va dirigida a ti. Quizás deberías leerla – El pequeño, con cara de asombro, abrió la carta y leyó en voz alta: - Hola, soy Toby. Verás, esta mañana pensé que esta caseta se me había quedado demasiado pequeña y sentí mucha curiosidad por ver mundo, así que me he decidido a salir de viaje. No te preocupes por mí, te prometo que cada mes te escribiré una carta y te contaré cosas de todos los lugares donde esté. Te quiere. Toby.– El niño miró a su abuelo y exclamó: - Abuelito, Toby se ha ido de vacaciones… ¿adónde habrá ido? ¿Cuándo regresará?... - Pero el anciano, encogiéndose de hombros, contestó:- Creo que tendremos que esperar una nueva carta para averiguarlo – Así, al cabo de un mes, el pequeño encontró una carta firmada con la huella de un cachorro en el buzón y, muy contento, la abrió y leyó: - Hola, soy Toby. Estoy en Venecia. ¡No te lo vas a creer! Aquí las calles son de agua. Ayer te vi montado en una góndola. Te quiero. Volveré a escribir. Toby – El pequeño buscó al anciano y le enseño la carta: - Mira abuelito, es de Toby. Dice  que está en Venecia y que me vio montado allí en una góndola. ¿Cómo puede ser posible si yo no me he movido de aquí? - No lo sé - Contestó el hombre - Creo que tendremos que esperar más cartas de Toby para poder aclarar este misterio – Así, al siguiente mes, el pequeño encontró otra carta en el buzón que decía: - Hola, soy Toby. Estoy en la India. ¡No te lo vas a creer! Aquí la gente se sienta de una forma muy rara. Llevan turbantes en la cabeza y se pintan un lunar rojo en la frente. Te vi ayer cuando te bañabas en las orillas del río Ganges. Te quiero. Te volveré a escribir. Toby.- El joven, intrigado, buscó de nuevo a su abuelo y le enseño la carta: - Mira abuelito, es de Toby. Dice  que ahora está en la India y que me vio allí mientras me bañaba en el Ganges. ¿Cómo puede ser posible si yo no me he movido de aquí? - No lo sé hijo mío – Volvió a contestar el anciano -Creo que tendremos que esperar más cartas de Toby para poder aclarar este misterio – De nuevo, al siguiente mes, el pequeño encontró otra carta en el buzón y leyó: - Hola, soy Toby. Estoy en China. ¡No te lo vas a creer! Aquí la gente se levanta muy temprano para practicar en los parques de cualquier ciudad una danza muy bella que llaman Tai-Chi. Te vi ayer cuando danzabas con ellos. Te quiero. Te volveré a escribir. Toby. - Así, todos los meses el pequeño fue recibiendo cartas de su mascota hasta que cierto día, el abuelito cayó muy enfermo y no pudo levantarse más de la cama, por lo que mandó llamar a su nieto y le pidió que abriera el armario. Cuando el niño lo hizo, de su interior salió un pequeño cachorro que pronto empezó a juguetear con él, subiéndose por sus pies y mordisqueando sus calcetines. Muy contento, el pequeño abrazó al perrillo contra su pecho y miró a su abuelito sonriendo -Mira hijo mío – Dijo el anciano débilmente - ¡Es Toby! – Pero el niño, examinando bien al cachorro, replicó: - Abuelito, ¿cómo va a ser éste Toby, si es más pequeño y no se parece en nada a él? – El anciano, gastando sus últimas fuerzas, le preguntó: - ¿Acaso no puedes quererle como le querías a él? – ¡Oh sí abuelito! Por supuesto que le querré mucho – dijo el pequeño –Entonces - siguió el hombre - para ti será como Toby, y tú para él serás su amigo, como también lo eras para Toby. No te fijes en la forma externa, sino en la esencia interna - El pequeño, aun sin comprender del todo, salió de la habitación para jugar con su mascota, pero esa misma noche su abuelito entró en el Gran Silencio y murió. No obstante, al día siguiente, una última carta le esperaba en el buzón. Una carta que ponía: - Hola hijo mío, soy tu abuelo. Verás, como Toby hace unos años, este cuerpo se me ha quedado demasiado pequeño y he tenido que salir de viaje para ver otros mundos. Igual que él, adonde vaya, te veré en otros cuerpos, en otros lugares, incluso en otros tiempos… porque te llevo en mi corazón, y, llevándote en mi corazón, puedo verte en todas partes. Todo en esta vida cambia pero sigue igual, porque el amor verdadero dura para siempre y ve más allá de las formas. Por eso no estés triste, porque, si tú también me quieres, me verás en otros lugares vistiendo tal vez otros vestidos, pero seguiré siendo yo, y te seguiré amando, porque la muerte no puede vencer al amor. Te quiero. Te volveré a escribir. Tu abuelo." Extracto del libro DEL TAI-CHI AL TAO. Inspirado en la obra KAFKA Y LA MUÑECA VIAJERA

sábado, 24 de enero de 2015


"El Ganges se pasea frente a mí mientras las riberas de los Gats de Varanasi se van llenando de gente. La contaminación del río, no lo hace menos sagrado. Mis errores pasados tampoco me quitan mi potencial de santidad. El río fluye con la vida. El amanecer y el anochecer se suceden con un extraño encanto que me enseña que todo fluye, que todo pasa, que nada permanece, y, curiosamente, en esa impermanencia, e incluso en mi propia imperfección, encuentro la esperanza de un mañana mejor. Mirando el río, no encuentro el lugar donde el río es río, donde las aguas han cambiado su nombre. El río es otro de tantos procesos de la existencia, como mi yo, como la fantasía de mi vida y quién creo ser. ¿Qué le pasa al río cuando desemboca si nunca ha dejado de nacer de la montaña ni de ahogarse en el mar? ¿Qué le pasa al río cuando descubre que no es tal? El viento trae el murmullo de los mantras y el canto arrullado de los versos del Corán. El río es más bello cuando está libre. Sus aguas no vuelven, no se detienen a mirar atrás. Este momento es más bello si puedes llenarlo de ti y dejarlo pasar. Nada es para siempre, pero el ahora lo puedes disfrutar. En los Gats la gente hace sus abluciones, pero a Dios no le interesa la fachada de su templo, si no el interior de tu corazón. Bebe del río de la vida, conviértete en sonrisa, que un suspiro en el viento no debería guardar tanto dolor…" La Taberna del Derviche      

jueves, 22 de enero de 2015

Las Uvas del Profeta (s.a.s.)



"Un día, un hombre muy pobre trajo un racimo de uvas al Profeta Muhammad como regalo y le dijo: - ¡Oh Profeta de Allah, por favor acepta este pequeño regalo de mi parte! - Al poder ofrecer su obsequio al Profeta, el rostro del hombre se iluminó porque era evidente que le amaba mucho y que apenas tenía medios para comer él mismo. Muhammad entonces le dio las gracias amablemente y probó las uvas. A medida que el Profeta iba comiendo uvas, el hombre lo miraba expectante. Así, el Profeta se comió una, luego se comió otra y poco a poco terminó todo el racimo él solo, haciendo gestos de agrado. El pobre hombre se puso muy contento y al cabo de un rato se fue. Los compañeros del Profeta que estaban a su alrededor se sorprendieron. Por lo general, Muhammad compartía con ellos todo lo que tenía, pero esta vez había sido diferente. Así, uno de ellos le preguntó respetuosamente - Oh Profeta de Allah ¿Cómo es que te has comido todas las uvas y no nos ofreciste a nosotros? - El Profeta sonrió y dijo; - Me comí yo todas la uvas porque estaban ácidas. Si les hubiera ofrecido a ustedes, podrían haber puesto mala cara y mostrado su disgusto. Eso habría herido los sentimientos de ese pobre hombre, así que me dije a mí mismo que mejor que me las comiera todas yo y así complacería al pobre hombre y no heriría sus sentimientos”. Tal era el carácter y la forma de ser de nuestro amado Profeta Muhammad (s.a.s.) 

miércoles, 14 de enero de 2015

Cuentos para Unirnos



"Un anciano indio, queriendo enseñar a sus nietos, les dijo: - Hay una batalla teniendo lugar en mi interior. Es una pelea terrible entre dos lobos. Un lobo representa el miedo, el odio, la ira, la envidia, la avaricia, la arrogancia, el resentimiento, la culpa, la auto-compasión, la inferioridad, la mentira y el ego. El otro es la alegría, la paz, el amor, la bondad, la esperanza, la serenidad, la compasión, la generosidad, la amabilidad, la amistad, la humildad y la verdad - Entonces miró a los niños y les dijo: - Esa misma lucha está teniendo lugar también en vuestro interior y en el interior de todos los seres humanos. - Los niños se quedaron un rato pensando y al fin uno preguntó: - ¿Cuál de los dos lobos ganará? - Y el anciano respondió: - El que tú alimentes -” Cuento Cherokee

"El discípulo a su maestro: - Baba, ¿Qué parte del cuerpo es más importante? – A lo que el maestro respondió: ¡El corazón, hijo mío! Éste es el Templo del Señor en nuestro interior. Cuando Dios baja del cielo, se sienta en él. En el corazón, además, viven todos nuestros seres queridos, pasados, presentes y futuros. Los que ya se han ido todavía permanecen en él, los que están, están, y los que han de venir tienen su lugar preparado aquí. ¡Fíjate qué importante es tenerlo siempre limpio y adecentado! Del corazón sale además todo lo bueno y lo malo de la gente. Si tu corazón está sano, todo tu cuerpo lo estará." La Taberna del Derviche

“Hace algún tiempo, un sultán, conociendo que en su comarca se reunía un gran maestro sufí con sus discípulos, le envió un mensajero rogando que le confiara a alguno de sus hijos para instruir a su pueblo, pues en verdad estaban necesitados de orientación. Apiadándose de ellos, el sabio llamó a tres de sus discípulos para hacer una selección y le preguntó al primero: - Hijo mío, si alguien se comporta bondadosamente contigo ¿cómo le responderías? – Oh maestro, sin duda yo me comportaría bondadosamente con él - ¡Muy bien! Sin embargo, ¿qué harías si alguien se comportara mal contigo? – Oh maestro, le pagaría con la misma moneda, pues esto sería lo más justo – El sabio lo despidió y llamó al segundo discípulo, haciéndole la misma pregunta y recibiendo idéntica respuesta. Después llamó al tercero y le dijo: - Hijo mío, si alguien se comporta bondadosamente contigo ¿cómo le responderías? – Oh maestro, sin duda me comportaría bondadosamente con él - ¡Muy bien! Sin embargo, ¿qué harías si alguien se comportara mal contigo? – Igualmente le respondería con bondad – dijo el muchacho. Gratamente sorprendido, el maestro le preguntó: - ¿Cómo es eso? ¿Acaso no sería justo que tú le devolvieras mal por mal? – Sí, maestro, pero ése no es el legado de Jesús, hijo de María, y yo no puedo dar algo que no tengo. Así, él seguiría actuando de forma malvada y yo de forma correcta hasta que mi comportamiento lograse vencer al suyo – El maestro, muy orgulloso, envió al sultán al tercer discípulo como verdadero hijo de sus entrañas.” Sheij al Arabi al Darqawi

domingo, 11 de enero de 2015

Yo no soy Charlie Hebdo, pero tampoco soy un terrorista




"Yo no soy Charlie Hebdo, pero tampoco soy un terrorista. No soy Charlie Hebdo porque no me gusta insultar, vejar y ridiculizar la religión islámica, cristiana, judía, o cualquier otra escudándome en un supuesto humor que a muy pocos hace gracia. Y no soy un asesino porque no concibo quitarle la vida a otro porque piense diferente a mí. Desde pequeño me enseñaron que hay cosas sagradas para los seres humanos: la familia, la dignidad, la religión… y Cherlie Hebdo mostró un total desprecio hiriendo el alma de mucha gente, degradando al mundo árabe, propagando sin pudor la xenofobia, comparando el Islam con terrorismo y a todos los musulmanes con fanáticos religiosos. De pequeño también me enseñaron que Libertad no es sinónimo de hacer lo que a cada uno le venga en gana, donde termina tu libertad empieza la mía, y ese derecho fundamental deberíamos utilizarlo para tender puentes, no para enfrentar culturas. El Respeto es la base de la convivencia. Por eso tampoco puedo entender que haya seres que, en aras de sus convicciones, fusil en mano, decidan quitar la vida de otros. Así no sólo se convierten en asesinos, sino que, como dijo Saramago, hacen de Dios también un asesino. Yo prefiero convivir con los hombres que matarlos, prefiero sonreírles con amabilidad cuando nos cruzamos por la calle que utilizarlos para divertirme, prefiero vivir en paz en un sitio donde haya muchos puntos de vista que en un lugar donde sólo unos pocos se alcen con la verdad. Yo no soy Charlie Hebdo, ni me sumo lo que hacía, pero tampoco soy un asesino, ni jamás lo seré. Tan sólo soy alguien anónimo que desea, como la inmensa mayoría de mis hermanos y hermanas, vivir en paz y dejar vivir también en paz. Yo no soy Charlie Hebdo, pero tampoco soy un terrorista."

sábado, 3 de enero de 2015

El Cielo y el Infierno



"Cuenta un antiguo relato japonés que un Samurái pidió a un maestro Zen que le explicara el concepto de cielo e infierno. No obstante el monje respondió con desdén: - No eres más que un idiota. ¡No puedo perder el tiempo con individuos como tú! - Herido en lo más profundo de su ser, el Samurái se dejó llevar por la ira, desenvainó su espada y gritó: - ¡Te mataré por tu impertinencia! - Eso - repuso el monje con calma - es el infierno - Desconcertado al percibir la sabiduría en lo que el maestro le señalaba con respecto a la furia que lo dominaba, el Samurái se serenó, envainó la espada y se inclinó, agradeciendo al monje la lección. - Y eso, amigo mío - añadió el monje - es el cielo." Extracto del libro DEL TAI-CHI AL TAO